Dado el impacto internacional que ha tenido la performance “Un violador en tu camino”, creada por la colectiva Lastesis de Valparaíso, me parece oportuno plantear esta interrogante.
¿El texto o el enunciado de la performance puede ser considerado como un texto de poesía? Si tal fuera el caso, ¿sería solo poesía o debería tener el apellido de militante o feminista? Así las cosas, ¿estaríamos frente a un texto de propaganda política, como un panfleto y no frente a uno de poesía? ¿Un panfleto puede ser poesía?
Estas inquietudes nos conducen hacia el viejo debate sobre qué es la poesía o el arte y quién dictamina eso y bajo qué cánones. En el año 2016, el cantante estadounidense Bob Dylan recibió el Premio Nobel de Literatura, con este acto se reabrió la discusión. Uno de los argumentos que esgrimió la academia sueca para darle el galardón era la identidad y universalidad que se desprendía de sus canciones. Que el máximo galardón de las letras fuera entregado a un músico, sin duda, podía ser interpretado como una forma de ampliar los límites acerca de qué es el arte (o las bellas artes y lo poroso que pueden ser sus bordes).Tal como en la antigua Grecia se tocaba la lira -de allí el concepto lírico- y se recitaban poemas para reunir a las personas en el centro de la polis, hoy nos juntamos niñas y mujeres de todo el mundo para cantar la poética de la denuncia: “Y la culpa no era mía”.
Como es sabido, la performance “Un violador en tu camino” ha sido replicada en diferentes países y el texto ha sido traducido a varias lenguas e incluso adaptado a distintas realidades. El impacto global demuestra que el tema de la violación y la violencia contra las niñas y las mujeres, tristemente, también traspasa las fronteras. Si bien el discurso está situado en el contexto del estallido social chileno, su alcance global manifiesta una lírica que las niñas y las mujeres utilizan para denunciar experiencias de violencia, que también parecen universales, donde la expresión más brutal es la violación o la muerte, por el hecho de ser mujer.
Los textos, los discursos y el arte son un reflejo de los imaginarios simbólicos de cada civilización. A través del lenguaje los seres humanos construimos y deconstruimos nuestra realidad y los mitos, las fantasías y los miedos que conforman nuestra cultura. De hecho, el tema de la violación ya aparecía en antiguas leyendas griegas y también está presente en libros religiosos, como la biblia. En el ámbito de la escritura, tanto la violencia contra las niñas y las mujeres como la violación se pueden hallar en textos de los considerados “grandes” de la poesía chilena.
Por ejemplo, el poeta Pablo de Rokha en su poema “Canto de la fórmula estética” hace una metáfora con el asesinato de los vientres de las niñas: “Daba ganas de asesinarlo,/como a las manzanas,/o a guatita de mujeres adolescentes”. Y en “Matemática del espíritu” se refiere a la mujer como un objeto que debe ser controlado: “Al poema, como al candado, es menester echarle llave;/ al poema, como a la flor, o a la mujer, o a la actitud”. Su poesía fue reconocida con el Premio Nacional de Literatura en el año 1965. Por su parte, el poeta Pablo Neruda, que recibió el Premio Nobel de Literatura en el año 1971, describe una escena de violación en clave autobiográfica en su libro “Confieso que he vivido”:“El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme”. Desde el punto de vista simbólico poco importa si este suceso fue real o ficticio, lo relevante es el imaginario que inspira al autor y que subyace en su escritura.
¿Estos textos o esta poesía deberían tener el apellido de misóginos? ¿Podrían ser considerados como panfletos patriarcales? ¿Cuando se premia o se lee en las escuelas a estos escritores podríamos decir, tal como sugiere Rita Segato -una de las teóricas que inspiraron a Lastesis-, que vivimos en “la cultura de la violación”?. Me atrevo a decir que sí, por eso no es casual la resonancia global de la performance “Un violador en tu camino”, nos comprueba que a pesar de ciertos avances en algunos países, todavía vivimos en una civilización que nos violenta desde el nacimiento y, para colmo, niega o minimiza ese maltrato. El texto de la performance es una lírica feminista. Tal como en la antigua Grecia se tocaba la lira -de allí el concepto lírico- y se recitaban poemas para reunir a las personas en el centro de la polis, hoy nos juntamos niñas y mujeres de todo el mundo para cantar la poética de la denuncia: “Y la culpa no era mía”.
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