Una de las pocas certezas que han surgido a raíz de la actual pandemia, es que los procesos educativos formales están siendo profundamente afectados y condicionados por las nuevas tecnologías, tanto en educación escolar como universitaria. Para algunos esto significaría un nuevo impulso a la educación a distancia, lo que ayudaría la reducción de inequidades e incluso de pobreza. A esta posición, muy característica de los años 90 se la ha llamado algunas veces tecno-utopismo o ciber-optimismo y aunque tiene cada vez menos soporte teórico o empírico sigue teniendo peso y visibilidad en la esfera pública. En Chile aún podemos observar analistas (generalmente ligados a empresas o instituciones con intereses creados en tecnología educativa) que proclaman el salto necesario hacia el aprendizaje digital, para transitar desde prácticas tradicionales de enseñanza hacia “prácticas educativas más activas y colaborativas, con el apoyo de tecnologías digitales”, como señala Eugenio Severin, en esta columna.
Aunque generalmente este tipo de posiciones son bien intencionadas, debieran ser analizadas críticamente o por lo menos debatidas tomando en cuenta el panorama actual de la industria tecnológica.
El Mercado EdTech
Uno de los efectos de la crisis del coronavirus en los sistemas educativos, es que organizaciones educativas y empresas tecnológicas han incrementado considerablemente su comercialización de productos para apoyar el aprendizaje en línea. Esta oferta ha sido fundamental para permitir a educadores cumplir con la alta demanda de entregar enseñanza en línea en condiciones extremadamente tensas y en plazos muy ajustados. También ha servido a familias para apoyar la educación remota de sus hijos y mantener a niños y niñas ocupados, activos y estimulados.
Pero este nuevo escenario podría acelerar cambios profundos en la forma en que entendemos la educación, especialmente en aquellos sistemas que ya exhiben un alto grado de descentralización, como el chileno. En términos de educación escolar, La “escolarización por plataforma”, en un escenario de escuelas que se atomizan, descentralizan y marketizan está conduciendo, según algunos a una situación con cada vez menos gobernanza estatal. Así las plataformas comerciales globales incorporadas a la educación pública podrían tener la consecuencia de socavar el concepto de educación como bien público.En una estructura social neoliberal, las tecnologías digitales en educación han servido la mayoría de las veces para apuntalar principios más ligados a la performance, efectividad y accountability
A gran escala, la pandemia nos está mostrando cómo las grandes empresas tecnológicas, con sus aplicaciones, softwares y sistemas se vuelven esenciales para el orden de la vida social. Así, y cómo plantean algunos, las empresas tecnológicas están transitando el camino de ser proveedoras de plataformas de redes sociales, motores de búsqueda o fabricantes de computadoras a ser, junto con los gobiernos, articuladores e incluso diseñadores de políticas para el bienestar social (lo que sea que eso signifique para ellos).
La tecnología educativa y sus consecuencias
En un primer nivel es necesario recalcar que las tecnologías digitales en educación no son neutras. Están cargadas de supuestos políticos, ideas sobre el mundo y nociones sobre el futuro y la sociedad. Y más importante: en su diseño, promoción y uso ocurren luchas de poder (ideológicas y económicas) que las condicionan.
En estas luchas se ha constituido un mercado multimillonario, con agenda y objetivos. Así, académicos han hablado del “complejo educativo-industrial” para referirse al mercado de la educación tecnológica compuesto por gigantes tecnológicos (Google, Microsoft, etc.), fundaciones, think tanks y miles de empresas y startups que se insertan en las instituciones formales de educación de diversas maneras.
De esta manera, los imperativos digitales y la narrativa de innovación pedagógica, especialmente en países como Chile, van casi siempre acompañados de discursos y prácticas enmarcados en epistemologías neoliberales, es decir, relacionados a la emergencia y mantención de un mercado, a la privatización de la experiencia educativa, a la búsqueda de ganancias, a la descentralización de la producción de conocimiento y al valor de la agencia individual, entre otras.
Al respecto, es interesante observar cómo en el discurso sobre tecnología en educación abundan conceptos como colaboración, interacción, sinergia, participación, etc. Sin embargo, también hay quienes afirman que en una estructura social neoliberal, las tecnologías digitales en educación han servido la mayoría de las veces para apuntalar principios más ligados a la performance, efectividad y accountability. Es decir, más bien contrarios a las quimeras participativas y colaborativas.
En países más desarrollados autores han planteando que las decisiones que ocurren en una escuela, desde el contenido curricular hasta la selección de docentes, son cada vez más dependientes de algún tipo de modelado algorítmico, cálculos de data y sistemas de recomendación. Algunos advierten que escuelas y distritos se están convirtiendo en granjas de datos, proveyendo a diversos sistemas (desde gubernamentales hasta comerciales) de información rica en indicadores de perfilamiento, con todas las implicancias éticas y políticas que eso conlleva en un contexto escolar infantil y juvenil. Chile todavía no ha llegado a ese nivel, pero la pandemia está siendo un catalizador para un acelerado cambio sin precedentes. Eso mismo exige un escrutinio distinto, desde una posición crítica anclada en la realidad y alejada de las visiones puramente instrumentales del tecno-utopismo.
En sentido similar la visión tecno-utopista en educación tiende a invisibilizar la reciente evidencia y enfoques que alertan sobre los problemas relacionados a la propiedad y concentración de las infraestructuras digitales, el uso inapropiado de datos, las consecuencias asociadas al control y vigilancia, los temas de privacidad y derechos digitales y la discriminación o exclusiones algorítmicas, entre otros.
Los docentes y educadores están enfrentados a situaciones complejas, como por ejemplo: qué plataforma usar para resguardar sus datos y privacidad, cómo resguardar la privacidad de los niños y estudiantes a los que les hacen clases, qué pasará con el material y recursos que ellos mismos han fabricado, cómo sus clases están siendo evaluadas, qué implica la digitalización de su propia imagen y clases, etc. Y todo esto, sin contar todos los desafíos pedagógicos y de comunicación con sus estudiantes que han surgido a partir de la educación a distancia, lo que podría ser el tema de otra columna completa. El desafío es pasar de la discusión sobre decisiones individuales de cada docente a una reflexión sistémica que permita conocer no sólo las ventajas de la educación a distancia (que las hay) sino también sus peligros y consecuencias.
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