La entrega de resultados de la Prueba de Selección Universitaria (PSU) es, probablemente, el momento de mayor confusión e incertidumbre para los estudiantes que deben ingresar a la educación superior. La información a través de la prensa, los registros sobre puntajes corte de años anteriores, la ferias del postulante, etc. se focalizan en los jóvenes como el centro de la cuestión. Ahora bien, hay ansiedades que no son abordadas: las de los docentes de colegios, los padres y la ciudadanía en general que tienen que interpretar –en tiempo récord- toda la información que aparece en los medios y que llegan a los colegios. Para tan titánica tarea, parece necesario tener en cuenta algunas consideraciones antes de enfrentarse a los datos.
Veamos primeramente que es común leer en titulares de prensa lo siguiente: “La mitad de los estudiantes no supera los 500 puntos en la PSU”, entregando una connotación negativa del rendimiento de los chilenos. En realidad, esto no es un problema es si mismo, ya que independiente de lo bien o mal preparando que estén siempre la mitad estará por debajo de los 500 puntos. Esto se debe a que el promedio se ajusta de manera que la prueba pueda discriminar entre quienes saben más y quienes saben menos. ¿Se imaginan el promedio estuviera sobre los 700 puntos? Las universidades no tendrían como saber a qué alumnos seleccionar bajo el sistema actual y por tanto el instrumento de medición no tendría ningún sentido al estar sesgado por el Efecto Techo, esto es, que la PSU se vuelva demasiado fácil para la población y no se pueda discriminar entre los rendimientos individuales. El problema en que realmente hay que fijarse es por qué los puntajes se distribuyen tan desigualmente según el nivel socioeconómico de los estudiantes, es decir, que razones hay detrás de qué los colegios particulares pagados obtengan más de 150 puntos de diferencias de los públicos.
En segundo término, se suele inferir -y parece bastante intuitivo- que cuando disminuyen los Puntajes Nacionales la prueba estuvo más difícil y cuando aumentaron fue más fácil. La verdad es que la cantidad de Puntajes Nacionales tiene relación con el diseño de número reducido de preguntas para lograr plasmar diferencias entre estudiantes con puntajes muy altos, pero no tiene que ver con el grado de dificultad general de la prueba. Además, que haya más o menos Puntajes Nacionales no representa necesariamente una diferencia estadísticamente significativa en la población en comparación con años anteriores (especialmente en la prueba de Lenguaje donde son muy escasos). Generalmente, cuando explico este punto casi siempre sigue la respuesta “Ah… entonces esto significa que la prueba es igual que desde su creación”, lo cual también es errado. El Efecto Flynn ha demostrado, a través de evidencia empírica, que las generaciones se vuelven más inteligentes cada diez años, por lo tanto todos los instrumentos de evaluación de este tipo deben aumentar su dificultad precisamente para evitar el Efecto Techo.
Siguiendo la línea de análisis de los puntajes altos, estos deben ser interpretados con mucha cautela, ya que la PSU no discrimina bien entre los estudiantes que obtienen puntajes sobre los 700 puntos. Esto significa que, por ejemplo, si yo saco en matemáticas 740 puntos y mi vecino 770 esto no necesariamente representa una diferencia real entre ambos rendimientos, dado que las variaciones se amplían en las cohortes más extremos. Obviamente el problema aumenta sobre los 800 puntos. Es interesante pensar en esto a partir de las actividades que muchos colegios hacen para premiar a sus estudiantes en ceremonias a principio de año ¿Es justo reconocer a quién saca 700 y no a quién obtuvo 692? Ahora, podríamos ampliar más la discusión –y ser algo insidiosos- a si es justo destacar a quienes obtienen Puntajes Nacionales por sobre cualquier que tenga un puntaje cercano, pero eso lo dejaremos para otro momento.
Independiente del tipo de prueba que se aplique, los colegios con mayores recursos siempre sacaran mejores puntajes, puesto que el problema no es el instrumento sino que la diferencia entre la calidad de educación que entregan
Como último punto, mucho se habla en esta época sobre la validez de la PSU como instrumento ya que sólo evalúa contenidos y no reflejaría las habilidades de los estudiantes, especialmente de los de menos ingresos. A pesar de que explicamos que la prueba discrimina mal para algunos segmentos, creo que la discusión de fondo no está pegando en el blanco. Hay un apartado muy interesante en el libro Dime en que colegio estudiaste y te diré que CI tienes de Ricardo Rosas y Catalina Santa Cruz (2013) llamado No es culpa del termómetro, donde explica que independiente del tipo de prueba que se aplique, los colegios con mayores recursos siempre sacaran mejores puntajes, puesto que el problema no es el instrumento sino que la diferencia entre la calidad de educación que entregan. Por ejemplo, el próximo año podríamos agregar una evaluación que mida habilidades blandas ¿Cómo se distribuirían los puntajes? Los colegios particulares volcarían sus recursos en dar educación de habilidades blandas de muy buena calidad y nuevamente ganarían la carrera. De hecho, fue precisamente lo que ocurrió con el cambio de la Prueba de Actitud Académica (PAA) a la Prueba de Selección Universitaria (PSU).
Milton Friedman rezaba ante cada argumentación “los datos primero”. Los datos están para ayudarnos a entender la realidad, por lo mismo, debemos exigirnos como profesionales para darles el mejor alcance posible. Transformemos está instancia llena de ansiedades en una oportunidad de aprendizaje y discusión que involucre a todos los actores posibles: Los datos primero, cierto, pero lo que hagamos con ellos ya depende de cada uno de nosotros.
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Pedro San Martin
Estoy muy de acuerdo con que el debate no sale de la medición y que la transición colegio-universidad debería repensarse. Con respecto a ese último punto desconozco lo que dice la evidencia internacional. Sin embargo, la discusión más relevante es la calidad de la educación escolar: esas capacidades a las que te refieres están totalmente están hipotecadas mucho antes. Podemos generar la mejor transición colegio-universidad pero si los estudiantes no están aprendiendo en el colegio de todas maneras no tendrán opciones en la universidad.
escuelas1
El problema también es el instrumento, que certifica y es la herramienta de exclusión que usa el DEMRE y Consejo de Rectores, y la forma de transición que diseñaron que usa los puntajes de una medición educativa para seleccionar a la minoría y excluir a la mayoría. Otros países no seleccionan y quienes han aprobado el nivel de enseñanza media pueden continuar estudios en el nivel superior si lo desean.
Lamentablemente el debate no se sale de la medición y de formas de excluir. Perfectamente se puede pensar otra forma de construir la transición desde la enseñanza media a la educación superior. Triste por Chile, que hipoteca el desarrollo de muchas personas con capacidades.