A pocas horas del atentado en Las Vegas, que dejó un saldo inicial de 59 muertos y varios heridos, cuando sólo se sabía que el perpetrador había sido un hombre armado desde su habitación en el Mandalay Bay, se esperaba que la rápida y eficiente policía norteamericana y los servicios de inteligencia presentaran en cualquier momento la imagen de algún joven de apellido y apariencia que evocaran al Medio Oriente: Era de esperarse que prontamente los medios de comunicación transmitieran directamente desde el apartamento del sujeto, en cuyo interior se habrían encontrado pertenencias e indicios que mostraran algún contacto directo o indirecto con células terroristas. Era de esperarse que el mismo Donald Trump anunciara al mundo (por las redes sociales, por cierto) los vínculos de asesino con el autodenominado Estado Islámico.
Con el pasar de las horas, la gran sorpresa llegó junto con la foto de Stephen Paddock, un hombre blanco de 64 años, un norteamericano común, de esos que pareciera más un conservador seguidor del Presidente Trump y de sus políticas racistas, que un terrorista militante de ISIS.
El peligro puede estar en cualquier lugar, incluso ahí entre sus seguidores y a unos metros del hotel Trump en Las Vegas, y que la exacerbación de su discurso ha terminado por malacostumbrarnos a un manejo político insuficiente, cargado de prejuicios e imaginarios colectivos.
La sorpresa fue, además, inmediata: no sólo llamó la atención la apariencia del tirador, sino que también fue motivo de discusión que un solo hombre hubiera logrado ser el autor de lo que se ha considerado la mayor masacre de un país en donde los índices de muertes relacionadas con armas de fuego son muy altos.
Que ISIS haya reivindicado el atentado explicando que Paddock se había convertido recientemente al Islam pasaría hoy a ser casi una anécdota si la confrontamos con la inusual prudencia que Trump ha tenido al respecto. De hecho, después de su visita a Las Vegas, no ha realizado algún pronunciamiento que categorice el atentado como terrorista.
De todos modos, en caso de confirmarse los nexos de Paddock con el Estado islámico -y aún en el caso contrario- el único resultado concreto sería que la posición del Presidente estadounidense sería la principal afectada. Significaría que la postura, los discursos y la política antirracial de Trump -a luz de la seguridad nacional- perdería sustento y agravaría más la baja popularidad que éste tiene entre los estadounidenses. Agudizaría también las críticas de aquéllos que, en relación al tiroteo en Las Vedas, lo señalaron de manera inmediata como el responsable del incremento de la xenofobia y la violencia al interior del país.
Los sucesos en Las Vegas –así cómo el reclamo puertorriqueño por su tardía e insuficiente atención luego del huracán María- plantean la urgencia con la que el presidente debe ocuparse de los asuntos internos. La revisión de la ley sobre la tenencia de armas (ante la cual ya sorprendió anunciando tímidas aperturas) y el respeto a los derechos de las minorías, entre otros, lo deberían llevar a ver lo que ha querido ignorar, por no convenir a su discurso: que el enemigo no está en determinadas razas o religiones, que el peligro puede estar en cualquier lugar, incluso ahí entre sus seguidores y a unos metros del hotel Trump en Las Vegas, y que la exacerbación de su discurso ha terminado por malacostumbrarnos a un manejo político insuficiente, cargado de prejuicios e imaginarios colectivos.
Comentarios
06 de octubre
Muy buena observación, yo añadiría una pregunta, Trump tendrá responsibilidad en ese tipo de ataques por alentar el racismo entre sus iguales?
+1
11 de octubre
Algo raro huele en este artículo… Next!
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13 de octubre
podrías ser mas específico por favor?