Hay muchos directivos que resistimos a enfocarnos en el SIMCE, estamos en otra cosa. Estamos por dar más y mejores herramientas técnicas a nuestros docentes para trabajar en diversidad, estamos por validar sus opiniones y por sobre todo no dejar a ningún niño sin la posibilidad de aprendizaje. En nuestra escuela nadie sobra, menos aquel que nos baja eventualmente los resultados en el SIMCE.
La problemática SIMCE se arrastra desde sus inicios. Sostengo esto, pues surge en un escenario donde se dibuja el curriculum y el sistema de evaluación nacional a puertas cerradas, entendiendo que toda política que involucra a la sociedad chilena se hace por decreto. A medida que avanzan los años y la aparente democracia se hace presente, ésta no llega a la escuela y menos a los docentes. La crisis de la educación pública también es producto de la ausencia de la discusión real sobre qué y cómo es lo necesario de aprender en las escuelas y liceos del país. La institucionalidad ha sido sistemática en definir a los docentes como funcionarios técnicos, en lugar de profesionales intelectuales, lo que lleva al supuesto de que sólo deban aceptar lo que se indica desde el olimpo técnico-pedagógico del Mineduc. Aún así, los docentes tenemos suficientes conocimientos y experiencia como para argumentar respecto de lo que ha llevado al sistema a la crisis en que se encuentra.
Ninguno de nuestros colegas se puede explicar cómo se sostiene un modelo de educación de calidad basado en conceptos como atención a la diferencia de aprendizaje de nuestros alumnos, mientras se los mide de acuerdo a estándares de aprendizaje que dejan fuera toda diferencia. Así, alumnos que deberían integrarse a las aulas desde su diferencia, se transforman en un riesgo de disminuir los puntajes que arrojan las pruebas estandarizadas. Esta es una incoherencia evidente del modelo.
Si aceptamos la premisa de que el SIMCE es un diagnóstico, limitado y parcial por lo demás, no es ético entonces aplicar sanciones a raíz de sus resultados. Imaginen hiciéramos el mismo ejercicio con nuestros niños, que luego de hacerle un diagnóstico en vez de ayudarlo, los castigáramos, sin reconocer además nuestras propias limitaciones como docentes. De esta manera no habría posibilidad alguna de avanzar. En vez de sancionar a las escuelas, los resultados se deberían usar entonces para ajustar las políticas centrales de educación de acuerdo a los resultados.
Si el ánimo del SIMCE, para algunos, es entregar datos para la toma de decisiones, ya sabemos que el curriculum tiene éxito sólo en aquellos estratos cuyos alumnos ya han desarrollado en sus hogares gran parte de las habilidades medidas. ¿Cuál es la intención entonces? No es necesario ir muy lejos en el análisis del modelo para saberlo. Este modelo sin duda persigue la idea inicial, “vigilar y castigar”, responsabilizando de cualquier fracaso a la educación pública y sus docentes principalmente. Nos han puesto un problema más, sumado a todos los que sostenemos a causa del modelito segregador instalado. Nuestra tarea como escuela pública es atender a todos los niños y niñas que lleguen, conocer sus diferencias, atenderlas y hacerlos avanzar de acuerdo a sus ritmos y necesidades, pero insisten en convertirnos en delirantes, que aparte de ese trabajo esencial, debemos dar cuenta de los resultados del SIMCE pues está en juego el cierre de nuestras escuelas.
Hay muchos directivos que resistimos a enfocarnos en el SIMCE, estamos en otra cosa. Estamos por dar más y mejores herramientas técnicas a nuestros docentes para trabajar en diversidad, estamos por validar sus opiniones y por sobre todo no dejar a ningún niño sin la posibilidad de aprendizaje. En nuestra escuela nadie sobra, menos aquel que nos baja eventualmente los resultados en el SIMCE. Nos resistimos a pensar que el objetivo de la escuela son los resultados y no los procesos. No creemos que el SIMCE define nuestra vida escolar, menos que el éxito va de la mano sólo de lo que define el curriculum con sus acentos. Para nosotros también son exitosos nuestros alumnos músicos, deportistas, cantantes, y dibujantes.
El SIMCE representa un intento de domesticación de la práctica docente a fin de no permitir a los profesores detenerse y mirar lo importante. Nos quieren obligar sólo a seguir mirando lo urgente, que es la clasificación según los resultados. Esta prueba es la herramienta que menos aporta a la democratización de las escuelas, primera condición necesaria para que ellas aprendan de sus prácticas y contextos. Por el contrario insiste en centrar la mirada sobre la necesidad de ejecutar la normativa vigente sin atender lo diverso del quehacer pedagógico. Es hora de dejar atrás todo intento sistemático de desconocer las diferencias. Tenemos una sociedad que persigue la idea del éxito de acuerdo a cumplir con la norma. Los tecnócratas de la educación siguen ayudando a que sea más difícil aceptar la diferencia e insisten que el estándar es la mejor forma de medir. Los docentes, en cambio, creemos que no es posible avanzar a una sociedad con mayor apertura sin que la creatividad, la diversidad de respuestas, las habilidades diversas, y las capacidades distintas sean la razón de ser de una educación que integra a todos en su definición. Esto nunca se mide con un solo instrumento.
Si la intención del Estado es saber cómo avanza de acuerdo a sus propias definiciones de lo que es necesario como estándares de logro, pues que lo haga, pero que ajuste su política de acuerdo a los resultados que obtiene. Para conocer el avance en educación no necesita más datos, por años la brecha es casi la misma. No es necesario una prueba censal ni menos etiquetar de acuerdo a los resultados. Pero si seguimos teniendo escuelas que no salen del panóptico por miedo a romper estándares será en gran medida por la insistencia del Estado en demostrar que los exitosos los define el curriculum de hoy. Curriculum que por lo demás no garantiza nada en un país en que sus estudiantes no tienen opciones de educación gratuita y menos condiciones laborales mejoradas. La educación en Chile sofoca a todos los que estamos en el sistema y no permite la movilidad necesaria para tener un mejor país.
* Entrada escrita por Silvana Sáez Valladares, Directora (s), Escuela Dr Ernesto Quirós Weber de Valparaíso
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