La muerte del caudillo venezolano demuestra, al mismo tiempo, la atracción de su figura y las fragilidades de su obra, pero la posibilidad cierta de que el candidato ungido por el comandante será elegido, asegura un período de continuidad donde se juegan opciones de disolución o éxito.
Maquiavelo decía que un príncipe era hegemónico si lograba fundar un régimen que perdurara más allá de su propia muerte. El comandante Hugo Chávez Frías logró transformar a Venezuela y gobernar durante 14 años, pero una vez desaparecido físicamente, comienza una nueva etapa donde se verá si sus partidarios pueden consolidar el proyecto.
Hacer realidad ese objetivo va más allá de convertir las ideas y el carisma del líder en una corriente social y política de largo alcance, situación que, aunque les pese a sus adversarios, ya se produjo, porque nadie que pretenda entender cabalmente el proceso y sus consecuencias, puede negar que el chavismo se ha levantado como un dato estructural de la realidad venezolana, independiente del plazo que se le conceda o de la continuidad que se le asigne.
Aquí el factor que complejiza el cuadro es la “República Bolivariana”, un conjunto de instituciones cuya estabilidad y arraigo constituyen la diferencia fundamental entre una experiencia singular, por importante que esta sea, y un sistema con la suficiente legitimidad popular para sustentar su permanencia en el tiempo.
La comparación con el peronismo también es válida en este caso. Los acontecimientos del 17 de octubre de 1945 demostraron la profundidad del vínculo entre los sectores populares movilizados en defensa del entonces coronel Juan Domingo Perón y el movimiento que por la vía de la ocupación de la Plaza de Mayo no solo recibió un bautismo simbólico, sino que se transformó en el hecho fundamental de la política argentina hasta el día de hoy (68 años más tarde). Sin embargo, el golpe de 1955 derogó la Constitución de 1949, inspirada en los principios del justicialismo, impidiendo que dicha tendencia se concretizara en un régimen formal.
La muerte del caudillo venezolano demuestra, al mismo tiempo, la atracción de su figura y las fragilidades de su obra, pero la posibilidad cierta de que el candidato ungido por el comandante será elegido, asegura un período de continuidad donde se juegan opciones de disolución o éxito. Todo depende de la habilidad del sucesor para superar los problemas de la coyuntura, aunar fuerzas en torno al programa, asegurar la unidad del chavismo, fortalecer el entramado institucional y hacer creíble una cierta promesa de que la oposición será Gobierno si respeta las reglas del juego, aunque el ánimo aparente sea distinto.
En la práctica, el término de estas experiencias vienen de la mano de golpes de Estado, guerras civiles o reemplazos más o menos traumáticos por la vía electoral, alternativas que en este caso no pueden descartarse, sobre todo tomando en cuenta que determinados poderes trabajan de manera activa para que se den las condiciones que permitan interrumpir el orden vigente.
Sin embargo, es difícil visualizar quienes pudieran ser capaces de arrastrar a las Fuerzas Armadas a una aventura golpista o que estuvieran dispuestos a dividirlas, causando un enfrentamiento interno de enormes proporciones que nadie en el entorno sudamericano está dispuesto a apoyar.
Por otro lado, la derrota en las urnas no necesariamente implicaría sustituciones radicales a las políticas implementadas, puesto que las conquistas obtenidas durante el ciclo bolivariano son asumidas y defendidas por importantes sectores, los cuales las consideran como la única respuesta posible a la crisis desatada por el neoliberalismo, aplicado en un escenario caracterizado por la corrupción de la antigua élite, y deslegitimado por la represión del descontento popular, episodio conocido como el “caracazo”.
En suma, los desafíos de los herederos de Chávez son complejos pero posibles de afrontar. La pugna entre Diosdado Cabello y Nicolás Maduro puede canalizarse a través de una sucesión ordenada entre ambos y, con ello, contribuir al fortalecimiento de la gobernabilidad, incluso si en algún momento la propia oposición se hace cargo del Gobierno, variando los énfasis pero sin alterar las bases del sistema. Lo contrario marcaría el fin de una etapa en la historia venezolana, aunque el resultado no evitará que la impronta del comandante Hugo Chávez siga presente.
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21 de marzo
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