Chile, de un tiempo a esta parte, se ha vuelto un país cosmopolita, donde en su larga y angosta extensión, no es raro encontrarnos con culturas, religiones y comunidades muy diferentes. Hay diversas razones que gatillan este fenómeno. La solvencia económica, la carencia de trabas comerciales para iniciar un emprendimiento o las oportunidades laborales; aspectos que son de profunda relevancia al momento en que un extranjero toma las maletas y busca nuevos rumbos en tierras foráneas.
En efecto, los costos y sacrificios que hay detrás de este modelo y dichas motivaciones, son aspectos económicos y sociales cuestionables, que cada uno de nosotros sabrá otorgarle cierto juicio de valor. Pero no menos importante que lo anterior, es la percepción, o vox populi en torno al fenómeno de la inmigración.Como nación, tenemos una tremenda deuda para con el mundo y con nosotros mismos, esta deuda tiene que ver con terminar la xenofobia de una vez por todas y castigarle duramente si es necesario, la educación cumplirá un papel fundamental en esta labor.
No es nada nuevo, y para nadie es un secreto que en nuestro país existen inmigrantes de primera, segunda y hasta tercera categoría. No es lo mismo compartir un vagón de metro con un alemán, un peruano o un haitiano. Esa es la cruda verdad, un país con ciudadanos que tienen espejo de mano y donde el inconciente se encarga de borrarnos los rasgos mulatos y ponernos hasta los ojos verdes de tanto en tanto en alguna selfie bien forzada.
Si bien las relaciones internacionales y la inmigración son temas que guardan diferencias importantes, ambas se ven perturbadas producto de un vicio propio de países donde se abusa de su condición de «superioridad geográfica», para esconder tremendas contradicciones sociales debajo de la alfombra. El nefasto patriotismo (…) aquel que vuelve el «peruano» un apodo jocoso entre los amigos del barrio, ese que es filete de primer corte en las rutinas humorísticas de cualquier pelotudo que se ve complicado frente a un público exigente.
La real problemática de aquello, es que se trata de un vicio que cala muy profundo en la sociedad chilena, hasta en los círculos más progresistas está quien piensa que haber nacido veinte metros más al sur o más al norte te transforma en un arquetipo completamente diferente. Es como un resfriado común en un país sin aspirinas.
Dicho lo anterior, no es extraño que sea difícil avanzar en una política de integración latinoamericana.
Ahora bien, la demanda boliviana a Chile, por una salida al mar, es legítima, en el sentido en que cualquier persona, agrupación o país puede pedir lo que estime justo. Esto no garantiza evidentemente que lo consiga, sin embargo, frente a esa demanda y en base a lo anterior, es natural cuestionarse hasta que punto podemos, como chilenos, llevar adelante un debate de estas características. A juicio de quien escribe, hoy más que nunca es necesario fortalecer las relaciones diplomáticas y comerciales de nuestro subcontinente, sin embargo, dicha tarea es ardua y de largo aliento, y se debe llevar de buena fe. Son lamentables, por ejemplo, las últimas declaraciones de Evo Morales frente al conflicto marítimo, puesto que no contribuye a una solución, sino más bien establece a través de sus dichos una distancia importante y una polarización entre las posturas de ambos países, utilizando el contexto internacional, cuestionando la legítima autonomía del Partido Socialista Chileno y la figura de, incluso, Salvador Allende, para obtener réditos políticos en vista de las próximas elecciones presidenciales. De todas formas, esa es harina de otro costal.
Hoy como nación, tenemos una tremenda deuda para con el mundo y con nosotros mismos, esta deuda tiene que ver con terminar la xenofobia de una vez por todas y castigarle duramente si es necesario, la educación cumplirá un papel fundamental en esta labor.
Respecto a la salida al mar para Bolivia, para ningún gobierno, en su sano juicio político electoral, será un elemento a considerar, a pesar de que miles o quizá cientos de chilenos pensemos que es un gran paso para el desarrollo de la región. Esto supone poner la carreta delante de los bueyes. Ahora bien, por lo pronto es sumamente necesario avanzar en que el respeto y la educación con perspectiva social integradora se fomente en todas las instituciones educativas y formadoras. El sueño bolivariano, de una latinoamerica unida, es un castillo que es preciso edificar, sin embargo, a nivel local, se debe armar la escalera y la base suficiente para que la nube en la que se posa nuestro sueño, se transforme en un bastión de desarrollo y fuente de dignidad para todo nuestro pueblo.
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