Aunque nada justifica el engaño, la burla o la violencia, a una persona inculta o iletrada resulta fácil envolverla, convencerla y mentirle, distorsionarle la realidad, justificarle las peores atrocidades e incluso conculcarle derechos, amparándose en su precario saber. Por eso, como aspiro a una sociedad pensante, formada, crítica y reflexiva, soy un arduo defensor de la educación pública, brego cada día para que todos y cada uno, cualquier ciudadano, sin importar clase, credo, etnia u orientación sexual, tengamos idénticas oportunidades, derechos y alternativas de acceso al mundo del conocimiento.
Siempre busco dónde pararnos en el saber y multiplicarlo para que la formación de nuestros compatriotas sea amplia, diversa e incluyente, la que necesitamos como sociedad moderna y dinámica, que exige nuevas mentalidades y nuevas actitudes, otras discusiones de género y no se convierta así sólo en un menjunje de contenidos impuestos, inconexos, manoseados y atemporales, que se presentan y discuten superficialmente, pero que difícilmente se llevan a la práctica en las aulas de clases: en Chile existe una notoria discriminación en la educación entre sexos , donde el acoso sexual hacia las alumnas, aún hoy, es mirado con reticencia, sólo faltaría justificar que las acosaron por llevar la falda muy corta.No son el trago ni las fotos, son las actitudes y el complejo de superioridad, no hay un vaso medio vacío, hay delito, aquí hay otra, una mujer soldado, que no puede ser “una cosa”.
Estas marcadas contradicciones originan que viva peleando en contra de la educación expulsiva, limitante y castradora, diferenciadora y excluyente, sexista y clasista. Esa que promueve y aplica la línea divisoria entre escuela para ricos y escuela para pobres, escuela para varones y escuela para niñas, escuelas donde se aprende mucho y otras donde se gravita y sólo se bosquejan saberes, el contraste entre aquellas que forman y egresan a una élite favorecida, que siempre caerá bien parada para ocupar puestos claves y la otra educación, la maliciosa, distanciadora y mezquina, destinada exclusivamente a dar pantallazos conceptuales y fomentar la mano de obra, si es posible barata y sin demasiadas posibilidades de ascenso, movilidad social ni hacia el mundo laboral, “si naciste pobre, morirás pobre y, si eres mujer, te espera la cocina y zurcir calcetines”. Perdón, no creo en el destino.
Sin el desarrollo de una buena educación, como derecho humano inalienable, profunda y de calidad, amplia y diversa, para todas y todos en igualdad de condiciones y oportunidades, estamos destinados a multiplicar y sostener las diferencias, la inequidad y las desigualdades, a defender la educación estereotipada y sexista dentro de las instituciones educativas. Por eso necesitamos una escuela también plural y diversa en la que los niños y niñas aprenden actitudes y valores: el respeto, la solidaridad, la inclusión, la equidad y la convivencia. Para que la misma no mantenga y reproduzca en el tiempo las disparidades intersujetos al llegar a la vida laboral. Y no sólo en cuanto a las remuneraciones, sino a los derechos fundamentales que nos asisten como sujetos sociales.
Entonces, cuando advertimos como sujetos de conocimiento en una sociedad contemporánea que una persona culta, formada, abogado, académico, ex alcalde, ex ministro de Lagos y Piñera nos intenta envolver y embaucar con sesgadas declaraciones públicas, que sólo proyectan defender lo indefendible y ocultar el machismo perverso y retrógrado de las instituciones formadoras de las FFAA, minimizando hechos deleznables, como los acaecidos recientemente con las 14 marineras fotografiadas contra su voluntad, o el caso de la ingesta de alcohol en la Armada, con 143 botellas de cerveza, sosteniendo que “hay una cultura de solo hombres (…) puede haber las violaciones a las normas”*, no puedo dejar de saltar en defensa de una educación en igualdad de condiciones, que sacuda nuestra inmovilidad, que nos abra al conocimiento, que no nos distorsione la realidad, porque este pensamiento tan sórdido y reaccionario sólo daña y cercena lo que hemos intentado reconstruir como pensamiento formativo y de conducta de la vida en democracia al interior de las escuelas, desde el retorno a la institucionalidad, luego de 17 años de abusos sistemáticos, donde a las mujeres se las educaba como objetos puestos para la entretención y el consumo, para hacernos olvidar que en el país se torturaba y las personas desaparecían, era el país del Sabor Latino y su curvilíneo mensaje engañoso para “la gilada”, carne para hacer olvidar la cesantía y la pobreza, mientras a la educación y a sus escuelas se las empobrecía con la municipalización y los sostenedores.
Lo que aquí expreso es grave, debe discutirse y ponerse de relieve, no justificar ni mirar para el costado. La educación, hoy, debe anclarse en la idea que las mujeres, empoderadas, ocupan disímiles lugares en el universo laboral, no están ni delante y detrás del hombre, estamos a la par, en igualdad de condiciones, pueden ser abogadas, empresarias, docentes, milicas, lo que les venga en gana, no son objetos de consumo. No son ciudadanas de segunda ni presas del espectro baboso, estudian y luchan cada día para obtener legítimo reconocimiento de sus capacidades, competencias, habilidades y destrezas, acá no existe una maniobra de la “ultraizquierda” para desprestigiar y difamar a las FFAA, como sostiene, hipócritamente, Jaime Ravinet, no es la odiosidad comunista en revanchismo justificado buscando instalar un “ejército popular”, acá hay delito y apología de conductas lesivas, hay misoginia, seguimos viendo sexismo y justificación de un histórico opresor hacia las mujeres a las que intentan, por todas las vías, seguir oprimiendo en un lugar de muñeca inflable. O sea, no son el trago ni las fotos, son las actitudes y el complejo de superioridad, no hay un vaso medio vacío, hay delito, aquí hay otra, una mujer soldado, que no puede ser “una cosa”.
Hay que educar y seguir educando, insistir e impulsar el debate, la escuela tiene la obligación de trabajar estas ideas nocivas y denunciarlas, discutirlas, ponerlas en palabras escolares, la educación debe abrirse a la conquista del pensamiento, avanzar hacia una educación que cure la ceguera del conocimiento en una sociedad cada vez más justa, abierta y democrática, para todos y todas y no para una minoría que se piensa mejor, con más derechos, los elegidos de siempre, que al delito flagrante lo califican como “síndrome Bachelet”. ¿Qué intereses ocultos tiene Jaime Ravinet para defender estas conductas?
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