En diciembre pasado los chilenos sufrimos una terrible tragedia carcelaria, la muerte de 81 internos calcinados en uno de los penales emblemáticos de Santiago, la cárcel de San Miguel.
81 personas de las que el Estado se había hecho cargo para castigarlos y al mismo tiempo reinsertarlos se consumieron entre enormes llamaradas de fuego e injusticia.
Alhué nunca imaginó que esas llamas serían el comienzo de su revolución.
Los reos fallecidos evidenciaron el colapso total de una cárcel insoportable. Hacinamiento y paupérrimas condiciones de vida en las que estaban -y están- sometidos. Un sistema penitente-carcelario-castigador que tortura la mente, juega con el cuerpo, administra y ocupa ineficazmente el tiempo de los presos ¿Cómo pretenden reintegrar a quien se le niega la humanidad durante años?
No poseo la experticia para proponer un nuevo sistema carcelario o una solución a la delincuencia, pero les puedo asegurar que si la desorbitada brecha de desigualdad social de nuestro país disminuyera nuestras cárceles no estarían atiborradas de pobres.
Las cárceles chilenas son parte de un sistema que se muerde la cola sin hacer nada más que daño a los seres humanos.
Mientras tanto el Presidente de Chile no tiene más que discursos duros y castigadores con los delincuentes. La “mano dura” fue -y es- una de las tantísimas frases hechas que oíamos en sus discursos como candidato presidencial. También fue famosa su pancarta de campaña “delincuentes se les acabó la fiesta”. Piñera supo exprimir el miedo de la gente y empoderarse mediáticamente como el “gran salvador” que tenía la fórmula perfecta para combatir la delincuencia, a través de mensajes profundamente agresivos, discriminadores e incriminadores. La gente le creyó y le votó.
Así fue como asumió el poder el eterno candidato de la centro derecha, que ahora tiene a los alhuinos al borde del colapso social. Un colapso que nace de la arbitrariedad del gobierno y su ocultismo, nace del temor a ser vecinos de un sistema penitenciario precario e ineficiente. No hay ningún pueblo preparado para recibir las cárceles chilenas, lo afirmó el propio Ministro de Justicia Felipe Bulnes.
El Presidente y sus ministros son trabajadores temporales de nuestro país, cuya mayoría decidió elegir un proyecto de Gobierno para construir un país inclusivo y no un patriarcado. Bulnes insta a entablar un diálogo pacífico, cuando la agresividad y prepotencia comenzó de parte del Gobierno central, al decidir unilateralmente y contra los intereses y el desarrollo autónomo de los alhuinos, que -espero- sean capaces de identificar la “nueva forma de gobernar” que nos ha propuesto el Presidente y de reaccionar con una “nueva forma de participar” en la que no se claudique con las ideas y las decisiones soberanas del pueblo.
Para un pueblo como Alhué la construcción de esta cárcel es sensible, mucho más que otros pueblos, porque con suerte y con mucha dificultad tenemos los servicios básicos -a veces demasiado básicos- para atender a los más de cuatro mil alhuinos. La construcción de esta cárcel sería una colonización injusta e impropia de los procesos de integración social.
Además, tampoco sabemos por qué el Gobierno se decide por Alhué, pues hasta ahora nadie nos ha entregado una explicación buena y razonable. Nos han dejado cabida a especulaciones como que quieren rematarnos como el patio trasero de la Región Metropolitana.
Las cárceles llevan siglos evidenciando insustentabilidad, entonces ¿para qué más? ¿hasta cuándo? El desarrollo del sistema carcelario mundial es un cúmulo de errores políticos, expulsando del pensamiento criminológico a los científicos sociales críticos que han estudiado y comprobado que ni las mazmorras medievales, ni las Cárceles de Alta Seguridad son la solución.
CSQ/CCM
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