La políticas públicas en relación a la seguridad han estado dirigidas, en lo esencial, a bajar los niveles de victimización. No cabe duda que han dado resultado. Las cifras en términos generales, sin mirar los últimos meses, arrojan una disminución. Sin embargo, políticas públicas que han ido en ese sentido no contribuyen necesariamente a tener un efecto sobre la emoción que acompaña la victimización, que es el temor.
La última encuesta de la Fundación Paz Ciudadana arroja un diagnóstico poco alentador: Chile tiene temor. La medición muestra la evolución entre diciembre 2012 y julio 2013, constatando que el nivel de temor alto subió, de 11,7% a 13,3%, siendo mayor en Santiago y en el nivel socioeconómico bajo. En regiones, aumentó de 9,4% a 12,7% y la clase media presenta mayor nivel de temor alto 13,2% que en diciembre 2012, que fue 11%.
El instrumento avanza en las consecuencias de dichos datos. La ciudadanía está dispuesta a cambiar sus hábitos para sentirse más segura como, por ejemplo, evitar acudir a ciertos lugares y a ciertas horas lo que ha aumentado significativamente. Ello podría incubar incluso la predisposición a favor de proyectos de ley como el de control de identidad, o la “Ley Hinzpeter” propuestos por el Presidente Piñera. De esta forma, el temor podría potencialmente contribuir a la hipoteca de la libertad en aras de una mayor seguridad.
La políticas públicas en relación a la seguridad han estado dirigidas, en lo esencial, a bajar los niveles de victimización. No cabe duda que han dado resultado. Las cifras en términos generales, sin mirar los últimos meses, arrojan una disminución. Sin embargo, políticas públicas que han ido en ese sentido no contribuyen necesariamente a tener un efecto sobre la emoción que acompaña la victimización, que es el temor. Lo anterior es coherente con lo que recoge la literatura. Ya Sábato decía que “la negación de la emocionalidad y lo subjetivo lleva a la cosificación del ser humano”. Esta contradicción debiera servir para entender que las soluciones dirigidas únicamente a disminuir cifras o índices, ajenas al contexto, son insuficientes. Así como la rabia y la frustración pueden convertirse en movimiento, que es lo que se refleja en lo que la prensa denomina peyorativamente “la calle”, la angustia, la desesperanza y el temor termina muchas veces por recoger y paralizar. El temor no es solamente un obstáculo para organizarse sino también para apropiarse del espacio público y decidirse a tratar al otro indiferenciado (que puede ser un potencial delincuente). En Chile, todavía no asistimos a marchas pidiendo seguridad, como ya ha ocurrido en países como México y Argentina. Pero también carecemos de la suficiente confianza interpersonal que serviría como antídoto para impedir que se termine por confiar en policías represivas para sentirnos más seguros.
Frente a esto, la literatura entrega algunas pistas como pensar en diseños y ejecuciones de políticas públicas diferenciadas para la victimización y el temor que consideren los factores individuales, sociales y de contexto, dirigidos principalmente a los sectores más vulnerables, mujeres, entre 35 y 49 años, de nivel socioeconómico bajo y medio, con énfasis en las realidades comunales y regionales y por sobre todo, incentivar la participación ciudadana. Esta última dimensión cobra importancia si consideramos que, según el Primer Catastro Nacional de Seguridad Municipal, sólo 34% de las comunas del país cuenta con una unidad encargada de la prevención del delito.
En época de campañas, es éste un tema que debiera concitar la atención de los candidatos aunque fuera solamente por conveniencia. Las personas que sienten temor evalúan peor a quienes aspiran a dirigirlos.
———-
Comentarios