“Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles”. Al decir de Brecht, Nelson Mandela fue uno de esos últimos.
Hoy no voy a hablar sobre la biografía de Nelson Mandela, ni de sus acciones específicas por dos razones: la primera es que no soy para nada experto en su biografía, ni en la Sudáfrica del siglo XX. La segunda razón es que quiero hablar precisamente desde fuera de la figura concreta, histórica de Mandela; quiero hacer una pequeña reflexión de lo que esta persona significó, y significará siempre, para la humanidad, de lo que hace a su persona un valor universal, de lo que, al decir de Brecht, lo hace imprescindible.
Los grandes acontecimientos, los grandes personajes llegan muchas veces como simples episodios de la historia a las personas comunes. Reducidos a anécdotas lejanas, y no sólo geográficamente, llegan a los oídos de millones de personas alrededor del mundo. Sin embargo hay ciertas cosas que resuenan de forma distinta y que llaman a leer dos veces el mensaje, a mirar un poco más allá. La historia de Mandela es una de esas historias.
En todo este proceso evidentemente la película de Clint Eastwood, Invictus, acercó la figura de Nelson Mandela al público general, al joven, al viejo, a la persona sencilla que sin tener mucha más información del contexto histórico en que transcurre la película, logra echar un vistazo a la historia de este particular hombre.
Probablemente el mensaje más poderoso que nos muestra la película, y también el mismo Mandela, sea el del hombre que estuvo 27 años en prisión y que salió sin rencor, sin odio, dispuesto a perdonar a los que lo habían encerrado y a construir junto a ellos una nueva Sudáfrica. Mandela nos recordó que no obstante en un pueblo puede haber opresores y oprimidos, todos son igualmente parte de éste. Nos mostró que luchar por la igualdad no implica revanchas ni rencores, sino todo lo contrario: implica entender al otro como un igual, respetarlo como un igual, ponerse en su lugar y superar el odio y la división, pues es eso mismo lo que produce injusticia. Mandela comprendió que la igualdad no es doblarle la mano al que está por encima, sino tomársela y crecer junto a él como dos hermanos. Esto es lo que hace universal a Nelson Mandela. Su lucha por una democracia plena, una democracia que no busca ni la marginación ni la opresión de ningún grupo, sino que entiende que la justicia es un valor para todos y que se basta a sí misma.
Mandela nos envía un mensaje muy complejo y poderoso: cualquier grupo, blancos, negros, ricos, pobres, si pretende luchar sólo para asegurar sus intereses sin importarle el de los demás, no está buscando la igualdad ni la justicia. La búsqueda de la igualdad no se hace sólo por el oprimido, sino que debe hacerse por todo el pueblo, incluyendo al opresor, debe hacerse en nombre de la justicia y no sobre la base de la venganza ni el sectarismo. Es una especie de recordatorio de lo que Jesús en su tiempo dijo, que nadie debe odiar a su enemigo, debe amarlo tal como se ama a un amigo.
Mandela comprendió que la igualdad no es doblarle la mano al que está por encima, sino tomársela y crecer junto a él como dos hermanos.
Es por esto que la figura de Nelson Mandela resuena de forma diferente en los corazones de quienes oyen su historia, por eso cualquier persona puede leer su mensaje. Por esto la humanidad le está agradecida, por eso vivirá siempre en los corazones de todos quienes luchan por un mundo justo, donde reine la igualdad y el respeto, donde se logren unir los tres grandes ideales de nuestra Edad: La Libertad, la Igualdad y, por supuesto, la Fraternidad de todos los hombres sobre la tierra.
“Si quieres hacer las paces con tu enemigo, tienes que trabajar con tu enemigo. Entonces él se vuelve tu compañero”. Nelson Mandela (1918-2013)
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Foto: Wikimedia Commons
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