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Ayudemos a Cuba a ganar la libertad

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 Fue un gran logro en el campo de los derechos humanos que el régimen cubano accediera a liberar a una cincuentena de presos políticos luego de las gestiones efectuadas por la Iglesia Católica cubana y el gobierno de España. Sin embargo, el mayor mérito de este triunfo humanitario corresponde a las Damas de Blanco (esposas, madres y hermanas de los presos), que se manifestaron en las calles de La Habana una y otra vez, pese a los insultos y agresiones, y por cierto a dos hombres de inmenso coraje, el obrero Orlando Zapata, que murió luego de una larga huelga de hambre de protesta, y el sicólogo Guillermo Fariñas, que estuvo a punto de morir también después de una huelga de 130 días. 

Aunque es temprano para sacar conclusiones políticas de la liberación de los presos, algo parece estar cambiando en Cuba. Son numerosos los signos de ello. Si hasta un hombre políticamente tan acomodaticio como Silvio Rodríguez ha pedido transformaciones en su país, quiere decir que los vientos del cambio empiezan a soplar con mayor intensidad. En realidad, muchas voces empiezan a alzarse en la isla para exigir el derecho a asociarse libremente, instalar un pequeño negocio, publicar opiniones distintas a las oficiales, entrar y salir del país, etc., todo lo cual revela que el miedo empieza a retroceder. Hasta el diario oficial “Granma” se hace eco de las penurias económicas de la población, o del burocratismo estatal que no satisface las necesidades de vivienda, transporte, salud, etc.

Son abrumadores los signos de esclerosis del régimen de los Castro. Un reflejo elocuente de ello es el estado de postración de la economía cubana, caracterizada por su improductividad. No hay cómo esconder el fracaso de las fórmulas aplicadas por más de medio siglo por un régimen que, copiando el modelo soviético que se hundió estrepitosamente después de 70 años, maniató la capacidad de emprendimiento de los cubanos y concentró en el Partido-Estado todas las decisiones, con resultados desastrosos.

En los primeros años después del triunfo de la revolución, la mayoría de los cubanos se ilusionó con la posibilidad de que se terminaran las injusticias sociales y económicas. Esa mayoría quería dejar atrás los malos recuerdos de la dictadura de Fulgencio Batista y vivir en una sociedad libre e igualitaria a la vez. Fueron significativas las conquistas de la primera etapa (erradicación del analfabetismo, ampliación del acceso a la educación, atención de salud asegurada, etc.), pero todo ello se produjo, hay que recordarlo, en el marco de un sistema implacable ante cualquier manifestación de disidencia. Terminaron ciertas injusticias y se generaron otras; desapareció una casta gobernante y surgió otra, con rasgos mesiánicos y dispuesta a controlarlo todo.

Si en algo ha sido muy hábil la dictadura de los Castro ha sido en cultivar su propia leyenda. Le sirvieron, sin duda, las hostilidades de los gobiernos norteamericanos en los años de la Guerra Fría, lo que incluyó el embargo económico. Así, el régimen mostró a la isla como una fortaleza sitiada y necesitada de apoyo. La amenaza exterior le sirvió para aplastar cualquier discrepancia. En realidad, nunca hubo un bloqueo propiamente tal. En este medio siglo, Cuba ha comerciado con Canadá, México, Europa, China, América Latina, etc. La excusa del “enemigo a punto de atacar” ya no sirve, ni tampoco culpar a otros por los fracasos.

Sin embargo, hay gente de izquierda que, honestamente, sigue creyendo en la leyenda de que el régimen de los Castro encarna “la buena causa”, pese a todas las evidencias en contrario. No obstante, llegará el momento en que se conocerán en detalle los enormes sufrimientos que ha habido en la isla durante los años del poder de una camarilla que proclama a cada paso que representa al pueblo, pero sin dejar que este se exprese. No hay excusas para validar la permanencia de un régimen anacrónico que es lo más parecido a una monarquía absoluta.

Después de 51 años de régimen castrista, la mayor aspiración de miles de jóvenes cubanos es emigrar a Estados Unidos, España, México o cualquier otro país donde puedan sentirse libres e iniciar una vida nueva. A Chile han llegado, por diversas vías, más de tres mil cubanos que residen de modo permanente y trabajan en sus especialidades.

         ¿Existe la posibilidad de que la cúpula gobernante se allane a iniciar una apertura política? El realismo indica que hay que caminar en esa dirección ahora mismo. El inmovilismo no es una alternativa. Hasta por razones biológicas –Fidel tiene 83 años y Raúl 79- es imprescindible iniciar una transición. La pregunta es si los viejos gobernantes vencerán sus propios temores y saldrán de las trincheras para dialogar con su propio pueblo.
 
Negarse al cambio democrático sería una manifestación de completa ceguera. ¿Ganar tiempo para efectuar cambios menores? ¿Copiar el modelo de China, con capitalismo de Estado y grandes inversiones extranjeras, sin afectar el monopolio político del Partido Comunista? En realidad, no hay tiempo para nuevos experimentos. Y es probable que un sector del propio régimen así lo entienda.
 
