Por razones que nunca terminaré de entender la vida me ha negado ser padre.
No lo lloro, más que en ciertas noches en que quisiera tener a alguien de mirada asombrada escuchando mis historias. Tal vez enseñarle por qué la Cruz del Sur no se mueve contra el cielo o cómo nuestros antiguos buscaban su hogar siguiendo esas luces.
Cuando supe de tu enorme rebelión contra la muerte que siembran noche a noche en Palestina, me ilusioné.
Pensé que quizás, que algún día, que por qué no, no me costaría tanto llegar a esa tierra castigada, quizás la ley de allá y la de acá, que por qué no intentarlo.
Sólo pensaba en que de alguna forma podría apoyar a quienes te acogieran, quizás traerte a mis montañas en Olmué, quizás sólo ayudar en tus estudios.
Me llené de quizás en estos días, en que busqué y busqué para saber si mejorabas
Supe esta tarde que ya no estás.
Quizás si tu madre, de quien tomaste el nombre, por razones que nos están vedadas entender, te llamó a su lado y te cobija para siempre y por la eternidad. Quiero creer que está cubriendo tiernamente tus oídos, para que nunca más escuches muerte, tapando gentilmente tus ojos, para que nunca más veas el horror.
Quizás si tu madre, de quien tomaste el nombre, por razones que nos están vedadas entender, te llamó a su lado y te cobija para siempre y por la eternidad. Quiero creer que está cubriendo tiernamente tus oídos, para que nunca más escuches muerte, tapando gentilmente tus ojos, para que nunca más veas el horror.
Pequeña Shimah, tan sólo me quedan las esperanzas contenidas en la historias sobre un creador misericordioso y compasivo que me compartieron mis tías cuando yo era un niño.
Elevaré una triste plegaria esta noche a ese Dios de mujeres esforzadas y bondadosas como fue tu madre, la elevaré por ti, por todos los niños palestinos y especialmente por el pueblo del libro.
Para que, al fin, escuche el clamor de Isaías y entregue consuelo a las viudas y a los huérfanos que han sembrado durante más de 50 años en Palestina.
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