#Educación

Para cambiar la Historia hay que mantenerla

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A partir de una irritada columna publicada en este mismo espacio, después de conocer los cambios al currículo de tercero y cuarto año medio de educación en Chile, he recibido diversos comentarios, críticas, saludos y objeciones.

La noticia ha seguido su curso y ya es parte del sino de las políticas públicas que se vienen implementando en educación, desde un tiempo a esta parte. Los cambios, se ha dicho, se están construyendo para entregar a los jóvenes herramientas para enfrentar el siglo XXI. Con esta metáfora cognitiva – como diría Lakhoff- se podría cerrar el debate y dejar a todos los que somos críticos de la cosmética al conocimiento, asilados en las cavernas del oscurantismo o al menos, con la boca cerrada.

Pero miremos un poco desde arriba y desde abajo, como se sabe debe emplearse el pensamiento crítico.

Competencias técnicas versus competencias humanas

Si se pasan o no todos los contenidos. Este ha sido el mantra de los medios tradicionales durante los últimos días, la gran preocupación de la opinión pública pagada es si existe o no la línea de tiempo que va desde el descubrimiento de la agricultura hasta el retorno a la democracia dentro del currículo escolar. Por supuesto que sí, esto ocurre actualmente hasta segundo medio. Cierto es que en Tercero y Cuarto medio los contenidos son cercanos a la educación ciudadana y temas de debate propios de la modernidad como la construcción de las ciudades como concepto y praxis, la globalización y el debate modernidad-posmodernidad. Ya está, resuelta la angustia. Sin embargo, de esto no va el asunto con la historia y el currículo escolar que se trata en la columna de marras y que se debate en estos días.

La gran controversia pareciera estar, al menos a mi juicio, en la adornada frase “competencias necesarias para enfrentar el siglo XXI”.

Es curioso ver cómo la reforma al currículo escolar aparece junto a otra reforma, la de SENCE, el servicio de capacitación y empleo del Estado. En esta reforma, el foco está en la empleabilidad y ésta, según los insights de la reforma, se sostiene en entregar a las personas que buscan empleo, las “competencias necesarias para enfrentar el siglo XXI”. Con este conector se hace más fácil distinguir un sino dentro de la estética del discurso del gobierno, el de construir un sistema de capacitación continua que provea trabajadores con conocimientos y destrezas tales que puedan ocupar puestos de trabajo promedio de la sociedad contemporánea, es decir, el mismo objetivo que ha tenido la educación los últimos 300 años. Algo que ya avanzara Giuseppe de Lampedusa en el “Gatopardo”: “Que todo cambie para que nada cambie”.

¿Pero dónde radican las preguntas a las que estas respuestas prestan tan solícita actividad? En efecto, existe una tensión común entre sistema educativo y sistema laboral. La construcción de ambos ha estado dada a la dependencia los últimos 300 años, a lo menos, y mucho más cuando hablamos del sistema mercantilista de la Colonia en América, por ejemplo. Con todo, la decisión acerca de qué tópicos colocar como importantes dentro del currículo mínimo escolar, desde el inicio de la educación victoriana, aquella de la cual seguimos presos, se estimulaba a partir de las necesidades de colocación laboral del imperio, a saber: a) que el trabajador pueda realizar cuentas básicas en cualquier territorio del imperio y sus industrias, y; b) que el trabajador pueda realizar envíos, encargos, escrituraciones y minutas respecto de su labor en correcta lengua inglesa. Se trataba de una enorme maquinaria, que hasta hoy nos acompaña. La escuela, como obra de ingeniería, se encarga de producir personas iguales para un mundo que ya no existe.

Con esto en mente debiéramos aplaudir los cambios al currículo que propone el Ministerio de Educación, pero se suele olvidar que el segundo invento y antecedente de la creación de la escuela moderna-victoriana que hoy ponemos en entredicho es, precisamente, la administración burocrática, un cuerpo de trabajadores enorme, capaz de repetir operaciones en la vastedad del imperio británico, que nos sigue acompañando hoy, con personas que actúan de manera igual y repetitiva, reproduciendo acciones y políticas públicas para un mundo que ya no existe.

