¿Qué tal si la próxima vez que estemos en una de estas situaciones mandamos al carajo la corrección política y nos hacemos escuchar? Quien dice que ser directo sale caro es porque no ha calculado el costo del silencio.
“Déjeme decirle…para mí, los homosexuales son una total aberración. Son tan desagradables y sólo andan pensando en sexo todo el tiempo.”
Estas fueron las palabras que alcancé a oír mientras dos personas ya bastante entradas en años—una muy cercana y la otra no tanto—conversaban. El tema era la discusión que la Corte Suprema de los Estados Unidos estaba teniendo con respecto a dos casos pertinentes a la constitucionalidad de permitir los matrimonios entre personas del mismo sexo en ese país. Mientras la conversación avanzaba, peor se ponía la cosa.
“No sé cuál es la gana de querer casarse la que tiene esa gente…ya la gente votó que no en California y siguen necios.”
“Esa gente.” No son seres humanos con sentimientos, sueños, deseos, alegrías y tristezas como todos, sino “esa gente.” La incapacidad de ponerse en el lugar del otro y juzgar con autoridad sobre lo que se ignora en su máxima y más detestable expresión. Comienzo a sentir como se me empieza a calentar la cara.
“¿Por qué no entienden que eso no es natural? No es de Dios, Él creó al hombre y a la mujer, no esa cosa enferma que ellos quieren meterle a todo el mundo y destruir a la familia y la sociedad.”
Se me calienta más la cara.
Existe una determinación platónica—de la que muchos sufren—de separar al mundo viviente en bonitas y perfectas categorías de masculino y femenino. La naturaleza, sin embargo, no se ajusta a tales caprichos. La selección natural, el proceso natural responsable de crear la diversidad de seres vivos que vemos a nuestro alrededor, construyó los sexos en una plétora de diferentes maneras, haciendo caso omiso de las expectativas binarias o dicotómicas de algunos.
¿Que la homosexualidad no es natural? Si no es natural, ¿por qué existe en unas 1.500 especies diferentes de animales? Especies bastante variadas, por cierto, que van desde los bonobos y todos los grandes simios (categoría que incluye a los humanos), a los delfines, las libélulas, los pingüinos (estos incluso son fieles toda la vida a una misma pareja homosexual) y las ballenas.
¿Destruir la familia? Esto es aun más estúpido. Al día de hoy, 11 países han adoptado el matrimonio igualitario: Países Bajos (2001), Bélgica (2003), España (2005), Canadá (2005), Sudáfrica (2006), Noruega (2009), Suecia (2009), Portugal (2010), Islandia (2010), Argentina (2010) y Dinamarca (2012). Sin embargo, el cambio comenzó hace más de 20 años. Desde la década de los 90, estos y otros países comenzaron con “uniones civiles”, “compañerismos domésticos”, “sociedades de convivencia” y “pactos civiles de solidaridad”, entre otros eufemismos y limitantes. Si fuera cierto que el matrimonio igualitario causa caos social, estos países debieran de estar sufriendo las consecuencias. Basta con darle un vistazo a las tablas del índice de desarrollo humano para darse cuenta que la realidad es totalmente distinta.
“Y ahí tiene al montón de estúpidos apoyándolos. ¡Qué horror!”
Sí, porque apoyar esa loca noción de que todos tienen derecho de amar a quien se les de la gana y de casarse con esa persona si eso es lo que desean, es de estúpidos. Como supongo que también fue de “estúpidos” apoyar el derecho de un hombre negro de casarse con una mujer blanca cuando esto era una “aberración.” También habrá sido de “estúpidos” apoyar el derecho de las mujeres al voto.
El hecho de que todas estas cosas hayan tenido que ser discutidas en las cortes, luego de décadas de grandes campañas de conscientización, marchas y protestas, es verdaderamente lamentable. Sin embargo, esta no es la tragedia a la que me refiero, sino a una aun mayor, a la que da, en buena parte, origen a este tipo de situaciones.
Mientras estaba sentado escuchando este carnaval de estupideces, quise muchas veces levantarme y hablar. Expresar mi opinión, señalar todas las idioteces y las falacias lógicas; evidenciar la intolerancia, el cretinismo, el fanatismo religioso y la ignorancia que yacen al fondo de todo lo que estaba escuchando. Pero no lo hice.
Y si tan siquiera tuviera una razón válida, pero no la tengo. Lo hice por “llevar la fiesta en paz,” por evitar un “pleito.” Para nuestra generación es bastante más cómodo guatemorfosearlo todo que hacer algo real al respecto. Si pasáramos menos tiempo sintiéndonos bien con nosotros mismos cambiando nuestra foto de perfil de Facebook e indignándonos moralmente en las redes sociales con amigos que ya piensan igual que nosotros; y más tiempo teniendo conversaciones incómodas con el tío racista, el primo súper evangélico, el amigo misógino o la tía homofóbica, probablemente ni siquiera sería necesario gastar tanto tiempo, dinero y esfuerzo en estas cosas. Si queremos cambio, tenemos que salir a buscarlo, no basta con sentarnos a esperar a que las personas que mantienen vivas estas opiniones se mueran.
Porque eso es lo único que estas campañas hacen por nosotros. Nos dan la ilusión de que hacemos algo, pero lo único que se hace es una gran masturbación mental y grupal, mientras afuera todo sigue igual. Ya ni siquiera ayudan a dar visibilidad, pues Facebook, Google y otros sitios clave del internet nos encierran en una pequeña y hermética burbuja de filtros en la que vemos una versión personalizada de Internet, adecuada a nuestros gustos, preferencias y forma de pensar, mientras que todo lo demás se queda afuera. En el afán de vendernos sus productos, estas empresas han hecho realidad aquello que decía Nietzsche: la mejor manera de corromper a la juventud es enseñarle a tener en más alta estima a aquellos que piensan igual que a aquellos que piensan diferente.
¿Qué tal si la próxima vez que estemos en una de estas situaciones mandamos al carajo la corrección política y nos hacemos escuchar? Quien dice que ser directo sale caro es porque no ha calculado el costo del silencio.
* Publicado originalmente en Guatemala Secular.
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