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Las enseñanzas del caso islandés

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“Lo que no aparece en los medios, no sucede. Esa es la máxima que se ha debido de aplicar con el extrañísimo caso de Islandia. Sí, Islandia. Islandia debería ser noticia, portada de informativos. ¿Por qué? Pues porque en Islandia, la población ha tomado las calles, cacerola en mano, para mostrar su radical oposición a su gobierno. Y la movilización ciudadana no solo ha provocado dos crisis de gobierno, sino que ha forzado un proceso constituyente, la redacción de una nueva Constitución que evite que se repitan situaciones como las que se han producido a lo largo de esta crisis global” (Juan Manuel Aragüés, El Periódico de Aragón. 26 de Febrero de 2011).

Muchos chilenos no saben donde queda Islandia, cuántos habitantes o qué régimen político tienen. Sin embargo el proceso vivido en esa república parlamentaria de poco más de 300 mil habitantes, sin ejército, independiente desde 1918, miembro de la OCDE, con un ingreso per cápita de 38 mil dólares y en el lugar 13 del índice de desarrollo humano, sobre Dinamarca y Finlandia, debiera resultarnos interesante.

El 2008 su sistema financiero se derrumbó, luego de que el gobierno impulsara una política de “vivienda propia”, que los bancos apoyaron con créditos de fácil acceso. Su moneda se devaluó en un 50% y la inflación se disparó. El endeudamiento bancario superaba diez veces el PIB y más de un tercio de la población estaba sobreendeudada.  En un referéndum los islandeses rechazaron rescatar la banca privada y juzgaron a directores de bancos por sus delitos financieros. Tres bancos fueron nacionalizados para evitar su quiebra, quedando bajo control público.

El país entró en bancarrota y recibió un préstamo del FMI por 2.100 millones de dólares, a cambio de “medidas de ajuste», que provocaron la ira de la población. Y pese a las amenazas de convertir a la isla en “la Cuba del Norte de Europa”, la población indignada respondió que si aceptaban se convertirían “en el Haití del Norte de Europa”.
Las movilizaciones rompieron con la política de “lo posible”. El 2009 rechazaron el plan de ajuste del FMI, hicieron renunciar al gobierno y forzaron elecciones anticipadas. El bloque de izquierda liderado por la socialdemocracia, se proclamó vencedor en las elecciones legislativas que se celebraron en enero de 2009, en las que participó el 85,1% de los islandeses, pese a que en ese país el voto es voluntario.

El nuevo gobierno quiso imponer una reestructuración de la deuda, que implicaba a cada familia pagar 100 euros por mes durante 15 años. El 2010 la población rechazó esta ley, el Presidente no la promulgó y convocó a referéndum. El 93% votó por no pagar la deuda. El 2011 ello fue ratificado en otra consulta por el 60% de los votos.

Otra exigencia ciudadana fue tener una nueva Constitución, que no fuera elaborada por el Parlamento, sino por ciudadanos sin filiación política, elegidos de entre un universo de 522 personas propuestas por la misma población, para que una vez terminado el texto de la nueva Carta Magna fuera sometido al Parlamento para su aprobación.

La lección es que no basta con prometer un “futuro esplendor” si no está claro que se vaya (o quiera) a alcanzar o cumplir. Lo sucedido en Islandia nos muestra lo que puede pasar cuando el pueblo decide recuperar su soberanía.

Pese a ello, en las elecciones de este año triunfó la centro derecha. La alianza socialdemócrata-verde que gobernaba el país perdió más de la mitad del apoyo que había obtenido cuatro años antes. ¿Cómo se explica esto? Medios conservadores dijeron que esto había ocurrido por la falta de realismo y experiencia de gobierno de la izquierda.

Para el analista español Vincenc Navarro, lo sucedido es “indicador del desfase entre movimientos sociales y partidos políticos con representación parlamentaria, incluyendo los de izquierda, que intentaron canalizar tales movimientos. Esta distancia se explica porque, una vez elegido, el gobierno de izquierda, aunque sensible a las demandas ciudadanas, siguió políticas distintas, e incluso opuestas, a las que las movilizaciones exigían”.

Que se aceptaran las políticas de austeridad del FMI generó frustración y desencanto en la gente. Fue este “giro a la derecha” y la exigencia de cambios más profundos a los que estaba realizando la izquierda, muy moderada y de escasa vocación transformadora, temerosa de enfrentarse con la estructura de poder del país (banqueros, magnates de flotas pesqueras y grandes empresas), lo que originó su derrota.

La lección es que no basta con prometer un “futuro esplendor” si no está claro que se vaya (o quiera) a alcanzar o cumplir. Lo sucedido en Islandia nos muestra lo que puede pasar cuando el pueblo decide recuperar su soberanía.

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