Los objetivos de la educación, del currículo que la sustenta, han sido conquistados históricamente para derrumbar los muros no sólo de la ignorancia y acercar a las personas al empleo sino por educadores revolucionarios y visionarios que han puesto el acento en una discusión igual de antigua y no menos vigorosa: ¿Para qué ha de servir la educación en los seres humanos? ¿Acaso será una vía para construir personas y personalidades, caracteres si se quiere, en los individuos y con ello en las comunidades? ¿Imprimirles cierto sello distintivo que les aleje del desconocimiento o de la voluntad de otros? Que sean las personas capaces de distinguir actos de promesas, comunidades de colusiones y verificar por el temple de los hechos y actos de los antiguos, de los antepasados, dónde hallar un espacio de alivio o un sendero dentro de la pregunta constante de la vida. ¿Acaso sería la Historia, La Filosofía, las artes liberales las que podrían construir el perfil humanista y progresista de nuestra especie, antes que el tecnicismo que se agota junto con el “stock”?

La respuesta de la administración burocrática en este debate, ha radicado en las “competencias para el siglo XXI” con la misma fe que antaño el Imperio Británico puso en la caligrafía y las operaciones básicas de aritmética, pero sin la visión del humanismo y la ciencia, construyendo sistemas y protocolos de uso, pero sin entender el núcleo de las operaciones que pone en marcha.

Precontrato y aceleración del ciclo vital

Siguiendo con el ejemplo de SENCE, existe dentro de sus opciones de uso de franquicia tributaria, es decir, el remanente de los aportes obligatorios para capacitación de sus trabajadores que las empresas realizan año a año, uno llamado Precontrato. En esta fórmula, las empresas pueden utilizar parte del dinero de la franquicia tributaria para capacitación de “posibles” trabajadores, es decir, reclutar a personas para empleos existentes o no dentro de la compañía y dotarlos con herramientas básicas, al efecto. Posterior a la ejecución de estos planes de capacitación, las personas podrían ser contratadas dentro de la empresa o bien, contar con competencias para desempeñarse en otras faenas. El mismo principio victoriano, puesto en clave de hipermodernidad.

El sistema educativo nacional aspira hoy, más o menos a lo mismo. Replica modelos formativos a tientas, avalados en resultados de sociedades diferentes a la nuestra, con historias distintas, pasados  y transiciones alejadas de nuestro propio discurso de vida como nación; pero claro, qué difícil, sería averiguar esto si no conocemos bien la historia de lo que hemos tendido a denominar Chile.

¿Cuál es el valor perseguido al intentar que alumnas/os tomen decisiones de profundización o de especialización antes de la educación superior?

Apretujar contenidos, como decía, es una práctica propia de la formación para el trabajo, pasar por temas en forma epidérmica para que después nadie alegue que no se dijo o se hizo mención al menos en las clases. Algo similar al subterfugio más infame del derecho, ese de que “la ley, se entiende conocida por todos”. Tampoco la Historia, la Filosofía, la Civilidad se puede dar por entendida cuando se educa “al paso”.

Con lo anterior, se trata de seguir el ritmo de una contemporaneidad que se manifiesta estresada, corriendo o acelerada y esto hace que todos nuestros itinerarios de relaciones entre las personas se vean afectados e impactados por esta velocidad. Queremos que sea rápido, ahora y mejor que ahora, antes. De esto, ciertamente no va la educación. No existe evidencia alguna que el proceso de aprendizaje tenga relación con el adelantamiento de contenidos y decisiones o que una mayor celeridad en el proceso educativo provea beneficios o resultados vigorosos para la sociedad; por el contrario, los únicos resultados que se obtienen de cátedras no preparadas o saltar pasos es el menor rendimiento, ausentisimo y deserción escolar.

Porque cabe preguntarse ¿Cuál es el valor perseguido al intentar que alumnas/os tomen decisiones de profundización o de especialización antes de la educación superior? ¿Por qué la educación secundaria debiera ser una antesala cada vez más inmediata del mundo laboral? ¿Qué protecciones pueden tener las niñas y niños de tercero y cuarto medio para que puedan disfrutar, aprovechar y degustar el proceso lectivo del que son parte, antes que volverse sujetos en experimentación y evaluación adelantada tanto para la educación superior como para el mundo del trabajo?

