Tuve la suerte en Inglaterra de tener compañeras de clase musulmanas que utilizaban burka. Durante tres meses sólo conocí la voz y pestañas de estas estudiantes. Ellas, pudientes señoritas de Arabia Saudita, se estaban preparando para estudiar sus posgrados en ciencias, educación o religión en universidades británicas (nada relacionado con finanzas y negocios por supuesto).
Estas chicas muy inteligentes y preparadas estaban felices con sus burkas y matrimonios concertados, entre otras costumbres. Saben que al terminar el Phd en genética o estudios musulmanes, deberán trabajar en laboratorios solo para mujeres o enseñarán solo a personas de su mismo sexo en la universidad.
Mi visión es que son mujeres felices dentro de su burka, ya que según ellas, los grandes males del mundo no están en sus países gracias a sus estrictas costumbres. Por ejemplo, ellas aseguran que no existe la homosexualidad (catalogada como un mal por estas culturas) ni la promiscuidad dentro de los musulmanes. Están de acuerdo con la prohibición de manejar vehículos, están muy orgullosas de sus casi nulos índices de divorcio y creen fervientemente que la burka les permite que los hombres las observen como una igual, valorando su intelecto y no su belleza. Para ellas es casi un artefacto liberador, que les da la capacidad de ser apreciadas por sus pensamientos y aptitudes.
Pese a estudiar en Inglaterra, donde la juventud y las mujeres casi no conocen la palabra pudor, ellas solo se mezclan con occidentales lo justo y necesario. Por ejemplo en clases, pero no salen contigo a tomar un café o al cine, por lo que es muy difícil que ellas conozcan y reconozcan que la sociedad occidental no es la cuna de todos los vicios y males del universo.
Al igual que los esclavos antes de las corrientes abolicionistas, la mujer no tiene rostro, ni discernimiento; es su padre quien le escogerá al marido; es un chofer el que la llevará de compras; es el Gobierno el que le dará trabajo en un laboratorio de mujeres; es en la casa de sus suegros donde deberá vivir junto a su esposo e hijos, entre otras cosas.
Con todo, es su creencia, su religión, su idiosincrasia. Por eso siempre he estado en desacuerdo con las intervenciones bélicas Occidentales en Medio Oriente. Ellos son dueños de su territorio, de sus órdenes y desordenes. Sin embargo, algo muy distinto es validar la supresión de la mujer en territorio occidental.
Estoy profundamente de acuerdo con la nueva legislación en Francia, respecto a la prohibición del uso de la Burka en espacios públicos.
Un occidente que cree en la libertad femenina, que valida a la mujer como par, que respeta nuestros derechos, no puede continuar haciendo caso omiso del uso de una vestimenta que para nuestra cultura es un artefacto de supresión hacia la mujer.
Es por respeto a nuestros logros como sociedad, que esta nueva ley es tan importante. Por ejemplo, por respeto las mujeres occidentales que viajan a países como Arabia Saudita, deben usar Hiyab, chaqueta larga o falda larga, ya que si una occidental osa llevar mini falda o escote, es considerada prostituta y podría ocurrirle cualquier cosa, incluso ser detenida por la policía. Recuerden el caso de la Británica tomada presa en Dubai (2010) cuando denunció una violación. Fue encerrada porque había injerido alcohol y no era casada. Pero es su territorio, y nosotros nos adecuamos a sus leyes en su tierra.
Debo reconocer que el uso del Hiyab es respetable y por supuesto las musulmanas tienen todo el derecho a utilizarlo. Sin embargo la burka es un signo de opresión, que no por ser un tema cultural es bueno o aceptable.
La lapidación es normal para la ley Islámica, y no por eso occidente la acepta o valida.
Finalmente, como dijo el Diputado francés comunista Andre Gerin "Esconder la cara de la mujer es una agresión que va en contra de los valores republicanos… Es en el mundo exterior, en donde se goza de libertad bajo la mirada del otro".
* Lee también el contrapunto a esta entrada: Chocolate y burka, por Jorge Andrés Gómez
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Foto: Ed Yourdon / Licencia CC
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