El desaparecer de la ciudad en el olvido, porque ya no se la ve, es un fenómeno que no es necesariamente del pasado, ya sea el mítico, o el histórico. Por ejemplo, la desaparición de la gran ciudad antigua de Delos, que hoy nadie recuerda. Lo propio de las ciudades es estar siendo iluminadas desde un cierto mito que las hace resplandecer, y en la medida que lo estén como Roma, Londres, París, Berlín, Tokio, Río de Janeiro, New York, y otras, ellas siguen allí dando y dando luz; de todo tipo, desde la que se ve desde los satélites y aviones a la que se ve en la redes sociales, pasando por la que generan los campos de negocios financieros y especulativos.
Pensemos en Londres: dos mil años de visibilización y sigue presente dando luz no solamente a Inglaterra o al Reino Unido, sino al mundo entero. Es como un faro planetario, y al parecer todavía dará mucha luz por décadas. Ni los actuales problemas como las crecidas del Támesis, los atentados terroristas del IRA o de Al Qaeda, los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, las crisis financieras, políticas, o el Brexit, han podido con Londres. Allí sigue junto a sus leones y dragones. Son estos leones los que iluminan a Londres y cual Aslan de C. S. Lewis la mantienen viva. Sus leones son sus dioses que la iluminan.
Pero hoy, ante nuestros ojos, también se está produciendo la desertificación y oscurecimiento de la ciudad. Es cosa de pensar en Agdam (Azerbayán) una ciudad de 150 mil habitantes que se convirtió en desértica en 1993 por la guerra de Nagorno Karabahk. Todos huyeron de allí. Lo mismo ocurrió en 1974 en Famagusta, Chipre, cuando fue invadido por los turcos. Ya no queda nadie allí. Prypiat, Ucrania, la ciudad cercana a Chernobyl, también fue abandonada. Los casos son muchos y es cosa de ver lo que ocurre en las guerras actuales de Oriente en Siria e Irak, por ejemplo, para ver cómo las ciudades se vuelven fantasmas y de forma muy rápida. Dicho, poéticamente, con Kavafis, el “Dios” las abandona y ante esto no se puede detener el avance de la oscuridad. Un avance constante e inexorable que como en un cuento de los Hermanos Grimm, la oscuridad se cierne sobre la ciudad, así como en la La historia sin fin del alemán Michel Ende de 1974. Se ve venir la oscuridad y ante ella no se puede hacer nada, simplemente huir. Todos huyen de la ausencia de luz.
Ante la ausencia del Dios y el advenimiento de la oscuridad buscamos refugio, hogar, calor, color, fuego, luz en tierras ya empíricas, como virtuales e inconscientes, que nos den acogida comunitariamente. Y en ello detener la ideología imperante actual del capitalismo militarizado, y así esta ideología no siga avanzando con su manto de oscuridad y olvido
Hoy vivimos en el Reino de la Oscuridad, en dialéctica con el Reino de la Luz: es el problema de la ideología que he tratado latamente en mi libro Hegel y las nuevas lógicas del mundo y del Estado (Akal, 2016). En los claro-oscuros de las tierras acontece la posibilidad de crear mitos para albergar formas habitables de vida humana. Pero a lo mejor, todavía no se entiende cómo Apolo dejó a Delos sumido en la oscuridad. Y la abandonó y todos sus habitantes tuvieron que huir. Es el fenómeno de los refugiados que todavía hoy vivimos y de forma dramática. Miles al día huyen de sus territorios por distintas razones y buscan alguna tierra que los pueda albergar. Ese fenómeno de los refugiados, como de los miles de sirios que llegan a Europa vía Islas del Egeo, es muy antiguo. Ante la ausencia del Dios y el advenimiento de la oscuridad buscamos refugio, hogar, calor, color, fuego, luz en tierras ya empíricas, como virtuales e inconscientes, que nos den acogida comunitariamente. Y en ello detener la ideología imperante actual del capitalismo militarizado, y así esta ideología no siga avanzando con su manto de oscuridad y olvido.
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