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La vidafilia como énfasis primordial de la pedagogía de la coexistencia

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La pedagogía de la coexistencia, a partir de las dimensiones intra e inter projimológicas ya señaladas, enfatiza como otro de sus sentidos primordiales, recuperar (por considerarse innato y propio de lo vivo)  el amor a la vida o vidafilia.

Ludwing Schmidt, sostiene al respecto que “La historia ilustra tres grandes paradigmas evolutivos del conocimiento: la teocéntrica, la antropocéntrica y la biocéntrica, los que surgen en forma gradual y solapadamente entre sí” (Schmidt, 2016., pág. 42)

Igualmente interesantes son los enfoques que identifican el biocentrismo, más que como un período de la historia, como una pulsión natural e integrativa de amor a la vida, como la energía o sentido primordial que explica el tropismo positivo y negativo de las plantas, la energía del sol, la inteligencia de las células, la epigénesis, la hologramatidad, las estaciones del año, la fotosíntesis, las olas del mar, la rotación de la tierra, el amor, la voluntad, el valor de todo lo que fue, es y será.

Desde esta mirada más transpersonales y  transgeneracionales, se nace vidafílico, la existencia depende de esta fuerza originaria, fácilmente visibles en la infancia ontogenética y filogenética, en la sabiduría redonda y exacta de los niños, que en cada gesto y en cada paso expresan vida y en la sabiduría de los pueblos originarios naturalmente matrízticos, ecosistémicos y bioenamorados.

Algo corrompe este fluir cristalino y dinámico en dirección a la vida, tanto a nivel ontogenético como filogenético, de pronto surge una educación y una cultura eminentemente tanática,  de la  negación de la vida, de la felicidad y la salud. Al parecer esto sucede, entre otras explicaciones, cuando se descubren los pseudopoderes[1] que se pueden adquirir mediante múltiples estrategias, como: la dicotomía, la fragmentación, la exclusión, la escisión, el sometimiento y la negación del otro.

Demasiado pronto se descubrió que el modo de trasgredir la dirección natural del existir hacia la vida, era reduciendo también con diversos medios, la libertad y con ello el sentido vidafílico del planeta. Se cortaron y desviaron los ríos, se sometieron a los otros de todas las especies, se cultivó el miedo a la libertad y al prójimo,  dando inicio a la “agonía del eros[2]” y a la pérdida del vivir con sentido y con coherencia óntica.

La vidafilia es la puerta abierta hacia la salud y la felicidad, la más leve disminución en el amor a la vida, podría atorarla o cerrarla para siempre.

La muerte sólo es ausencia necesaria de no vida, toda muerte que derive en vida sólo es más vida. Si el grano de trigo no muere no hay trigo, necesitamos abandonar la materia de nuestro cuerpo para que otros cuerpos puedan surgir. Suicidios colectivos de animales buscan la vida que conlleva el equilibrio ecológico que su acto genera.

Por eso debe distinguirse entre no-vida y muerte. La muerte, aunque nos cueste mucho entenderlo, por nuestra ceguera hologramática siempre es más vida. No se aprende a vivir, hasta que no comprendemos que la muerte es parte de la vida, perder el miedo a la muerte es también perder el miedo al vivir (Cabadas, 2013). Sin esta doble dialéctica, dialógica e integrativa entre vida y muerte, ninguna de ellas estará completa y por tanto nunca podrá ser validada, comprendida,he incorporada plenamente al existir. “La muerte es parte de la vida así como la sombra es parte de la luz[3]

Sólo se puede llamar “no-vida”, a aquello que en alguna medida, por pequeña que sea se mueve en dirección contraria a la vida. Al respecto se podría hacer un listado muy extenso de no-vidas cotidianas y personales y de no-vidas sociales y planetarias. ¿Se puede existir no-vivo?, ¿Se puede ser un vivo-muerto?, muchos notables pensadores como Platón, Confucio, Montaigne, Sartre, Langle, Frankl, entre muchos otros, nos han enfrentado a esa duda.

Muerte-vida es posiblemente el “no-dos”, más distanciado, escindido y polarizado. Se asocian con sombra y luz, con tristeza y alegría, con la noche y el día, con lo oscuro y lo luminoso. Sin embargo, todas mis palabras nacen y mueren cada día, para que mañana broten otras nuevas.  El día muere con la noche y nace en cada aurora y dejaría de ser día o estaría incompleto si le falta uno de sus partes, las células mueren y nacen en mi cuerpo para mantenerme vivo.

Lo más parecido a la “no-vida”,  es el abandono u olvido a nuestra vidafilia natural. Ingreso a la “no-vida”, cada vez que niego mi ser y/o mi existencia, cada vez que niego el ser y la existencia del otro y de lo otro. Cada vez que olvido mi tarea diaria de hacerme más feliz y más sano en la  simultaneidad hologramática de hacer  más feliz y más sano a los otros y lo otro.

“Muere quién se transforma en esclavo de sus hábitos… quien no confía, quien no lo intenta, quien no ama[4]”. Lo que es equivalente a decir, que  se aleja de la vidafilia o se acerca a la “no-vida”, quien desnaturaliza o renuncia a  su  capacidad interior, para ser, para amar, para el bien, para la verdad, para la belleza y para la unidad.

