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Carta abierta a los torturadores

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El conflicto social que permeaba la sociedad chilena lo terminaron abruptamente el 11 de septiembre de1973 bajo el concepto de «enemigo interno» que, junto a la Doctrina de Seguridad Nacional constituyeron sus atalayas: organizaciones populares, sindicatos, grupos estudiantiles, comités campesinos, grupos de derechos y libertades civiles, partidos políticos izquierdistas, fueron distribuidos a las escuadrillas de la muerte.

Prácticamente todo aquél que no huyó del país fue cazado y asesinado. El comunista, el marxista, el chiquillo, el socialista, el mapucista, el mocito, el budista, el poeta, el curadito, el gay, el revolucionario, el subversivo, por cierto, cualquiera que  según ustedes constituyera un desafío al nuevo orden establecido o pensara distinto eran sus «enemigos interno».

Esa visión la usaron para justificar la represión y asesinatos que desataron contra la población chilena. La represión fue colectiva, no importando género, profesión, estado civil o edad. Detuvieron a miles a través del territorio nacional el día del golpe y los siguientes. De acuerdo con informaciones de Amnistía Internacional y la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, hacia fines de 1973 sumaban unos 250 mil los chilenos detenidos  por motivos políticos.

Ejecutaron sin juicio previo, desaparecieron personas en falsos enfrentamientos, hicieron de esto una práctica habitual. La delación entre vecinos, colegas y otros, fomentada por ustedes, también llegó a constituir parte de la sociedad chilena en los inicios de la dictadura. El estilo era inhumano. Se mofaron de las fosas colectivas afirmando que era por economía.

A fines del 1976, a un número de hombres y mujeres sobrevivientes de los campos de concentración se les concedió la libertad. Nunca nadie les dio explicaciones porqué habían pasado uno, dos o tres años de su vida detrás de esas alambradas: Pisagua, Chacabuco, Melinka (Puchuncaví), Ritoque, los barcos prisiones de Valparaíso, Tejas Verdes, Colonia Dignidad, Isla Quiriquina  e Isla Dawson, Estadio Nacional, Estadio Chile, Londres Nº 38, José Domingo Cañas 1305, Villa Grimaldi, Venda Sexy, Implacate, Cuartel Venecia, Cuatro Álamos, Tres Álamos, Nido 20, Nido 18, La Firma, Clínica DINA,  etcétera.

Durante este período, a pesar de la pesada represión que desataron en Chile, siempre existieron los héroes, los opuestos a vuestro régimen, cuya lucha se adaptó a las condiciones que establecieron. Durante los años ochenta, se inician acciones abiertas de oposición con grandes manifestaciones de protesta colectiva y nacional. Su régimen respondió con una represión masiva e indiscriminada, sobre todo en las poblaciones de Santiago, donde las víctimas que murieron no necesariamente tenían un compromiso político. Desde el golpe de Estado de 1973, cerca de 4.000 opositores desaparecieron o murieron asesinados.

No conforme con esto, integraron la operación «Cóndor», donde los esqueletos en los armarios de los dictadores de derecha que gobernaron América Latina durante los años setenta, son literalmente reales. Cuando en Paraguay salieron a la luz los enormes archivos secretos de la policía, resultó evidente la existencia de una campaña de terror coordinada internacionalmente.

Así fueron los 17 años de dictadura, que terminaron el 11 de marzo de 1990.

Los jinetes del Apocalipsis son cuatro y terribles, sus jefes eran cuatro. Aseguraban ser la historia, pretendieron acomodar la historia, pero los hechos son superiores a las personas. Hicieron leyes y hasta una constitución a la medida, confiaban que ella los protegería de un juicio histórico. Dictaron su propia impunidad.

La Biblia dice que lo que no desatas en la tierra no lo podrás desatar en el cielo: el marino murió atado en la tierra, jamás pidió perdón; el carabinero no lo hizo mejor; el aviador, siendo el más duro, parece que desató algunos cabos en la tierra. Vuestro líder no pidió perdón. Ustedes se fueron quedando solos.

Pero los vencieron lo de siempre: el amor, la vida, el cariño a un padre, una madre, un hijo/a desaparecido. Esa fue la «pequeña» gran fuerza que derribó la impunidad que ostentaban. Ellos nunca se cansaron, nunca se confiaron, nunca aceptaron que se quedaran impolutos.

Acusados de homicidio de gente de iglesia y de ciudadanos extranjeros, en Chile no conseguirán apoyo, porque lamentablemente todavía no han dado la cara, tal vez silenciados por miedo o tecnicismos ¡Preséntense, declaren la verdad, pidan perdón, les aseguro que infinidad de personas estarán dispuestos a dar vuelta la hoja!

Sus mandos estuvieron dispuestos a que les aplicaran razones humanitarias, sin embargo, no aplicaron las mismas razones humanitarias a tanta gente que pidió clemencia. Familias destruidas, exiliadas por el mundo, profesionales trabajando de albañiles, historias de chilenos en el exilio que intentaron ingresar legalmente al país, pidiendo apenas un permiso por 48 horas para poder sepultar a su padre, a su madre a su hijo. El permiso les fue negado. Son ciento los casos similares, son dolores que duran para toda la vida. Desoyeron consejos para  que desatar nudos en la tierra, ¿Ustedes ya entregaron su verdad, pidieron perdón?

