Hace ya unos 16 meses salí de Chile rumbo a Canadá junto a dos de mis hijos. El primero un médico veterinario titulado en la Chile, el menor, un adolescente, lastarrino, recién salido de cuarto medio. Renuncié a mi pega en virtud de una cláusula acordada entre la Administración y el Sindicato de la empresa en la que trabajaba, lo que me permitió retirarme en condiciones razonables después de 15 años de trabajo.
Necesitaba cambiar de aire y además entregarle a mis hijos la posibilidad de aprender dos idiomas y elegir finalmente donde hacer sus vidas, si es que lo desean. En realidad, eso de la “posibilidad” es una porfía mía de volver a vivir donde tuve que hacerlo varias décadas antes, pero en ese tiempo obligado por las circunstancias que nos imponía la dictadura pinochetista. Ahora, era yo quien elegía, y poder hacerlo con hijos, un regalo que me entregaba la vida.
No soy de aquellos que vive haciendo comparaciones, que al final resultan odiosas. Además, difícil resultaría comparar una de las 8 economías más poderosas del planeta, con una como la chilena que, guste o no, pesa harto poco en el PIB mundial.La certeza jurídica que se exige para fines privados, por encima de los intereses de la sociedad, es la base que genera segregación, abuso y un estado de derecho al servicio de unos pocos
Desde este lugar se puede observar relativamente mejor el mundo. En realidad, el mundo de hoy está tan dominado por unas pocas agencias internacionales de noticias que, lo que uno lee en la mañana en inglés o francés, a las pocas horas está leyendo exactamente lo mismo en español en la prensa digital chilena. Hoy existe una interpretación dominante del mundo con poco espacio para lo distinto, los matices y los claroscuro de la vida. La globalización, además de mostrarse incapaz de hacerle frente a los dilemas del mundo de hoy, emergencia climática, por ejemplo, se ha vuelto aburrida.
A los pocos meses de haber llegado, me encontré con dos escenas de las relaciones sociales que dan una idea de la vida acá en Canada. La primera fue haber visto a la policía trabajando en blue jeans, algo que visualmente me llamaba la atención pero después supe que era una forma de manifestar descontento.
Ocurre que la policía no tiene derecho a huelga, pero eso no significa que no tenga derecho a manifestar descontento. Me parece del todo razonable que lo tengan.
La segunda, fue un proceso de negociación colectiva entre el sindicato del transporte público y el gobierno local. El derecho a huelga es algo absolutamente normal y no traumático y aunque no se llegó a la huelga, el sindicato desplegó ante la ciudadanía todo su potencial para explicar sus reivindicaciones sin que otros poderes intentaran invisibilizarlo, descalificarlo o amenazarlo. El transporte acá es público, así como otros servicios esenciales como la salud, la educación y el sistema de pensiones.
Digamos que la certeza jurídica que en Chile tanto alega la elite para hacer sus negocios privados, acá está puesta para la defensa de lo público y la integración de la sociedad.
Eso es lo que explica, en mi opinión, la paz social que se respira en todos los tejidos de la sociedad y eso es lo que permite emparejar en serio la cancha. Lo otro, es decir, la certeza jurídica que se exige para fines privados, por encima de los intereses de la sociedad, es la base que genera segregación, abuso y un estado de derecho al servicio de unos pocos. Peor, cuando el estado se desentiende de su rol, que es justamente garantizar la integración de la comunidad que le otorga su razón de ser y existir. Nadie habla en contra de los negocios, pero al parecer acá es inmoral y obsceno que la codicia se apodere de las relaciones sociales.
Comentarios
07 de octubre
Un excelente alcance respecto de un manoseado concepto, que da cuenta de las diferencias de países de tercer mundo, con aquellos que garantizan los beneficios sociales…
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