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Tragedia de Venezuela: Se cae de Maduro

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Algunos hablan de la maldición de los recursos naturales. En el caso de Venezuela disponer de petróleo ha sido su mayor tragedia. Gracias al petróleo ha vivido en carne propia la maldición de la intervención foránea de los EE.UU. que se sienten dueños de hacer lo que quieren, ya sea por mano propia o con mano ajena vía testaferros. La frágil democracia venezolana que emergió después de la dictadura de Marcos Pérez Jiménez sucumbió bajo el peso de la corrupción que posibilitó el alto precio del petróleo. Corrupción que destruyó los partidos tradicionales: Acción Democrática y COPEI, la Democracia Cristiana venezolana, y que abrió espacio al surgimiento desde las filas militares de Hugo Chávez.

Su discurso y su acción despertaron la simpatía de una izquierda latinoamericana huérfana de líderes, luego de Fidel Castro y la muerte de Allende. Para muchos Chávez se erigió como el nuevo líder latinoamericano. Su prematura muerte deja un vacío de poder que no ha podido ser llenado por su sucesor, Nicolás Maduro. Vacío que hoy se muestra en toda su magnitud.

Maduro no es Chávez, no tiene su carisma. Pero no solo eso, las políticas chavistas, asistencialistas, clientelístas, muy populares por lo demás –al igual que los bonos en nuestro país- ya no dan para más y no resuelven nada. Son pan para hoy y hambre para mañana.

Hace rato que el piso se está moviendo en Venezuela, solo que ahora es con mayor fuerza. Se desconoce si la magnitud de los movimientos son tales como para echar abajo al gobierno ahora o más adelante. Más temprano o más tarde, no lo sé. Se trata de una suerte de crónica de una caída anunciada.

Bien lo sabemos en Chile cuando hace ya poco más de cuarenta años se veía venir el golpe, era vox populi,  inevitable. Estaban las condiciones, fabricadas por unos y otros, por moros y cristianos. Todos sabían que se venía un sismo de magnitud máxima, y todos empujaban, queriendo o sin querer, a que el sismo se produjera. Muchos lo hicieron sin imaginarse siquiera lo que se vendría, mientras otros, ocultos tras las bambalinas, sí lo sabían.

Lo que se vive hoy en Venezuela me recuerda lo vivido en Chile: la intervención norteamericana implementada entonces por la CIA y la ITT hacía lo suyo con el concurso de las capas medias y profesionales angustiados por el desabastecimiento, el mercado negro, la inflación, ordenados entonces por Nixon y Kissinger y destinados a hacer “aullar a la economía”.

Con estos antecedentes se tendería a pensar que la situación que vive actualmente Venezuela terminará con un golpe de Estado. Sin embargo, ello no es probable y si ocurriese, no sería en la dirección que los opositores esperarían. De hecho los militares ya están en el gobierno, están tras él  y lo respaldan, pero en lo sustancial, porque las FF.AA. venezolanas no tienen nada que ver con las FF.AA. chilenas. Allá los de abajo pueden llegar a ser coroneles o generales, en Chile eso es prácticamente imposible.

En Chile existen filtros que dificultan en extremo la posibilidad de que alguien de sectores sociales desfavorecidos ingrese a las escuelas, sean estas militares, navales o de aviación. Falta mucho para que alguien de origen mapuche alcance el generalato. No es el caso de Venezuela, donde las FF.AA. son  más espejo de la sociedad en que se insertan, por tanto no es llegar y dar un golpe. En este caso es probable que quienes vayan por lana salgan trasquilados. En Chile, un personaje con el origen de Chávez difícilmente alcanza a ser oficial del ejército, por no decir imposible.

La división de Venezuela no es de ahora: es de siempre, al igual que lo fue en su minuto en Chile. Solo que ahora la división aflora, está sobre la mesa, como fue el caso chileno en el 73. A no pocos les gusta que la división se esconda bajo la mesa y se resuelva a favor de unos en desmedro de otros.

La historia parece poner todas las cartas sobre la mesa, abordando civilizadamente la tragedia que enfrenta Venezuela, no militarmente. Esa capacidad faltó en Chile y siento que está faltando ahora en Venezuela. Como que unos y otros no pudiesen vivir bajo un mismo techo sin que unos pisoteen a otros, o los hagan desaparecer. Es obligación de Maduro, como gobernante surgido por la vía electoral, abrir espacios de diálogo sin condiciones. También lo es de la oposición, pero en mayor medida de Maduro y sus aliados, ya sea por su condición de gobernante, como por su propio interés y el de todos los venezolanos.

Se cae de «Maduro» que no están los tiempos para que nadie le ponga la bota encima a otro. Ni los de arriba a los de abajo, ni los de abajo a los de arriba.

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Foto: Wikimedia Commons

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