Si no es así presiento que sus finales serán bastante jodidos, porque ya saben, parte del cielo y el infierno está aquí en la tierra.

Quedarán ante la historia universal como feroces torturadores, como el caso de exterminio más emblemático de la historia mundial, les impedirán a otros torturadores salir de sus escondites de sus fortalezas y guaridas legales, de sus rincones de protección. Como en un círculo vicioso, los condenarán pues ni siquiera ellos estarán con ustedes.

Los jinetes del Apocalipsis son cuatro y terribles, sus jefes eran cuatro. Aseguraban ser la historia, pretendieron acomodar la historia, pero los hechos son superiores a las personas. Hicieron leyes y hasta una constitución a la medida, confiaban que ella los protegería de un juicio histórico. Dictaron su propia impunidad.

Unos más otros menos han pedido perdón, ustedes siguen porfiadamente en silencio, absurdamente soberbios, mofándose, como sentado en el panteón de los falsos dioses.

Está bien, la política del exterminio emanaba de los altos mandos. ¡Pidan perdón, con la verdad! De lo contrario la historia los condenará siempre por los crímenes de tantos seres humanos, por el asesinato sin juicios de tantos hombres, mujeres y niños que murieron amarrados a una silla o camastro de tortura, violados, quebrados, sin uñas, quemados, desdentados o dientes perforados, cuerpos arrojados a volcanes, entrepiernas heridas por mordeduras de ratones, otros al mar engrillados o amarrados a rieles de ferrocarril, ojos reventados para comprobar muertes, paladares acuchillados o  ejecutados fríamente en una calle o en sus casas.

Sus mandos en una cosa superaron al holocausto. Ordenaron esconder las nóminas. Hicieron desaparecer personas, ya eran cobardes, desenterraron y escondieron restos en el mar y volcanes, se comportaron más cobardemente todavía, ¿entonces a quién temían? Con esta acción los comprometieron a ustedes y extendieron su furia al resto de la familia a sus amigos por el resto de sus días. Pero la negra sombra de todas esas muertes ilegales, de todas esas familias heridas para siempre, los perseguirán más allá y quedarán como sombra en la historia chilena.

¡Sálvense, sólo falta verdad y se liberarán!

Hace un tiempo me sorprendieron doblemente, demostraron conocer la palabra perdón, en unas ininteligibles palabras perdonaron a los que los han «atacado». Y agregaron lo siguiente: «Es mejor quedarse callado y olvidar. Dijeron: ‘Es lo único que debemos hacer. Tenemos que olvidar. Y esto no va a ocurrir abriendo casos, mandando a la gente a la cárcel. OL-VI-DAR: esta es la palabra, y para que esto ocurra, los dos lados tienen que olvidar y seguir trabajando’, fin de la cita.
Torturadores como ustedes, preparados psíquicamente bajo mandos implacables, ¿como llevan sus vidas? ¿Cómo recuerdan las imploraciones, violaciones, gemidos, sangre, gritos? Ahora, ¿cómo soportan tales pesadillasen silencio?
Preséntense a declarar y luego pidan perdón, libérense.

Pero en esta predecible e inevitable catarsis que vive el país, también ha sorprendido el silencio de vuestros mandos. Ellos parecen dispuestos a no pagar el precio ni dejarse vilipendiar, están dispuestos a cerrar la transición a cambio de que ustedes se  hagas cargo de todas las barbaridades cometidas.

En un impredecible epílogo, quienes creyeron que sólo la historia les juzgaría, así como los que esperaron que algún día el Poder Judicial dictara sentencia, al parecer se equivocaron. Y aunque el factor político del caso ha permeado cualquier proceso, el juicio público es un pobre paliativo de la verdadera justicia y no calma ni a demandantes ni a defensores: los primeros lo verán siempre como un raquítico remedo de la justicia, mientras los segundos no podrán demostrar la inocencia de ustedes.

¡Pidan perdón con la verdad!

El Papa pidió perdón; el general argnetino Martín Balza pidió perdón; Patricio Aywin pidió perdón; Bill Clinton pidió perdón; Gandhi pidió perdón; Tommaso Buscetta, primer «pentito» (arrepentido) de la Mafia, pidió perdón; los militares uruguayos pidieron perdón; la izquierda pidió perdón; Rupert Murdoch pidió perdón; el Rey Juan Carlos pidió perdón; la Iglesia chilena pidió perdón.

Al Capone no pidió perdón. Dillinger, Atila, Nerón, Calígula, Hitler, Mussolini, Stalin, tampoco.

Que yo sepa muchos no han pedido perdón ¡No desatarán sus ataduras en la tierra! Ya no habrá tiempo,  irán a otro tribunal que no es chileno ni de este mundo y a falta de verdad y justicia, las acusaciones serán eternas y la historia nada cambiará.

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Foto: Wikimedia Commons

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