Frente al archipiélago canario, a unas 60 millas dirección Este, se extiende una tierra generosa en fosfatos, con uno de los bancos pesqueros más ricos del mundo, un clima benévolo y largas playas de blanquísima arena. Una tierra lista para ser disfrutada, donde la existencia podría ser un paraíso. Una tierra, dicen, tocada por la mano de Alá: El Sahara Occidental.
En lugar de este Edén soñado, si visitamos su capital,
El Aaiún, encontramos una ciudad sitiada, triste, sin vida en sus calles, con una presencia policial constante: ni siquiera los patios de colegios e institutos se libran de la presencia diaria de furgones militares.
Desde la ocupación, en 1975, de toda la franja del Sahel por el ejército marroquí, en la
“Marcha Verde”, que fue posible tras la huída vergonzosa de España de su provincia número 53, la mayoría de los saharauis (
hijos de las nubes) malviven en los Campos de Refugiados de Tindouf, en Argelia.
Huyeron durante semanas, a través del desierto, de las bombas de napalm y fósforo blanco arrojadas por la aviación marroquí. Niños, ancianos y mujeres. Solos.
Los hombres se habían unido bajo la bandera del
POLISARIO (Frente Popular para la Liberación de Saguia el Hamra y Río de Oro) para comenzar una lucha desigual contra Marruecos y Mauritania. Pero Goliat no contaba ni con la pericia, ni con el dominio del terreno, ni con la férrea voluntad del pequeño David saharaui. Mauritania se retiró del conflicto y desistió de sus intenciones anexionistas, y Marruecos firmó un alto el fuego en 1991, en el que se acordó realizar un referéndum de autodeterminación entre la población. Todo esto ocurre bajo el auspicio de la ONU, y a día de hoy, ninguna de las resoluciones acordadas se ha cumplido.
Los saharauis siguen viviendo divididos por un muro de más de 2.500 kilómetros, en una de las zonas más minadas del planeta. Padres sin hijos, abuelos sin nietos, hermanos que no se conocen… Dependiendo del azar, puede que la abuela se quedara en los territorios ocupados del Sahara Occidental, y la nieta huyera al desierto, para terminar en los campamentos de refugiados.
Si unos han resistido al implacable clima de la hammada argelina (construyendo casas de adobe y levantando jaimas con un aire de obstinada provisionalidad), los del otro lado han venido soportando años de persecución y encarcelamientos, torturas y constantes violaciones de sus derechos, miles de desapariciones bajo la sombra siniestra de la “cárcel negra” de El Aaiún, hasta que, hace poco más de dos meses, cientos de saharauis residentes en El Aaiún primero, y miles de ellos después, se instalaron en Agdaim Izik, a las afueras de la ciudad. Reivindicaban mejoras sociales y empleo. Nada de consignas políticas. Nada de banderas de la RASD. En pocos días superaban los 20.000. De nuevo niños, mujeres y ancianos, también muchos jóvenes. Pero esta vez no están solos. Los ojos del mundo se vuelven hacia el pequeño mar de jaimas. Y también el ojo de Mordor: Marruecos no puede permitir que un territorio, hasta entonces sin voz, sea portada de la prensa internacional, día sí, día también. Así que, en la madrugada del 8 de noviembre, el ejército arrasa el campamento. Destruye hasta la última jaima, pero la dignidad que vive bajo ellas, aún permanece intacta.
Hoy continúan las detenciones arbitrarias de jóvenes saharauis, las torturas, las violaciones a mujeres en los coches de policía, los asaltos a las viviendas, el terror.
Agdaim Izik quiso ser el punto sin retorno. Sin embargo, para los hijos de las nubes, la espera infinita no ha hecho más que volver a empezar.
(*) Luisa Sánchez es Coordinadora del proyecto Bubisher
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4 Comentarios
chiara
Es una buena síntesis para un conflicto tan largo. Quizás matizaría la «huída vergonzosa de España», pues la omisión de este último pais fue completamente deliberada en el conflicto entre Marruecos y el Sáhara. Y esto se debió a acuerdos (principalmente de tipo económico) entre España y Marruecos, de los que todavía hoy se benefician ambos países. Una de las tantas zonas grises de la transición española.