Más allá de lo irresistible que se hace comentar sobre el actual escalamiento en la península coreana, se hace necesario tener en consideración varios aspectos históricos, culturales e idiosincráticos de esta emergente nación en el concierto internacional, tristemente dividida por visiones radicales del mundo que, sin embargo, se sustentan en un ideario común.
Primeramente, está la cuestión de la “nación coreana”. Pese a la radical diferencia entre sus regímenes políticos, ambas Coreas comparten un mismo pool genético. Los coreanos son una de las poblaciones más homogéneas del mundo: prácticamente no existen minorías étnicas en la península, y las diferencias lingüísticas no pasan de cierta variedad de acentos y dialectos menores, sin conformarse un tronco idiomático distinto dentro de su territorio.
Entérminos estrictamente geográficos, la península coreana estádividida casi equitativamente entre ambos países. Mientras Corea del Sur presenta un área total de 100,210 kms.2, Corea del Norte controla 120,540 kms.2. Demográficamente, sin embargo, Corea del Sur literalmente dobla en población a su conflictivo vecino: poco más de 50 millones de surcoreanos colindan con 24.554.000 norcoreanos.
Durante gran parte de su historia, la península coreana no estuvo precisamente unificada, siendo la excepción el establecimiento del reino de Joseon, que veremos más adelante. En el siglo primero de la era cristiana florecieron tres reinos que disputaban entre sí: el más poderoso militarmente y extenso, Goguryeo, se encontraba al norte. Lo que hoy es Corea del Sur estaba dividido entre los reinos de Silla y Baekje. Mientras Goguryeo se concentraba en expandir sus fronteras y mantener a raya a los chinos y mongoles, los reinos del sur – sobre todo Baekje – se constituían en entidades firmemente establecidas, prósperas y civilizadas, manteniendo una intensa actividad comercial entre sí, además de acercarse económicamente a China y Japón.
Ya en esta época tenemos entonces un Norte guerrero versus un Sur propenso al avance cultural y económico. En el siglo XIV de la era cristiana, y tras intensos conflictos entre los reinos, nace laprimera entidad unificada en la península, el reino de Joseon. Durante esta época de oro de la nación coreana, se asentaron las actuales bases societarias, culturales y lingüisticas de su población hoy separada. Si existe una figura histórica capaz de enorgullecer a norcoreanos y surcoreanos por igual, sería el cuarto rey de Joseon, Sejong el Grande (r. 1418-1450) quien dotó al pueblo coreano de notables avances científicos y un alfabeto propio, el Hangul, usado hoy en día por ambos países en conflicto.
La decadencia de Joseon, sin embargo, llegaría cuatro siglos después: la decisión de los gobernantes de Joseon de cerrarse completamente a la creciente influencia occidental llevó a la pequeña asiática a ser conocida como el “Reino hermitaño”. Este enclaustramiento voluntario y desesperado por parte de Joseon frente a la“contaminación cultural” foránea está por cierto claramentepresente en la doctrina juche de Corea del Norte, que sustenta su particular relación con el mundo hasta nuestros días.
En coreano, la palabra “han” (한) es clave para entender el sentir coreano frente a su pasado, presente y futuro. De difícil traducción e interpretación, “han” dice relación a un fuerte sentido de injusticia no vengada, de lamento frente a las desdichas históricas que han penado sobre los coreanos durante siglos.
La estocada mortal en el corazón de una única Corea vendrá en el siglo XIX con la brutal anexión japonesa e la península, que se extendió hasta la Segunda Guerra Mundial. La cultura local fue aplastada de tal forma que su idioma fue proscrito, sus riquezas naturales dominadas por extranjeros, y su orgullo histórico obliterado de raíz. El rencor, pasión desmedida y sentimiento de impotencia frente al amargo destino de ser vecino de Japón y China – y posteriormente ser desgarrado en una abierta lucha fraticida durante la Guerra de Corea – alimentaría en el pueblo coreano un sentimiento que perdura hasta nuestros días.
En coreano, la palabra “han” (한) es clave para entender el sentir coreano frente a su pasado, presente y futuro. De difícil traducción e interpretación, “han”dice relación a un fuerte sentido de injusticia no vengada, de lamento frente a las desdichas históricas que han penado sobre los coreanos durante siglos. Quienes hayan asistido algún filme surcoreano contemporáneo, como Old Boy (2003) por ejemplo, podrán sacar algo en limpio de este concepto. “Han” es una potente mezcla de conmiseración, rabia, angustia, pánico y desgarro del alma. Hay quienes describen este sentimiento como una característica universal de la experiencia coreana: no hay coreano que no haya sido criado en tal amargo sentir durante todos estos siglos.
El fuego interno que aún mantiene herido el sentir más profundo del coreano existe hasta nuestros días. Lo vemos en Corea del Sur, que ha logrado establecerse como una potencia cada vez más relevante en términos económicos, pero que ha soportado la incómoda pero necesaria presencia occidental, no salvándose de grandes manifestaciones y protestas en su contra, dejando decenas de miles de muertos tras varias dictaduras consecutivas post-Guerra de Corea. Lo vemos más aún en Corea del Norte, que se ha empapado del aislacionismo, beligerancia y tozudez que caracterizó al reino de Goguryeo casi dos milenios atrás. Y lo que es más triste, vemos ese ardor virulento y compulsivo siendo lanzando entre ellos mismos, incapaces de lograr comunicación alguna más allá de un eterno cese al fuego de teléfono rojo y misiles chocando punta con punta.
¿Quién podrá volver a unificar en paz a Corea tras siglos de fracturas expuestas y profundos traumas psíquicos colectivos? Depositamos nuestra convicción de que la notable capacidad de reconstrucción y desarrollo cultural de este particular pueblo asiático se sobreponga a toda expresión de odio fraternal que nubla su porvenir, teniendo como modelo histórico al gran rey Sejong y su sueño de una Corea única y próspera.
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