Una de las cosas que siempre le digo a los estudiantes que se forman como profesores, es que una de las cosas que deben aprender es a reconocer el valor formativo de las cosas que suceden en el entorno, las pequeñas y grandes cosas que pueden ser utilizadas para apoyar la formación de los niños niñas y jóvenes. Aquellos pequeños y grandes acontecimientos, que pueden ser parte del crecimiento, la generación de opinión, la posibilidad de compartir diferentes miradas, aquellas pequeñas y grandes cosas que pueden ser claves para la formación de las personas. Lo que les digo es que deben aprender a desarrollar una mirada pedagógica del mundo, porque todo lo que ocurre en el entorno es una posibilidad más de generar aprendizajes para la vida.
El jueves por la mañana escuché una noticia que pensé era uno de esos acontecimientos que valía la pena considerar de manera especial para ver de qué manera se podrían abordar pedagógicamente.
El caso era el de los estudiantes de ingeniería sorprendidos “copiando” masivamente a través de whatsapp para una prueba.
El tema, pensé, no es lo anecdótico del uso de la tecnología para copiar, ni siquiera el hecho mismo de la copia como un dato de algo que siempre ha ocurrido en las pruebas y exámenes. El tema es la masividad del uso del recurso de la “copia”. En nuestra vida escolar, al menos los menos jóvenes recordamos que eso ocurría, que existían los torpedos, que se copiaba a los compañeros o compañeras pero eso era, por una parte algo más bien excepcional y por otra parte tenía una sanción desde la ética, aunque fuera considerado una “choreza” no era algo digno de imitar.
Entonces, mi primera idea abrir la discusión, utilizando como decía al principio mi “mirada pedagógica”, el tema del valor del aprendizaje versus la necesidad del éxito a toda costa, sin ningún conflicto ético, que puede llevar a un grupo de estudiantes a considerar que esa es una buena manera de formarse profesionalmente. Y eso me llevaba a poner en cuestión cosas mucho más profundas como es cuáles son los principios y valores que formamos en los niños, niñas y jóvenes.
Pero a la mitad del día ocurre un hecho horroroso.
Y vuelvo a pensar, como siempre, en qué hacer con ese acto, con ese hecho terrible desde mi mirada “pedagógica”.
No se sabe bien como es la secuencia de hechos, lo que sí está claro en cualquiera de las versiones que se escuchan es que nada, absolutamente nada de lo que ocurría justificaba el final.
Una marcha en la calle. Una manifestación de ideas, una demostración de posturas que se realiza como muchas otras veces, muchos jóvenes, muchas personas queriendo poner los acentos sobre sus demandas, posturas, o visiones. Una manifestación popular que ya había terminado. Un grupo de jóvenes queriendo pintar una pared o colgar un lienzo.
Un enfrentamiento verbal sobre si la pintura o el lienzo deben ir allí.
Una persona que dispara a otras porque sus razones son más importantes que las de todos los otros. Sus razones son las que valen. La vida de los otros no.
Lo que pasó el jueves me desafía a “pensar pedagógicamente” cómo hacer que cosas como estas me permitan hacer que los estudiantes a los que formo como profesores, tengan la capacidad de ayudar desde su tarea a construir una sociedad donde cada uno y una piense en las otras personas junto a pensar en sí mismos.
No hay conflicto ético.
Parecen ser dos acontecimientos que no se relacionan. Porque uno es un hecho casi jocoso y el otro es una tragedia. Porque en uno no hay más daño que una mala calificación y una sanción que puede ser grave pero que permite seguir viviendo y, en el otro, hay dos jóvenes que no estarán más.
Parecen dos situaciones imposibles de poner siquiera cerca.
Pero, perdónenme, mi obsesión por encontrarle el sentido pedagógico a lo que ocurre me hace pensar en cómo estas dos situaciones se relacionan.
Y justamente la relación que encuentro es lo que más me preocupa.
Para quienes trabajamos con las nuevas generaciones, esto nos pone en un problema enorme.
¿Qué sociedad es la queremos? ¿Qué personas son las que conforman esa sociedad? ¿Qué hacen esas personas con las otras personas con las que conviven? ¿Qué valor tiene la vida, la verdad, la honestidad? ¿Cómo nos paramos frente a las otras personas? ¿Con qué? ¿Qué solo nos importe lo que queremos conseguir? ¿Lo valedero es solo lo que yo veo, lo que yo creo, lo que a mí me importa?
Lo que pasó el jueves otra vez me pone frente al dilema de cómo vamos a hacer para cambiar de raíz lo que nos ha llevado a mirar con un poco, o mucho estupor lo que pasa pero sin tomar las decisiones necesarias para transformar de verdad lo que estamos haciendo mal.
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