¿Qué hace que una persona, cual sea su condición, sienta “terror” por estar con una persona evangélica? ¿Qué responsabilidad tenía yo, como evangélico, en poder contribuir para que nunca más una persona trans, pudiera sentirse violentada con el paradigma hoy imperante de la discriminación por género?
Desde el año 2011 hasta el 2013, tuve la oportunidad de participar en la Escuela de Formación permanente construyendo liderazgos desde una mirada generacional y de equidad de género que fue realizada por Fundación Ideas y Corporación Sur. En dicha Escuela tuve la oportunidad de conocer diferentes jóvenes: dirigentes, activistas, estudiantes, trabajadores, que estaban involucrados, en alguna u otra manera, en los cambios sociales que se han ido gestando en esta última década en nuestro país. Dentro de ese grupo se encontraba Michel Riquelme, un compañero que participaba en la organización OTD, (Organización de Transexuales por la Dignidad). Mi experiencia de participar en ese espacio la quisiera ilustrar con una escena que se transformaría en un nuevo paradigma que asumir, desde el compromiso de fe y la dignidad de las personas trans.
En los inicios de la Escuela, mi participación se basaba en intereses de recibir formación en temas pocos tratados desde mi espacio como activo miembro dentro de comunidades evangélicas. Al presentarme en las primeras jornadas, entendía que me paraba desde esa identidad evangélica, y de ahí mi anhelo de capacitarme. Eso significó que, al corto tiempo, se formaran algunos prejuicios y anticuerpos con otros compañeros y compañeras, que veían como una amenaza la presencia de un evangélico, influídos por una imagen, de alguna manera, estereotipada como una persona intolerante, homofóbica, conservadora e ignorante. En un ejercicio de taller, en pleno desarrollo de la Escuela, hablamos de discriminación. Por primera vez en mi vida me tocaba estar al frente y trabajar junto a un compañero trans. Si bien es cierto que personalmente venía con una disposición de apertura, para mi era totalmente novedoso el contexto diverso con el que me encontraba. Durante la actividad fuimos dialogado y compartiendo experiencias hasta que, en un momento de la conversación, Michel dijo las siguientes palabras que conmocionarían mi estado. “Recuerdo cuando te presentaste y dijiste que eras evangélico, me dio un sentimiento de “terror”, no me podía imaginar que tendría que estar compartiendo un espacio con una persona que ejerciera tal nivel de discriminación”.
Esas palabras me trajeron dos preguntas: ¿Qué hace que una persona, cual sea su condición, sienta “terror” por estar con una persona evangélica? ¿Qué responsabilidad tenía yo, como evangélico, en poder contribuir para que nunca más una persona trans, pudiera sentirse violentada con el paradigma hoy imperante de la discriminación por género?
Esas dos preguntas son las que hoy me movilizan para presentar estos aportes al debate de la ley por la identidad de género, sumándonos como Observatorio Iglesia y Sociedad – OIS, a esta iniciativa, que busca un avance para un mejor vivir en nuestra sociedad.
Una Sociedad que requiere re-educarse
Las personas trans viven en una identidad que no corresponde con su identificación en el registro civil. Les causa conflictos a la hora de relacionarse con otras personas e instituciones, este ejercicio de presentación es una violencia sistematizada, en asuntos simples y cotidianos, como buscar un trabajo, ser atendidos en servicios públicos o formar familia. Dos factores son los que mayormente inciden en esta causa: el desconocimiento y/o prejuicios hacia ese sector, y la patologización de la que son objeto.
Actualmente el cambio de nombre está sujeto a un trámite burocrático que no garantiza que se ejecute, las personas interesadas deben ser sometidas a una cirugía de re-adecuación corporal completa, que no siempre está al alcance, debido al poco acceso a la atención en salud, como por otras diversas razones.
Los derechos humanos y civiles de la población transexual son sistemáticamente vulnerados, porque está difundida la idea de que lo suyo es un trastorno en su identidad de género; o porque el común de la población percibe algún tipo de desorden, físico o mental. Así, por ejemplo, la Clasificación Estadística Internacional de Enfermedades y otros Problemas de Salud (CIE) de la OMS y el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM) coinciden en definiciones patologizantes, en directa oposición de los pronunciamientos efectuados por organismos de derechos humanos internacionales que, junto a la Unión Europea o la ONU, llaman a terminar con esa categorización. Los daños sociales, psicológicos, que sufren las personas trans hoy nos convocan a informarnos, a re-educarnos, a conocernos, en el respeto a la diferencia y el encuentro de lo diferente.
Una Ley por la dignidad de las personas.
En este sentido, la propuesta de ley permite una re-educación en las familias chilenas, que promueve el respeto a la diferencia, la tolerancia y elimina la discriminación por identidad de género. Una ley digna que reconoce el derecho humano de las personas trans, una ley que incorpore a menores de edad desde el reconocimiento a su identidad y que éste sea un proceso de acompañamiento que disminuya el sufrimiento, como la deserción escolar producto de la transfobia arraigada en los colegios.
Como miembros del Observatorio Iglesia y Sociedad – OIS, hemos abrazado la construcción del Reino de Dios, como sentido movilizador de nuestro pensar y actuar, bajo ese prisma, la Biblia nos invita a tener un diálogo permanente para cuestionar nuestras realidades a la luz del mensaje de esperanza del evangelio y dar buenas noticias a quienes sufren opresión.
Desde esa posición creemos que estar a favor de la ley permitirá vidas más plenas, libres y abundantes a una población que no queda restringida a las personas trans, sino que se amplía a sus familiares y amigos que duelen, con el pesar y la discriminación.
Nuestro compromiso será acompañar este proceso reflexivo al interior de las comunidades de fe para visibilizar los actuales contextos, sus cambios de paradigmas, y permitir esos espacios de reflexión teológica, que permita una sociedad más libre y justa. La sana convivencia en torno a un mejor vivir, es lo que nos encamina a acompañar este proceso, esperando que la vidas de personas, sean cada vez más dignas.
[1] Artículo expuesto el día miércoles 18 de junio, en la comisión de Derechos Humanos, Nacionalidad y Ciudadanía del Senado de la República de Chile.
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