El título de este artículo parece el nombre de un ramo de una malla curricular inexistente. De hecho, nadie lo ha aprobado. Pues, nadie estaba preparado para hacerle frente a esta emergencia sanitaria; si hubiese sido un desastre natural, tal vez el resultado sería distinto.
Una emergencia es siempre un escenario incierto, donde no tenemos muchas alternativas a las que optar. Por eso es lógico reaccionar oponiéndose ante cualquier médida que se adopte. Y nos sintamos más parte del problema que de la solución. Hasta que de pronto, comienzan a aparecer algunas ideas originales.
¿Qué significa originalidad en la crisis?. Precisamente eso, en medio de la tormenta, retornar al origen, al punto de partida, a nuestra “vocación pedagógica”. Aquella por la que fuimos llamados a enseñar a niños y jóvenes. La misma que por estos días se ha puesto a prueba, porque está todo “patas para arriba” y el aprender se ha puesto en nuestra contra. No obstante, el profesor nunca va a renunciar al imperativo moral de enseñar.
Principio que en situaciones normales, muchas veces se transforma agobiante y exigente, porque debemos “dar cumplimiento con los contenidos establecidos en el programa y mejorar los resultados de estos mismos”. Pero en momentos de de crisis, estas exigencias, no pasan a ser más que excusas para el profesor. Lo que verdaderamente le importa al profesor, es la promoción de la persona humana, en equilibrio con sus afectos y emociones. Así lo ha sido desde el comienzo; pues, la disciplina que enseña es considerado sólo un medio para alcanzar dicho objetivo.
Y así lo entiende también el estudiante, que en circunstancias de emergencia, sabe sacar mejor partido que nosotros los adultos. Desde el momento que debe reconstruir su horario de estudio, para él cada asignatura valen lo mismo; o lo que es mejor aún, como sujeto de su aprendizaje, le corresponderá determinar a que le dedicará más tiempo. Por ejemplo, que mi hijo dedicará un día y medio para un trabajo de tecnología; y tan sólo un par de horas, para concluir unos ejercicios de matemática, parece ser inaudito. Lo que sucede es que frente a una crisis, la nota poco importa; lo que motiva al alumno, es el vínculo generado con el profesor o la asignatura.
Sé -con dolor-, que en la mayoría de las familias chilenas, este mensaje resuena vacío. Es más, en muchos casos ni siquiera tendrán la posibilidad de leerlo, porque carecen de un computador o de acceso a internet.
Por otro lado, no sintamos temor en reconocer nuestras incompetencias profesionales. Eso no pone entredicho nuestra calidad y vocación docente. Quienes confiesen dichas falencias, sobre todo si se trata de plataformas tecnológicas, lo sensato sería pedir ayuda a un colega, un familiar o hasta un propio alumno.
Las crisis siempre nos regalan hermosas oportunidades. Al abrir las ventanas de nuestras casas virtualmente, nos deja en evidencia nuestra realidad humana, como es la de ser padre, esposo o hijo; y que como familia también nos ha afectado la pandemia. Que se expongan nuestros hijos frente a la pantalla del computador, demuestra que tan demandantes son ellos también. Por eso, es recomendable iniciar la clase dando cuenta de esa cotidianidad. Pero, somos capaces de hacerlo, porque nos motiva la convicción de valorar la vida, por sobre todas las cosas. Y lo seguiremos haciendo, de modo que ellos no se vean expuestos ante un probable contagio.
Sé -con dolor-, que en la mayoría de las familias chilenas, este mensaje resuena vacío. Es más, en muchos casos ni siquiera tendrán la posibilidad de leerlo, porque carecen de un computador o de acceso a internet. Eso es gravísimo para un país que se jactaba de haber alcanzado el progreso. Pero, más grave me parece, que existan alumnos en este país, que pese a contar con computador y acceso a internet, no estarán en una clase virtual, porque el profesor no hizo lo suficiente para ejecutarla.
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