La mejor escuela para aprender la vidafilia, es la naturaleza, es nuestro cuerpo, los niños aún libres en la expresión total de su infancia, la “poesía de la vida[5]” experimentada en el encuentro con otro u otros sólo para el goce coexistencial de su presencia, el amor nutritivo donde la mirada, la voz, el silencio, la piel, el corazón, le mente y el alma, son instrumentos de precisión para fortalecer la mismidad y la otredad, en perfección plena del “presente vivo[6]”.

Tal vez un modo de comenzar a instalar la vidafilia, como el tema más importante en la salud y la educación y en todas las ciencias habidas y por haber, es regar estas páginas de interrogantes, como diminutos perturbadores, como el sonido inicial de un despertador epistemológico, o como sutiles tirones a la venda de la “inteligencia ciega”, que al no permitirnos ver la recursión, la doble dialéctica y la hologramatidad, no otorga una “ceguera” que  nos convierte en buenos “consumistas compulsivos” de no-vida, y en consecuencia en  habitantes planetarios  funcionales perfectos para los sistemas de control e influencia social que se “enriquecen”, con la enfermedad, la muerte y todos sus activadores: la desconfianza, el desamor, la competencia, el sometimiento, la tristeza, la depresión, el estrés, el miedo, el odio, en una frase de la negación o expulsión del otro.

Conduce a buscar la vida en la “no-vida” y en sus diversas expresiones, la percepción brumosa de lo afectivo-sociocultural-ético-espiritual, que puede conducir a una confusión temprana y generalizada, entre amor y pseudoamor, entre felicidad y pseudofelicidad, entre  alegría y pseudoalegría, entre salud y pseudosalud.

La pedagogía de la coexistencia busca sembrar la esperanza de que el currículum de los colegios y la universidades se llenen de asignaturas y cátedras sobre la vidafilia, y que aprendamos a recuperar:  el biocentrismo  y la biofilia,  la  autenticidad e intimidad óntica, la inteligencia de las células,  la sabiduría de los bosques y de las estrellas, con el anhelo que se humedezca nuestra tierra profunda, ancestral y sabia, para que germinen nuevas reflexiones y diálogos sobre el amor a la vida.

El “amor a la vida”, es posiblemente, el mejor indicador de lo sano, lo feliz, lo libre, lo existente en lo individual y lo colectivo. Por ello, expresiones coexistenciales de la vidafilia son: (a) la projimología: amar al otro como así mismo y así mismo como al otro, (b) el amor maduro o pleno: que es el que nutre recursivamente la identidad y la intimidad de los amando-amándose. (c) La salud plena o cósmica: en que se encuentran conformando un todo dialógico la existencia individual-protagónica- hologramáticamente consciente saludable con la co-existencia colectiva-universal-protagónica-hologramáticamente consciente saludable.

“¿Ser o no ser?”, ¿ser o pseudo-ser?, ¿existir o no existir?, estas preguntas contienen sólo la mitad del dilema o del camino, la otra mitad requiere necesariamente del surgimiento pleno-real-amoroso-integrativo del otro. Por ello el verdadero dilema, cuya resolución abre la puerta a la felicidad y la salud: es ¿coexistir o no coexistir?, o su equivalente ¿coexistir o pseudocoexistir?

Si la educación fuera un dominio de acciones que facilitara la disminución, del espesor que separa a cada ser de sí mismo, y actualizara  la capacidad de hacer a existir  al otro, también “separado de sí mismo por todo el espesor del mundo”. La educación sería el lugar-tiempo, en que se encontraran cotidianamente, dos existencias al desnudo, en la transparencia y perfección de su “ser profundo”, que tiene por vocación, responder a la llamada de ser imagen y semejanza de Dios, de actualizar para sí y con ello para el otro y el todo:  el bien, la verdad, la belleza y la unidad.

Se puede existir sin ser y vivir sin existir, lo mismo puede decirse del siguiente modo, aunque siempre se es, la cultura patriarcal subproducto de la escasez de amor y de la proliferación del pseudo-amor, que conlleva negación y sometimiento del otro fundamentalmente a nivel ontológico, posibilita una incongruencia humana, donde predominan los seres que siendo “X”, existen como “Y” y que por ello “eligen” un vivir sin-sentido, con  orientación tanática, y movido por la insatisfacción, la inseguridad y el temor asociados a este vació existencial, con pautas relacionales co-destructivas y expulsadoras del otro, en un “no-vivir” de escapismo, desamor, soledad, angustia, narcisismo y depresión, que perpetúan este círculo del no-existir, recreando con ello, una nueva cultura, aún más patriarcal y negadora del ser y sus atributos ónticos, (el bien, la verdad, la belleza y la unidad), poniendo  estos atributos fuera del ser y convirtiéndolos en pseudo-bien, pseudo-verdad, pseudo-belleza y pseudo-unidad y  desde ahí,  en objetos de consumo que se exhiben a diario,   en las vitrinas reales y virtuales del mercado.

[1] Se le agregó el prefijo pseudo, porque paradojalmente debilita no sólo a aquellos en quienes se ejerce dicho poder, sino que fundamentalmente a quien  lo ejerce.

[2] Byung Chul-Han

[3] Alejandro Jodorowsky

[4] Fragmento del poema  “Muere lentamente” de la periodista y escritora brasileña, Martha Madeiros

[5] Edgard Morin

[6] Edmund Husserl

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