Si la respuesta es que la realidad les arroja cada vez con mayor rapidez al mundo laboral o a una formación precaria, para insertarse más rápidamente en un empleo también precario, entonces todas las respuestas del sistema están erradas y debemos volver a las preguntas, para no adelantar procesos o ciclos vitales y permitir el uso y disfrute de los derechos del niño, al menos.

Espacios de trabajo desahuciados

Esos mismos niños, tendrán que asociarse a programas de capacitación social para el trabajo. Los menos, podrán acceder a herramientas intermediadas por el coding y otras habilidades tecnológicas; los más, deberán aquietarse con empleos precarios y capacitaciones llenas de imprecisiones, repasos epidérmicos y mención de hitos clave para memorizarlos (para que no se diga que no se mencionaron), ahora, en otra sala de clase, esperando ser enganchados por multinacionales o arrojados al pavimento de la autonomía y trabajo precario informal o del microemprendimiento.

Des-cultivados en la historia, se hará más difícil pertenecer a una cultura del trabajo, se genera mayor aislacionismo de los trabajadores, se promueve la violencia inter pares en espacios de trabajo desahuciados, donde proliferan las enfermedades mentales y físicas que matan en forma más breve que antes. La nueva silicosis es el cáncer gástrico, pulmones o la depresión, que comienza a matar con la misma escalada que tuvo en los pueblos originarios en los primeros cien años de Conquista de América. Pero claro, nuestros jóvenes sólo sabrán que hubo un encuentro y luego los “indios” fueron “encomendados”. La deshumanización radica en este desahucio del trabajo y anterior a éste, de las artes y ciencias que dan sentido a la vida digna como ser humano. Sin entender el pasado y dejarlo al arbitrio de lo que “debe” decidir un/a  alumno/a se obtendrá sólo la prescripción del mercado; recibirán el consejo de profesores y padres los que les harán velar por su futuro, prepararse para el trabajo, profundizar en aquello que a la PSU importa, tecnificar su educación convirtiéndola cada vez más a lo que ocurre en el mercado laboral y con ello, adultizará más rápido y antes a jóvenes que no alcanzarán a entender qué pasó en Chile los últimos 200, 100 o 50 años. Sin esto en el bagaje crítico del conocimiento se está desnudo, en una época donde todos nos damos cuenta de esta desnudez, pero a pocos pareciera importar el recato de vestirse bien con el pensamiento.

Cambio moderno en tiempos tan distintos

Lo último ha sido la estrategia comunicacional del Gobierno de echarle la culpa a la política. Los cambios son de derecha y el oscurantismo de izquierdas. Ahí tiene usted un buen ejemplo por qué, debemos mantener y transformar la asignatura de Historia de un repaso de hitos y nombres, a una conversación más larga y profunda que logre entender qué procesos ha vivido nuestra historia, qué ideas, qué costumbres, contradicciones, paradojas y desafíos depara comprender lo que ha ocurrido en nuestro pasado remoto e inmediato.

Se ha hecho pasar este “cambio” como una revolución paradigmática, el paso de un estado a otro pero que, como ya hemos dicho más arriba, no es ni una cosa ni menos la otra, sino manteniendo la estructura macro, edulcorando una realidad que aloja pocas ideas. Algo previsible, pero desalentador en tiempos tan distintos a la modernidad como son los que vivimos en nuestra sociedad.

Es esta forma de entender la educación y la sociedad lo que nos va dejando atrás de la historia, lejos de los cambios, las vanguardias culturales y el orgullo de pertenecer a pueblos que se mantienen descalzos e invisibilizados, nuevas formas de entender el mundo que deben esconderse para no morir apedreados en parques o sometidos por reglas que no nos han sido propias, o dejar de descubrir aquellas imaginaciones, cosmovisiones y densidades culturales que ha producido, desde  hace miles de años este territorio y sus habitantes.

Para cambiar la historia, hay que mantenerla.

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