Actualmente nos encontramos con el debate en torno al carácter del Estado nación y su nueva configuración Plurinacional e intercultural, el cual propone el reconocimiento de ese Chile diverso culturalmente que no ha sido reconocido, desde su inicio, como una nación diferente histórica, social y culturalmente por la hegemonía colonial. Considero que es necesario y urgente que se discuta en la Asamblea Constituyente y, a la vez, en el conjunto de la sociedad chilena, sobre estas dos conceptualizaciones y reconocernos como nación, por primera vez, de un Chile diverso culturalmente en la carta Magna.
En todas las constituciones anteriores, por la hegemonía cultural colonial, no se explicita la riqueza cultural que poseemos. En estos días hemos observado la maquinaria comunicacional de la hegemonía dominante que intenta, a través de diversos medios de comunicación, alarmar, polemizar, confundir y dividir a la ciudadanía de querer cambiar la unidad nacional reconocida por los actores políticos, académicos y los poderes económicos que siempre han sustentado el poder.
La configuración de un Estado Plurinacional e Intercultural, entre los sentidos sociales producen supuestamente discusiones que sobrepasan lo étnico-cultural. El problema está en que el actual modelo societal de dominación y exclusión, no está dispuesto a un cambio de Estado monocultural, enraizado en el capitalismo global y su actual proyecto neoliberal, por un Estado Intercultural que valoriza y reconoce las identidades en la construcción de una sociedad plural.
La propuesta de un Estado intercultural y plurinacional es parte de proceso continuo. Lo plurinacional permite romper con el marco uní- o no nacional, recalcando lo plural-nacional no como división sino como estructura adecuada para unificar e integrar. La interculturalidad apunta a las relaciones y articulaciones por construir, delineando la agenda de un arduo trabajo, el cual necesariamente involucra y responsabiliza a todos.
Un Estado Plurinacional “reconoce, respeta y promueve la unidad, igualdad y solidaridad entre todos los pueblos y nacionalidades que coexisten en un país al margen de sus diferencias históricas, políticas y culturales”, para, garantizar “una vida digna, económicamente justa y equitativa, y socialmente intercultural e incluyente” (ECUARUNARI-CONAIE 2007, 3).
La propuesta del Estado Plurinacional ha sido un componente central de las luchas y estrategias descolonizadoras de los movimientos indígenas en las últimas tres décadas, en Latinoamérica.
Por tanto, el Estado plurinacional pone al descubierto el modo reductor con que ha sido pensado ‘lo nacional’ al disputar y contrariar el monopolio del Estado nacional que demanda una lealtad exclusiva de existencia de lealtades múltiples dentro de una sociedad de-centrada, en cambio, lo plurinacional marca una agenda nacional “otra” pensada desde los sujetos históricamente excluidos en la visión unitaria del Estado, de la nación y sociedad.
Como se mencionó anteriormente, los movimientos indígenas han venido definiendo e impulsando la propuesta en América Latina, la agenda no es solo indígena sino de país; da lugar a las pertenencias identitarias y territoriales a la vez que propicia nuevas formas de concebir, organizar y administrar el poder, la democracia, la justicia y la gobernabilidad sin romper el carácter unitario.
Para la Conaie “El estado plurinacional es un modelo de organización política para la descolonización de nuestras naciones y pueblos […], que deseche para siempre las sombras coloniales y monoculturales que lo han acompañado desde hace casi 200 años” (CONAIE 2007b, 5, 6).
La propuesta del Estado Plurinacional ha sido un componente central de las luchas y estrategias descolonizadoras de los movimientos indígenas en las últimas tres décadas, en Latinoamérica.
El caso del Ecuador los planteamientos de la CONAIE a la Asamblea Nacional Constituyente en 1997-1998, posiciona la interculturalidad como principio importante en los procesos de construir el Estado Plurinacional en todos sus aspectos.
[…]Para que la nueva Constitución sea realmente el reflejo fiel de la realidad del país responde realmente a los principios de una real democracia, por lo tanto es imprescindible sentar las bases de una sociedad pluricultural, en consecuencia el principio de la interculturalidad debe constituirse en la columna vertebral de las reformas estructurales y superestructurales, es decir, en su forma como en su contenido, de no hacerlo toda reforma seguirá excluyendo y desconociendo la diversidad, la existencia de los doce pueblos indios que coexistimos en este país (CONAIE. 1998.p. 12).
Por su parte, la interculturalidad, implica asumir las diferencias culturales desde una perspectiva de respeto y equidad social, donde todos los sectores de la sociedad se reconocen y valorizan entre unos y otros. A partir de la premisa de que todas las culturas tienen el derecho a desarrollarse y a contribuir, desde sus particularidades y diferencias, en la construcción del país significa no jerarquizar el saber formal-occidental por sobre otros saberes y ecologías que han sido invisibilizada y desvalorizada por la cultura occidental eurocéntrica dominante.
Más bien, es asegurar que todas las culturas implicadas en la sociedad se den a conocer y se difundan en términos equitativos: indios, afros, hispano-hablantes y diferentes nacionalidades contemplando los múltiples elementos de conocimiento y sabiduría de las culturas diversas y adecuadas a la realidad pluricultural. (Hago y Vélez. 1997.pp. 302-303)
De esta forma, la interculturalidad no pretende promover la inclusión de “minorías” dentro de lo establecido, sino reconstruir a partir de la conjunción de lógicas, saberes, prácticas, perspectivas, seres y sistemas de vivir distintos.
Bajo a esta realidad actual que vivimos como país, estamos enfrentado al desafío de construir un Estado abierto a la diversidad cultural a partir de políticas de “inclusión” camino que no requiere refundar las bases estructurales e institucionales, aceptando la coexistencia de la pluralidad de diferentes cosmovisiones y sistemas de vida a lo largo de Chile, o seguir entrampado en el discurso que habla de lo “nacional” sin reconocer la cohesión en sentido unitario en circunstancias que no ha existido nunca.
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