#Justicia

Si una convicción tiembla, es porque la convicción falta

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¿Hasta qué punto defendemos nuestras convicciones?

Estos últimos días han salido a la luz las opiniones de algunos miembros de la paleta política del país haciendo comentarios acerca del proyecto que asegure el derecho a voto de las personas infractores de ley que están privadas de libertad.

Lamentablemente, las opiniones que llegan a los medios coinciden en su postura, resaltando comentarios como “es inaceptable”, “es ir un poquito demasiado lejos”, “no está dentro de nuestras prioridades” y “buscamos endurecer las penas, esa es nuestra línea y no otra”.

Cuesta entender bajo qué principio se construye esta línea de pensamiento, decisión y acción. ¿Hay personas más importantes que otras? ¿Puede una persona llegar a perder hasta la última gota de dignidad? ¿Existe gente que no vale la pena? ¿Debemos rendirnos? ¿El bien común acarrea el sacrificio de algunos?

¿Cómo puede ser que las personas que, luego de un profundo autoexamen acerca de las propias virtudes y voluntad de acción y entrega, deciden hacerse disponibles para liderar el país desde la directriz política, aludiendo a ser representativos de la colectividad a la que se han ofrecido, crean que la legislación no tenga límites pero el derecho humano sí?

¿Cómo la dignidad va a ser defendible solo hasta cierto punto, que traspasado este hay que arremeterse en contra de ella y castigar en favor de la exclusión?

¿Será posible afirmarse del anhelo de reinsertarse en una sociedad que puso sus esfuerzos en sacarte de ella? ¿O quizás esos son los ideales de los aspirantes a altos mandos: “limpiar” a la masa hasta que quede impoluta, perfecta?

Tal vez esa es su promesa: entregarse a las necesidades de las personas, siempre y cuando crean que se lo merezcan.

¿En qué momento nos creímos poseedores de la herramienta para delimitar esa línea?

¿Cómo la dignidad va a ser defendible solo hasta cierto punto, que traspasado este hay que arremeterse en contra de ella y castigar en favor de la exclusión?

No debemos preguntarnos tan solo cuáles son nuestros derechos, sino también porqué lo son: ¿por los méritos? ¿por el historial? ¿por los favores?

Hace muchísimo tiempo ya que nos dimos cuenta que nuestra naturaleza persigue uno inapelable que abarca todo lo que después pueda desprenderse: porque somos personas. Y se es persona se haya comido, se haya dormido, se haya delinquido o no.

Qué desgarrador el día en que nos enseñaron que la vida trata más de tachar cosas de una lista que de descubrir lo que es importante para cada uno y cómo nos validamos en la entrega hacia el vacío que encontramos en el mundo.

Sin embargo, todavía confiamos en el maravilloso día en que en los medios encontremos las más diversas opiniones pero reunidas bajo un consenso tácito: existir y fundarse bajo el alero de valorar a las personas, a cada una de ellas. No independiente de lo que hayan hecho, sino precisamente por lo que han hecho de su vida, puesto que en las decisiones podemos ver el precedente de vida que a veces tanto nos cuesta siquiera imaginar que nos conduce a los prejuicios y nos aleja de la cualidad que nos hace ser lo que somos y no otra cosa: ser humanos en la humanidad.

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Foto: rodrigodizzleccico / Licencia CC

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