Para evitar que Cuba se deslice hacia el revanchismo y el ajuste de cuentas, como el que podrían propiciar los grupos ultraderechistas de Miami, es indispensable un pacto entre los reformistas del régimen y los grupos democráticos de dentro de la isla, que posibilite generar un clima favorable al reencuentro de todos los cubanos en un marco de libertad. Habla muy bien del espíritu que anima a los líderes opositores internos –entre los que destacan Elizardo Sánchez, Oswaldo Payá, Vladimiro Roca, Marta Beatriz Roque, Manuel Cuesta Murúa y otros-, el hecho de que hagan suyo este lema: “Nunca más paredón”.
 
Raúl Castro se equivocaría gravemente si creyera que los cubanos se conformarán con tener un mayor acceso a los bienes de consumo. Lo que en realidad quieren es ejercer el derecho inalienable a controlar sus vidas, tomar decisiones por su cuenta, asociarse y reunirse sin coacciones, opinar sobre el rumbo de su país, comunicarse con el mundo y, por supuesto, elegir a sus gobernantes.
 
Es obvio que los cambios no pueden producirse de la noche a la mañana, pero la comunidad internacional tiene el deber de alentar las modificaciones que permitan poner las bases de un Estado democrático. Al adherir hace dos años a los pactos de derechos humanos de la ONU, el régimen cubano se comprometió en los hechos a dar pasos concretos hacia el pluralismo y la tolerancia. Ello hace insostenible la existencia de un Parlamento formado sólo por personas obedientes.
 
No existe un manual de transiciones. Los cubanos tendrán que hacer su propio camino. Pero necesitan, en cualquier caso, de una gran solidaridad. América Latina debe ayudar a que en Cuba se produzca una transición no traumática. Eso implica alentar al gobierno de La Habana a impulsar reformas de fondo para dejar a las nuevas generaciones una nación libre y reconciliada.
 
Las corrientes chilenas de izquierda y centroizquierda no pueden vacilar –por razones “ideológicas”- respecto de la necesidad de solidarizar con las demandas de los sectores democráticos de la isla. Hay que ayudar a tender puentes entre quienes gobiernan y quienes están en la oposición. Sólo así surgirá una Cuba plural, en la que se restablezca el principio de la soberanía popular.
 
No podemos ser indiferentes respecto del futuro de Cuba. Debemos ayudar, de una u otra manera, a que su pueblo avance hacia la libertad, la paz y el derecho. Eso no significa desconocer el principio de autodeterminación de los pueblos. Pero, para que tal autodeterminación sea posible, se requiere que los cubanos no sigan siendo rehenes de quienes están en el poder. Se trata precisamente de que recuperen el derecho de autogobernarse.

Fotografía: Cuba pa-pa! Licencia: by-nc-sa

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Comentarios

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31 de julio

Todavía sorprende como a mucha gente de nuestra izquierda le cuesta aceptar que Cuba es una dictadura y que los derechos humanos, como mínimos morales producto de un proceso republicano, laico e internacional, deben ser una vara con la que medir a todas las culturas, todas las circunstancias y todos los regímenes. Los derechos humanos son el límite de la tolerancia, de la comprensión, de la autonomía. Traspasados estos límites no se puede titubear en su defensa.

Así como no fue buena la dictadura militar en el Cono Sur, ni lo es la dictadura religiosa en Irán tampoco es buena la dictadura para los cubanos. Han pasado muchos años desde el fin de la guerra fría para que sigamos comulgando con ruedas de carreta. El socialismo no se define por la estatización de los medios de producción, ni por la estética revolucionaria; se define por el intento honesto de búsqueda de la felicidad, en base a la igualdad, libertad y fraternidad, de las grandes mayorías. Cuba claramente no esta en ese camino.

Princess

17 de julio

Nana, que puedo decir que no este dicho ya? 1ro. La universidad te dara los lieitmnenaos para tu trabajo, nada me1s.2do. Si te gusta el idioma puedes seguir estudiandolo sin necesidad de estar en esa carrera.3ro. Puede que algunos cursos no te agraden, y que necesites me1s de 4 af1os para acabar la carrera, pero eso no se notare1 cuando salgas a la calle a trabajar.4to. Habla con tus padres sobre esto, ellos te conocen mejor que nosotros, y comprenderan si decides seguir por otro camino. (La universidad puede hacerte ganar un trabajo mejor pagado, pero no un trabajo ideal).

27 de enero

Vives en Miami ,Sergio Muñoz ? Si eres chileno , has analizado el «sistema» imperante ? Eres politólogo o sólo amateur ? porque
siendo amateur , veo en tu impronta un fundamentalismo gusano
tan Miami (donde viví casi siete años) que me recuerda a los
veteranos de playa girón. Con todo respeto.

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