Es comúnmente aceptado que los Estados Unidos tiene un largo historial de vulneración de derechos humanos a lo largo del su historia. Historial que debiera bastarle para abstenerse de emitir juicios de valor sobre determinadas acciones tomadas por algunos Estados, en tanto aún no ha realizado una autocrítica que sirva, al menos, para reconstruir parte del orgullo de todas aquellas naciones que, especialmente durante la Guerra Fría, vieron vulnerado su principio de soberanía.
Sin embargo, el actuar de los Estados Unidos de Norteamérica, no puede ser excusa para que ciertos mandatarios u gobiernos, evadan la responsabilidad directa que tienen sus acciones en la conducción de sus países y en el bienestar de sus ciudadanos. Cuando Nicolás Maduro, instala escenarios y contextos propios de la Guerra Fría en coyunturas actuales, deja mucho que desear, especialmente cuando los signos de una irresponsabilidad en su gestión son más que evidentes.Estar en contra de las políticas aplicadas en Venezuela, no lo convierten a uno en un adulador de los Estados Unidos. Criticar la detención y encarcelamiento de un civil a través de Servicio Bolivariano de Inteligencia, no lo convierten a uno en un fascista. Quienes parecen ser fascistas, son quienes permiten el arresto de civiles en cárceles militares, quienes suprimen a la oposición aún cuando la ley permita la libre expresión.
El despertar del nacionalismo, la construcción de un enemigo común – tanto de las clases sociales de cada país, como también de la alianza de estados afines – y la victimización frente a este adversario superior, son una constante no solo de Venezuela, también de Bolivia. Y es que es bastante más sencillo culpar a un eventual enemigo de las penurias económicas, para así no asumir los costos políticos que esto conlleva. Y si este adversario tiene un historial de intervención, entonces la historia está de mi lado, y por tanto lo está las clases sociales que dan soporte a la gestión gubernamental. Y todo aquel que no esté de acuerdo, entonces es un antipatriota, y quizá un fascista. Fácil y rápido.
Hace unos días, el Presidente Maduro anunció que «logró» desbaratar un eventual golpe de estado, que incluía un bombardeo del Palacio Presidencial con aviones a hélice. A medida que aumenta el grado de malestar, entonces aumentan las denuncias de intervención extranjera.
No es de extrañar entonces que quienes dan apoyo a la supuesta revolución bolivariana estén en una postura de confrontación frente a los Estados Unidos o la Unión Europea, aun cuando éstos muy poco tengan que ver con la actual situación económica que enfrenta la nación caribeña. Se ocupa a la revolución bolivariana como la revolución del pueblo, cuando éste escasamente incide en la toma de decisiones. Se alaba a la revolución bolivariana porque ahora – supuestamente – las clases populares son protagonistas y con mejor calidad de vida. Protagonistas serán, pero viven en la nación más violenta del continente, con un desabastecimiento importante, una de las tasas de inflación más grandes del mundo y un Estado en franca recesión. Y eso no es culpa de Estados Unidos o de un enemigo externo: es consecuencia de una pésima política fiscal, orientada a cumplir promesas de campaña a costa del bienestar social.
Estar en contra de las políticas aplicadas en Venezuela, no lo convierten a uno en un adulador de los Estados Unidos. Criticar la detención y encarcelamiento de un civil a través de Servicio Bolivariano de Inteligencia, no lo convierten a uno en un fascista. Quienes parecen ser fascistas, son quienes permiten el arresto de civiles en cárceles militares, quienes suprimen a la oposición aún cuando la ley permita la libre expresión. Fascistas son quienes intervienen tribunales y remueven a jueces que no dicten sentencias a fines. Pero no es una sorpresa, cuando se trata de quienes se enfrentan a los Estados Unidos, entonces es democracia. Quizá ahora estemos viendo un nuevo tipo de fascismo. Un fascismo chavista.
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