#Género

Violencia y acoso en el mundo del trabajo

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#MeToo, movimiento social en contra del abuso sexual y de poder, ha abierto una serie de conversaciones sobre las relaciones de poder y la violencia en diferentes contextos.  El efecto democratizador de los casos presentados nos ha facilitado reconocer la violencia naturalizada y tomar acción al respecto.

Un ejemplo de acción concreta es lo ocurrido entre el 28 y 6 de junio, en la 107 Conferencia Internacional del Trabajo de la OIT. En ella, el organismo enfatizó en la importancia del tripartismo – alianza entre gobiernos, empleadores y trabajadores-, el diálogo social, junto con avanzar en iniciativas para mayor igualdad de género.

Sobre el último punto, la OIT propone progresar hacia una nueva economía del cuidado, reforzar el control de las mujeres sobre su propio tiempo, reconocer el justo valor del trabajo de las mujeres, reforzar su expresión y su participación, además de poner fin a la violencia y el acoso.

Una de sus comisiones discutió sobre “violencia y acoso en el mundo del trabajo”. Entre sus puntos, se trazó que la violencia y el acoso deberían abarcar situaciones que ocurren en el transcurso del espacio laboral, vinculadas a él o que resulten del mismo.

Por tanto, debiéramos pensar en el trabajo desde una perspectiva más integral, en que los trayectos, junto con los espacios en que deben estar los trabajadores, también deben ser resguardados por el o los empleadores.

En la misma línea, la citada Conferencia reflexionó sobre quienes pueden ser víctimas o victimarios en el trabajo, planteando si junto a empleadores y trabajadores, también podría considerarse a clientes, proveedores o usuarios.

Debiéramos pensar en el trabajo desde una perspectiva más integral, en que los trayectos, junto con los espacios en que deben estar los trabajadores, también deben ser resguardados por el o los empleadores.

Esto nos compromete en términos más amplios, en que sancionar acciones de violencia o acoso son el “desde”, interpelándonos a reflexionar sobre la cultura organizacional de las organizaciones que validan o establecen vínculos violentos, naturalizando en la cotidianeidad tratos que incluso pueden ponerse en tela de juicio desde el enfoque de derechos. Cuando esto es acompañado de abuso del poder, es posible que se identifique una coherencia organizacional en que la violencia se diluya en el trato cotidiano en los equipos de trabajo.

Quizás, lo más esperanzador del trabajo liderado por la OIT es el inédito consenso de los países en avanzar hacia normativas que permitan sancionar con mayor rigurosidad prácticas inaceptables dentro de contextos laborales.

Desde las favorables consecuencias de #MeToo que ha facilitado conversaciones, esperemos que nuestro país desde sus políticas públicas tome una postura mucho más proactiva al respecto, actualizando con fuerza sus normativas, por el bien de las trabajadoras y trabajadores.

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Ursula Schulz

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