Yo no formaré una familia, pero todo mi apoyo está con aquellos que quieren formar la suya y atarse al mismo yugo que se atan los heterosexuales. Tal vez si el concepto de familia llamado tradicional se abre para legitimar otros lazos de amor, gente como yo podría formar una familia, pero, por favor, no me vendan la santidad del concepto de la familia heterosexual.
Hace una cantidad irrelevante de años, la mujer de mi hermano dio a luz a un pequeño varoncito que me robó el corazón. Mi hermano y mi cuñada rápidamente se dieron cuenta y por eso me explotaron descaradamente como niñera y yo acepté agradecida casi todas las veces. Así pasé de la niñera a la tía preferida, a la madrina no oficial – para escándalo de mi madre, mi hermano no bautizó a nadie – y a la tía que es amiga. Creo que ese es mi lugar ahora.
Mi madre inquiría cuándo iba yo a dignarme a formar mi propia familia, pero a pesar de que mi instinto maternal demostró estar en excelentes condiciones, decidí que no quería una familia con mis propios niños. Mi sexualidad no es impedimento: dado que me atraen por igual ambos sexos, la posibilidad de formar algo con el sexo que fecunda existe. Sin embargo, no quería condicionar mi vida al proceso reproductivo y transformarme en madre se me hacía una carga pesada; no gano demasiado dinero, por lo que la maternidad significaría para mí someterme económicamente a los dictámenes de un macho proveedor y no hay nada que me disguste más que eso; una cosa es un amante y un compañero y otra cosa es tener dueño.
Como dije arriba, me explotaban como niñera casi siempre, pero también tenía el derecho a decir que no con cualquier excusa: hay miles de excusas para las niñeras, pero no hay ninguna para las madres. Tengo amigas que son madres y que odian a sus hijos, no son muchas, son un par y de hecho estuve a punto de denunciar a una de ellas al Sename. Todas dicen quererlos, pero una mujer que supone malas intenciones en un niño de menos de tres años está enferma, y una mujer que le grita “huevón de mierda” a ese niño está todavía más enferma. Estoy hablando de gente de clase alta, no de una población perdida.
La familia, que debiera ser un nido de amor y un refugio, se ha transformado en una institución opresiva, en imposición social y en un recurso de discriminación. Nuestras sexualidades no son válidas porque según algunos no pueden constituir familia, como si esa fuera la única opción para vivir la vida y la realización del ser humano. Las campañas contra las sexualidades diversas se santifican en la defensa del concepto de familia al que llaman tradicional, pero que es una tradición que solo existe desde el siglo XIX, siendo que occidente existe hace muchos más años. La sexualidad de occidente siempre conoció variantes hasta que el cristianismo las guardó en el closet, reservándolas como privilegio del clero y santificando el abuso de lo más sagrado de las familias: los niños.
La gente ahora pone en sus autos unos autoadhesivos que representan familias ideales, a veces pienso que pondría en el mío uno con dos chicas tomadas de la mano, pero como no tengo auto, no puedo hacer eso. La familia tradicional es sinónimo de probidad, la gente decente son los hombres y mujeres de su familia, con lo que Chile reproduce cabalmente la filosofía de Vito Corleone en El Padrino. El resto de nosotros somos todos unos perdidos, unos degenerados que tienen la ocurrencia de pensar que el sexo es una herramienta de goce y recreación, en vez del sacrosanto acto de la procreación.
Pero ocurre que lo último que falta en el mundo es gente. Los expertos pronostican que las guerras del futuro serán por el agua potable. La gente que desvía su sexualidad hacia objetos no reproductivos, en rigor le hace un favor al mundo. Aunque ya no me queda demasiado tiempo de fertilidad segura, a veces pienso que la única razón para tener un hijo sería el hecho de que solo la derecha y la gente pobre se reproduce, pero después recuerdo que ni las ideas ni la pobreza son necesariamente hereditarias.
Al no ser una mujer de su familia, claramente no puedo ser considerada una mujer de bien, lo que explica el apellido de mi seudónimo. Aprendí que en el mundo laboral debo decir que no he encontrado a la persona, pero la verdad es que me he encontrado con muchas personas y de todas ellas estoy agradecida y guardo buenos recuerdos y experiencias. Tengo la suerte de vivir en un mundo que me rodea de amor, pero de amor de verdad, no de un amor impuesto por los lazos de la sangre o por contratos civiles y religiosos.
Y no, yo no formaré una familia, pero todo mi apoyo está con aquellos que quieren formar la suya y atarse al mismo yugo que se atan los heterosexuales. Tal vez si el concepto de familia llamado tradicional se abre para legitimar otros lazos de amor, gente como yo podría formar una familia, pero, por favor, no me vendan la santidad del concepto de la familia heterosexual. Yo misma vengo de un proyecto de familia abortado en los ochenta y debo decir que mis relaciones que otros llamarían superficiales, poco serias y hasta pecaminosas son harto menos enfermas que las relaciones que he visto en el seno de las así llamadas familias bien constituidas.
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