Sin darnos cuenta, todos estos condicionamientos de género nos dictan la manera en que debemos conducirnos. Nos pueden limitar en el desarrollo personal, familiar, profesional y emocional, causándonos malestares o incomodidades.
Se habla de los temas de género, estereotipos, roles equidad, violencia y sus repercusiones en la sociedad, pero ¿Para qué? ¿Cuál es el fin de discutir estos asunto? y ¿Qué tienen que ver conmigo?
Primero, hay que saber que estos temas ya están insertos en nuestra vida, incluso antes de nacer cuando, nuestros padres respondían a la pregunta: “¿Qué te gustaría que fuera?” seguro no faltaba la persona que decía: “¡Una niña, porque son más tranquilitas!», alguien más aseguraba: “no, mejor un niño, ¡son más fuertes!”
Así de sencillo nos “ponen” características y comportamientos por pertenecer a un SEXO; esto es, por ser nacer biológicamente mujeres u hombres. Quienes tienen cromosomas XY “deben ser fuertes” y “no llorar”; quienes nacen con el par XX “deben obedecer” y “quedarse calladas”.
Luego, cada día de nuestra vida, recibimos estímulos estereotipados de lo que “deben ser las mujeres” y lo que “deben ser los hombres”. Estos aprendizajes provienen de nuestro propio entorno, primero; luego, desde muy temprana edad somos expuestos, de manera consciente e inconsciente, a los medios de comunicación que reproducen conductas sexistas y misóginas hacia las mujeres. Programas de televisión, anuncios en periódicos, espectaculares, contenidos en internet, reproducen infinitamente escenas de agresiones y desprecio por las mujeres.
En la intimidad del hogar y sus pláticas cotidianas se refuerzan los atributos deseables en una mujer: que sea hogareña, cuidadora, sumisa, cariñosa, que no se queje. Pobre de aquella fémina que quiera desempeñar un “trabajo de hombres” o dejar su casa para acceder a la esfera profesional, ya que será blanco de críticas y desprestigios.
Sin darnos cuenta, todos estos condicionamientos de género nos dictan la manera en que debemos conducirnos. Nos pueden limitar en el desarrollo personal, familiar, profesional y emocional, causándonos malestares o incomodidades.
En las últimas décadas las mujeres, principalmente de los países occidentales, hemos logrado acceder a campos antes vetados a nosotras por “ser mujeres”. Se han obligado a algunos cambios sociales que no acaban de ser aceptados por todos. El conservadurismo es el fantasma que recorre al mundo, logrado retroceso en temas como anticoncepción, aborto y derechos de las minorías.
Se mantiene la crítica al varón que de manera voluntaria comparte los quehaceres del hogar y cuidados de la descendencia, es calificado de: “mandilón”, “poco hombre” y, por supuesto que es motivo de burlas en su entorno.
Entonces, si los dictados de género ya están muy establecidos, ¿para qué cambiar?, por que estos roles ya no funcionan. Así de claro, lo que se espera de una mujer ya no es lo que las mujeres deseamos para nosotras, ni para nuestras hijas. No queremos estar de modo exclusivo dedicadas a la casa, la familia y el marido; hoy revindicamos el derecho a tener una vida propia sin que eso implique que se nos juzgue de egoístas, malas madres o causantes de la decadencia social.
Para los hombres, supongo porque no lo sé, debe ser agotador cargar sobre sus espaldas sólo de su persona, sino la responsabilidad de una mujer a la que, de acuerdo a la visión tradicional y patriarcal, debe mantener, cuidar y proteger como si fuera menor de edad.
Al establecer nuevos modelos de parejas, podemos relacionarnos dos personas llenas de capacidades, dos personas con dos manos para trabajar y dos pies para caminar el sendero que elijan por su propia voluntad.
Conversar los temas de género nos da la oportunidad de reflexionar, primero; y luego redireccionar nuestras vidas de manera más satisfactoria, provechosa y feliz, compartiendo mujeres y hombres las oportunidades de desarrollarnos y complementarnos, lejos de los dictados rígidos de lo que se espera de una mujer y de un hombre.
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