A partir de las polémicas medidas de Donald Trump respecto de las políticas de inmigración, ha tomado relieve el drama de miles personas que día tras día arriesgan su vida para llegar a Estados Unidos. Este drama tiene dos partes, por un lado un país de origen que, si bien no se trata de guerras civiles o de dictaduras, es un territorio controlado por pandillas que actúan al margen de la ley y las sofisticaciones políticas de las Democracias liberales en forma, y que aterrorizan a la población manteniéndolas en la miseria económica y moral. Por otro lado, un gobierno como el norteamericano que ha actuado como se sabe en los últimos años.
Países como Guatemala, el Salvador y Honduras no ocupan generalmente la agenda noticiosa, sin embargo, la brutalidad a la que se someten miles de sus habitantes para llegar a Estados Unidos indican que el Estado de Derecho allí no es más que un formalismo y que por tanto el migrante no es, en estricto rigor, un sujeto de derechos, sino un sujeto a merced de la fuerza, expresada en la mayor capacidad de matar y amedrentar. En conclusión, quien huye hacia Estados Unidos lo hace en una condición subhumana; hombres, mujeres y niños abandonan su identidad particular (un barrio, una iglesia, amigos) y se sumergen en una realidad donde, momentáneamente, no existen y desde donde solo les queda llegar a Estados Unidos o morir.Las medidas de Trump demuestran en forma fehaciente que el consenso civilizatorio respecto de los Derechos Humanos comienza a desvanecerse.
En el caso de Estados Unidos, el país receptor de oleadas de inmigrantes, el nuevo gobierno ha hecho algunas modificaciones a las políticas migratorias que son necesarias destacar por las implicancias políticas que encierran. En primer lugar, establece la deportación para aquellas personas que hayan sido acusados de ofensa criminal, incluso sin esperar la condena ni el veredicto. En segundo lugar, todo funcionario de una ciudad o un Estado (no solo agentes de inmigración) deberán arrestar al inmigrante ilegal para que sea deportado. Por último, los Agentes de inmigración podrán deportar a quien consideren una amenaza a la seguridad nacional.
Las implicancias políticas de estas medidas son también lecciones, ya que si nos sumergimos en la historia del siglo XX, veremos que la Europa de entreguerras lidiaba constantemente con el tema de los apátridas y las minorías. En esos años, etnias y clases sociales pasaron a ser portadoras del delito, al margen de cualquier conducta o comportamiento objetivo, eran delincuentes innatos. Hoy en Estados Unidos, no es necesaria una condena para que el migrante sea deportado como un delincuente, el problema es que su país de origen no lo restituye como sujeto de ley alguna (tal como españoles y judíos de la Europa de los treinta). Por otro lado, en los tumultuosos años de entreguerras, las policías, único contacto del Estado con el indeseable, adquirían un poder que con el paso de los años, iba a dar forma al poder con que el régimen totalitario sometía a toda la población de un país. Hoy, el Agente de Inmigración no somete al migrante a la ley, sino simplemente a su fuerza arbitraria encarnada en el criterio con que determina el peligro que representa el sospechoso.
En 1948, a partir de la deshumanización sufrida por las minorías llevadas a la perversión total del Holocausto, la Declaración Universal de los Derechos Humanos prometía que cuando un país buscara eliminar la dignidad humana de un sector de la población, instancias supranacionales apoyadas por las principales potencias garantizarían los derechos innatos de todo ser humano.
Sin embargo, sabemos que tal orden ideal es, ha sido y será tristemente desmentido por la realidad. La lógica bipolar y conflictos étnicos y de toda índole han significado un constante recordatorio de que el interés de los Estados (sin entrar en el tema del origen de tal interés) ha sido hasta ahora más fuerte que la dignidad de los desplazados. El gobierno de Trump y su actitud hacia el migrante pone de manifiesto que, como nunca antes en el mundo de la posguerra, la legitimidad de los Derechos Humanos pende de un hilo. La cantidad de fantasmas que pululan entre el Río Grande y el corredor centroamericano, nos recuerdan que cada vez son más los hombres que viven al margen de la paz liberal que los Derechos Humanos debieran garantizar.
Las medidas de Trump demuestran en forma fehaciente que el consenso civilizatorio respecto de los Derechos Humanos comienza a desvanecerse. De ser este el camino que tomará el primer mundo (sumando también a Europa) se puede vaticinar un aumento de la tentación autoritaria por parte de una población que entenderá que en la nacionalidad descansa la dignidad humana. Además, y en esto un reflejo del drama de apátridas del treinta, el criminal innato recorrerá el derrotero proporcional a la concentración autoritaria del poder, primero será el inmigrante ilegal, después el hijo del inmigrante ilegal, hasta llegar a ser simplemente el latino.
Como dije anteriormente, nadie puede desconocer que los Derechos Humanos han sido transgredidos en forma recurrente, sin embargo, es importante llamar a la reflexión sobre el consenso civilizatorio sobre el cual vamos a comprender nuestra relación con el mundo y con los distintos otros con quienes convivimos. Es difícil pensar en una sociedad y en una comunidad de naciones donde no se reconozca la dignidad de todo ser humano por el solo hecho de vivir en el mundo, es difícil imaginar la vida en sociedad sin el Estado de Derecho de por medio. Habrá que preguntarnos si lograremos reconocer el momento en que ello ocurra.
Comentarios
27 de junio
Los derechos humanos es un asunto de conveniencias. En ningún lugar se han garantizado los derechos humanos del 100% de la población. La gente que promueve derechos humanos son una mafia internacional. (Favor leer definición de mafia, para que no se diga que es una palabra inapropiada para ellos).
En Chile los derechos humanos, tienen un desastre de orden nacional. Las prioridades se perdieron, las mayorías se difuminaron en medio de unas minorías tan extrañas. La razón se dejó de discutir. «También hay que llegar con recursos a presos, delincuentes, narcos, reincidentes, porque los pobrecitos»…
«Hay que recibir a todos los inmigrantes con SIDA, costumbres delictuales y narcos, porque, los pobrecitos.» Hay que referirse a algunos de manera particular. Las bromas ya no son posibles, porque los pobrecitos… Vamos a asesinar a numerosos infantes, porque, las pobrecitas no van a poder vivir como quisieran si no se hicieran un aborto.
No hay, simplemente, recursos para todos los pobrecitos que se hacen los vivos y si los quieren, deben ir por ellos y tomarlos de las manos de los pobrecitos políticos, postulando a sus cargos.
Creo que las naciones son libres de decidir cómo hacen qué o cuál cosa. Pienso que no deben estar en manos de minorías, ni deben regirse por pactos internacionales ridículos que nadie cumple. Los derechos humanos son una lacra a la razón, y lo vemos en el caso del gendarme y la falla estatal global del primer párrafo de la Constitución…
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01 de diciembre
En Argentina estamos igual, Rolando. Y en el mundo también. Tenemos DD.HH. de primer orden, de segundo y de tercero. Sin ir más lejos, Amnistía Internacional critica o cuestiona lo que más le conviene.