La universidad ya no es el reducto que solía ser. Esa burbuja romántica e idealizada en la que se podía elucubrar y, en un ambiente controlado, equivocarse para anticipar. En tanto esto último reviste un potencial importante, la universidad ha sido poco a poco capitalizada como una herramienta de agenciamiento (individual y colectivo), de poder político y económico cuyo control es el que Bolsonaro, entre otros, pretenden capturar en el caso de Brasil. Digamos que el árbol de la academia dio suficientes frutos para que alguien más lo notara desde fuera del predio.
Creo que lo que está ocurriendo en la mayoría de nuestras instituciones latinoamericanas, más allá de la contingencia política obvia, evidencia que la universidad es un territorio de disputa al que deliberadamente se ha decidido sacar al baile de lo colectivo, desde hace unos años. La restricción de recursos, la limitación severa de posibilidades de acción y la valoración del quehacer académico mediante la cuantificación tipo “kindergarten” vía manzanitas, estrellitas y likes por las indexaciones perpetradas, por mencionar algunos aspectos que nos han llevado a casos extremos de inanición institucional, son prueba de ello.La academia ha perdido su status por default, parte de su credibilidad y quizá también parte de su excelencia.
La academia ya no es una zona de confort en la cual guarecerse y usufructuar del prestigio heredado, como la hemos venido operando tácitamente por mucho tiempo, sino que ha mudado a ser un campo de batalla que se estrangula aún más cuando quienes nos sentimos parte de él, tenemos como declaración de principios, a lo menos en lo declarativo, la no violencia.
Dicho de otro modo, la academia ha perdido su status por default, parte de su credibilidad y quizá también parte de su excelencia. Mención aparte la responsabilidad que tengamos de eso quienes la conformamos. En cambio, hoy se nos exige hacer, situar lo hecho y adicionalmente pre-justificar nuestro rol en la ecuación social, como agentes individuales (académico) y como gremio (academia). Esto último es nuevo pues no estamos acostumbrados y quizá, siendo honestos, no sabemos hacerlo.
Sin embargo, no creo que esto sea binariamente “malo” si consideramos que es una componente común de la sociedad actual. En la mayoría de las áreas del quehacer humano hoy en día, no basta con hacer, sino que se ha de agenciar lo hecho, pero además pre-agenciar la posibilidad de hacerlo.
Desde esta perspectiva y, descontadas las aberraciones obvias implícitas, quizá la reducción de autonomía de la universidad en Brasil pueda ser tomado también como una —bastante violenta— muestra de esto. Quizá más que un llamado, es un empujón para desempolvar nuestros gastados pasitos de baile académicos, más que una invitación, es una bofetada para la cual, por cierto, no estamos preparados (en realidad, casi todas las bofetadas “ejecutadas satisfactoriamente” tiene estas características: sorpresa, violencia y se sienten injustas, por parte del receptor…).
Así las cosas y sin por ello justificar la pérdida de autonomía de las universidades, es evidente que la manera actual de abordar el quehacer académico no está impactando como esperamos o, a lo menos, nuestros resultados carecen de la valoración e impacto que socialmente se requiere para que sean una aportación sustancial. Quizá es momento de asumir que esto es definitivo, que simplemente el mundo cambió y, aunque no sepamos cómo hacer, ya no basta con rezar, ahora debemos también bailar…
Comentarios
22 de julio
Estimado, somos muchos los que pensamos que la academia perdió su capacidad de acoger el pensamiento crítico, de acoger la deliberación, de aceptar el pensamiento diferente, hoy esta tomada por una ideología dura y totalitaria que la cruza vertical y horizontalmente, es un lugar donde nada se puede decir, nada se puede objetar, nada se puede contradecir. Hay carreras vinculadas a las ciencias sociales donde se reciben excelentes alumnos, hombre y mujeres que llegan llenos de voluntarismo y buenos deseos, y con sus mentes vírgenes, pero a unos cuantos años son transformados en energúmenos llenos de odio.
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