Voy a recordar dos textos que escribí anteriormente, no porque no tenga ideas nuevas, sino porque creo que hoy adquieren nuevas fuerzas o al menos se resignifican.
Lo primero es decir que mi profesión trabaja con el futuro, para el futuro y por el futuro.
Lo que hacemos con nuestros estudiantes, tengan la edad que tengan, permite ver algunos resultados inmediatos pero sus efectos reales solo ocurren en el futuro. Cuando podemos ver cómo ellos y ellas utilizan las herramientas que adquirieron a través de las experiencias que pusimos a su disposición, en sus vidas, realizando trabajos, desarrollando oficios, ejerciendo profesiones, formando familias, aportando en sus comunidades.
Nuestra profesión trabaja con, para y por ese futuro. Pero hoy ese futuro ya se puede avistar.
Es en esos momentos, cuando tenemos la suerte de encontrarlos y saber qué ha sido de sus vidas, cuando podemos ver cuánto de lo que pudimos aportar a su desarrollo y crecimiento dio frutos.
O podemos comprobar, con gran decepción, que a pesar de todo lo que hayamos intentado, no hubo posibilidades para que pudieran desplegar todas esas potencialidades que, privilegiadamente los profesores de jardín y básica, podemos reconocer en ellos y ellas.
Y allí retomo algo que escribí anteriormente, cuando imaginaba lo que quería en educación para quince años más.
En ese momento mis deseos se expresaban en que los más pequeños de hoy pudieran haber sido parte de un nuevo sistema educativo.
Ese sistema educativo, ya se empezó a construir.
La Ley 20.040 crea el Sistema de Educación Pública, que más allá de las transformaciones administrativas tiene como objetivo generar una transformación que permita que la educación pública sea el referente de la educación que queremos para el país. Así puesto, es diferente a hablar de “calidad” (término muy manoseado cuando se intenta poner a la educación parámetros para medirla), la calidad es que la educación pública sea lo que aspiran las familias para que sus hijos se formen; que es capaz de desarrollar todas las potencialidades de los niños, niñas y jóvenes; que trabaja con la diversidad de intereses y necesidades de todos los estudiantes; que integra las características de los territorios donde se desarrolla, que promueve la colaboración, la innovación y que se incluye a las comunidades.
Pero como resultado a largo plazo, trabajando para el futuro, es aquella educación que piensa en una sociedad mejor, donde las personas valen por lo que son, donde comparten con otros, se respetan, pueden expresarse, se escuchan y tienen ideales, donde estudian, investigan, experimentan, crean, les interesa el bienestar de todos y todas, protegen el ambiente, son felices. Son felices, nada más y nada menos.
Hoy que ha partido la construcción de este Sistema de Nueva Educación Pública, no puedo dejar de pensar en todos los y las docentes que he conocido en estos años trabajando con tantos y diferentes grupos, que han hecho enormes esfuerzos, a pesar de todo con sus estudiantes, pensando un futuro de esas características y para ello han puesto todas sus energías, muchas veces “contra la corriente” para que sus niños, niñas y jóvenes disfruten de una sociedad mejor. No puedo dejar de pensar en todas las frustraciones que han vivido, porque además muchos de ellos y ellas me las cuentan, solamente por tratar de hacerlo de otro modo, pensando en un futuro diferente.
Hoy ese futuro abre la puerta, no va a llegar pronto, hay que construirlo, un nuevo sistema educativo requiere mucho esfuerzo y mucho trabajo, pero las condiciones son otras, los docentes están en otra condición profesional, los esfuerzos no serán individuales, habrá muchos colectivos trabajando en ello.
Y como en mis primeras líneas trabajaremos, o trabajarán, mirando hacia esa futura sociedad, que estos niños, niñas y jóvenes a partir de la educación pública que este nuevo sistema garantiza van a ser capaces de construir y proteger.
Nuestra profesión trabaja con, para y por ese futuro. Pero hoy ese futuro ya se puede avistar.
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