La demanda marítima boliviana hacia Chile se arrastra desde hace más de cien años. El camino de avances y retrocesos sobre la problemática ha sido largo, sinuoso, infructuoso, entorpecedor, cansador y lo seguirá siendo de no mediar cambios sustantivos en la conducción de la política exterior de ambos países. El nuevo episodio de este mamotreto no arroja ninguna luz sobre posibles desenlaces felices. Sin embargo, refleja varios elementos que, de contratar a un buen equipo de guionistas, podrían hacer la historia más llevadera y alcanzar un final medianamente interesante.
Por si se perdió los últimos capítulos, además de la idea de Evo Morales de presentar una demanda ante la Corte de la Haya, hace unas cuantas semanas el gobierno boliviano decidió presentar un alegato ante la 41º Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA), a objeto de que la instancia se pronuncie formalmente respecto de su histórica demanda. La petición de Bolivia no fue atendida por los 33 países que componen el organismo regional, y solo instaron a los protagonistas a solucionar sus controversias de forma bilateral y pacífica.
Semanas más tarde, un grupo de militares bolivianos fueron apresados en territorio chileno a bordo de vehículos robados. Luego de un rápido proceso judicial y una vez regresados a su país, el Ministro de Defensa alegó el mal trato recibido por los uniformados, quienes más tarde serían condecorados por el presidente Evo Morales en virtud de su destacada labor en el combate al narcotráfico. Acto seguido, el gobierno chileno, que ya había manifestado su molestia por la incursión de los militares en su territorio, condecoró a los carabineros que arrestaron “heroicamente” al contingente boliviano.
Los capítulos descritos sugieren a lo menos dos grandes problemas desde la perspectiva multilateral. Primero, las relaciones interamericanas, conducidas desde la OEA, no han avanzado nada en términos de mecanismos efectivos de solución de controversias. La incapacidad del Organismo es patente, sus estructuras, mecanismos y tratados son propios de un contexto pasado, sus declaraciones no van más allá de las buenas intenciones e inclusive ha perdido terreno en el manejo de conflictos ante instancias poco –o recientemente- institucionalizadas como lo es el caso de UNASUR.
Segundo, los estados de la región mantienen lógicas excesivamente tradicionales en el manejo de los asuntos externos, con una centralidad en sus intereses más inmediatos. Además, la no interferencia en asuntos externos es un tema recurrente en las relaciones internacionales, donde conceptos como soberanía y legitimidad del Estado son percibidos como cuestiones inmaculadas, sobre todo en esta parte del orbe. En términos simples, a ningún país de América Latina le afecta en demasía el conflicto Chile-Bolivia ya que no afecta sus intereses directos, ni tampoco se vislumbra como una oportunidad para maximizar sus beneficios futuros. Ni siquiera Venezuela, que hace algunos años se hubiera pronunciado sobre el tema, ha apoyado la demanda boliviana como una forma de expandir su rango de influencia.
Los puntos anteriores no permitirán soluciones y avances en el corto, mediano o largo plazo, desde el multilateralismo o la acción de terceros países en el conflicto. En efecto, Bolivia no ha conseguido ningún avance en materia de salida al mar mediante su insistencia por la vía multilateral, aparte de una que otra reacción de Chávez, mientras que Chile ha manifestado insistentemente que este es un tema bilateral.
Sin embargo, el problema de la vía bilateral es un problema de negación de las partes. Bolivia reclama acceso soberano al mar y Chile no está dispuesto a ceder ni un solo pedazo de sus extensas costas. La reclamación poco estratégica boliviana y el inmovilismo chileno mantendrán las cosas tal cual están ya que los equipos que diseñan y asesoran las decisiones y estrategias sobre política exterior carecen de una visión de futuro. En el último tiempo, ni siquiera las partes se han concentrado en la búsqueda de beneficios mutuos, por ejemplo: enclave soberano y acuerdos sobre hidrocarburos, explotación pesquera, o acuerdos que apunten a una construcción paulatina de las confianzas y del reforzamiento de las relaciones vecinales. Por el contrario, el reciente episodio y las hermosas condecoraciones estampadas en los orgullosos pechos de los militares y policías, sugieren todo lo contrario: una “lógica” confrontacional, un círculo vicioso con demostraciones casi infantiles sobre quién tiene la razón, una pelea entre dos fanáticos (o energúmenos) de equipos de fútbol archirrivales.
Chile, quien constantemente ha argumentado que la demanda boliviana obedece a problemas de política interna, ha caído en el mismo juego -inclusive, además de las condecoraciones heroicas, un Intendente ha culpado de las alzas en los niveles de delincuencia en Santiago al gobierno vecino por fomentar el contrabando. Se podría empezar a caer torpemente en lo que precisamente se criticaba desde la parte chilena hacia Bolivia: la desviación de los problemas internos hacia problemas externos.
En definitiva, los problemas internos –agravados por los bajos índices de popularidad de los gobiernos de Piñera y Morales-, además de la inacción multilateral, no generan un futuro demasiado alentador para la relación de ambos países. La capacidad de improvisación de estos actores es cada vez más limitada y se manifiesta en gesticulaciones poco elaboradas y torpes en política exterior. Los guionistas y directores debieran preocuparse del final de la obra. Tengo entendido que las relaciones internacionales también son importantes.
* Gonzalo Álvarez Fuentes, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Santiago de Chile y la Universidad Diego Portales. Miembro de la Directiva de la Asociación Chilena de Ciencia Política.
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3 Comentarios
esasinomas
Gonzalo Una pregunta ¿En que nos perjudica la devolución del mar a Bolivia?