Como buen macho, la principal preocupación del viejo Freud en relación a Jung era la mantención de su legado luego de su desaparición, por lo que lo incorporó a su círculo, le entregó su confianza y lo convirtió en su heredero. Pero cuando el “hijo” comienza a cuestionar la figura del “padre” y su enseñanza y finalmente se rebela, se presenta el mayor peligro: el ego de dos hombres, peleando por su territorio.
La última entrega del director David Cronenberg, “Un método peligroso”, drama de época que recorre el intrincado vínculo entre el joven psiquiatra Carl Jung, el padre del psicoanálisis y su mentor, Sigmund Freud, así como el vínculo con la paciente con histeria que logra superar su enfermedad para convertirse en la también brillante psiquiatra Sabina Spielrein, permite varias lecturas y –particularmente- una desde el perturbador ego masculino.
El peligro parece estar en el método psicoanalítico, dado el complejo sistema de relaciones entre paciente y médico tratante, en el que las tensiones y represiones sexuales confunden los roles, en medio de un riquísimo análisis intelectual que acerca a Jung más a su paciente que a su esposa.
O tal vez lo peligroso esté en las guerras mundiales que desangrarán Europa -y a los judíos Freud (austríaco) y Sabina (rusa)-, que se le presentan a Jung en un sueño desgarrador, en lo que Freud consideraría “misticismo de segunda y chamanismo mesiánico”, que a su juicio aleja de la ciencia al que esperaba que fuera el heredero del “método”, pero que no lo fue por desviarse del legado del “padre”.
Los peligros abundan, pero el mayor está en el ego de dos hombres que fueron fundadores del psicoanálisis, uno, y de la psicología analítica o profunda, el otro, del que Sabina logró finalmente zafarse, muy a pesar de su amor por Jung.
Como buen macho, la principal preocupación del viejo Freud en relación a Jung era la mantención de su legado luego de su desaparición, por lo que lo incorporó a su círculo, le entregó su confianza y lo convirtió en su heredero. Pero cuando el “hijo” comienza a cuestionar la figura del “padre” y su enseñanza y finalmente se rebela, se presenta el mayor peligro: el ego de dos hombres, peleando por su territorio.
En un viaje de ambos a Estados Unidos, en lo que era una costumbre, Jung relata una experiencia onírica a Freud y en la interpretación que éste hace ya se comienza a evidenciar la competencia tan masculina entre ambos. El osado joven Jung va más allá y pretende que sea Freud quien le relate sus sueños a él (el discípulo desafía al maestro), quien se resiste «para no poner en riesgo mi autoridad». El macho joven desafió al macho alfa, pero no logró quitarle su reinado.
Para ser discípulo, el “hijo” debe dejarse enseñar y ello ya no puede seguir ocurriendo cuando el “padre”/tutor sólo quiere enseñarle lo que para él es lo correcto –la teoría sexual, la ciencia- y lo reprende cuando se aleja de ella en búsqueda de otras disciplinas, como la antropología, la alquimia, la mitología o la religión.
En una conversación con Sabina cuando ella ya ha logrado reinventarse (que es lo que el psiquiatra suizo espera que finalmente hagan sus pacientes) y Jung está sumido en una crisis nerviosa producto de su ruptura definitiva con Freud (el duelo luego de matar al padre), él reconoce que fue un gran golpe cuando su antigua paciente -a su entender- se ubicó en el bando de Freud: su ego no podía permitírselo.
La misma mujer a la cual había negado antes frente a Freud cuando era vox populi su relación sentimental (el “súper yo” contrastando al “ello”). Y la que, por su dignidad, le exige que reconozca frente a su mentor que efectivamente eran más que paciente y doctor.
Lo que la psiquiatra hizo en realidad fue ponerse del bando de ella misma, al abandonar a Jung y seguir profundizando en sus propias teorías. La hembra no desafió directamente el territorio de los machos –el joven y el alfa- porque seguro la manada se habría cuadrado en torno a su líder, pero sí lo hizo veladamente al aventurarse a entender el impulso sexual como una fuerza demoníaca y destructiva y, al mismo tiempo, creadora que, se produce de la destrucción de dos individualidades. Quizás la auténtica sexualidad –dice- exige la destrucción del ego.
En el ego masculino está el peligro. Si usamos el método de Jung de asociación de palabras, no sería difícil que al nombrar “hombre”, las palabras que espontáneamente surgirían serían “ego”, “competencia” o “territorio”.
* Esta entrada fue publicada originalmente en La MansaGuman.
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