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La Universidad Instrumentalizada

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¿Cuál es la principal función de la universidad? Sin duda alguna, transmitir conocimiento. Es – o al menos debiese aspirar a ser– el espacio de inclusión por excelencia, aquel en el cual se encuentran las distintas geografías, economías, culturas y emotividades; el cimiento donde la desigualdad se esfuma, donde se adquieren las herramientas que permiten transformar el mundo, hacerlo propio y a su vez de todos; la institución donde reposan las mayores esperanzas sociales, esto, y mucho más, es o debería ser la universidad.

Aristóteles describió en su Ética Nicomáquea dos tipos de virtudes, a saber, virtudes éticas y virtudes dianoéticas, las primeras, forman parte de la contingencia y responden a hábitos –tales como templanza, amabilidad, liberalidad, etc. –; mientras que a las segundas –tratadas desde el libro VI– le corresponde la parte racional del ser humano –en término aristotélicos, es el predominio de nuestra parte intelectiva por sobre la sensitiva y vegetativa–, en éstas encontramos aquellas que son propias del intelecto teórico –cuya virtud sería la sabiduría o sophía–, y del intelecto práctico –cuya virtud sería la prudencia o phrónesis–. Así las cosas, cuando señalo que el principal rol de la universidad es transmitir conocimiento, me refiero a esto último que Aristóteles denominó virtudes dianoéticas. ¿Cuál es el rol de nuestras casas de estudio si no es cooperar a hombres y mujeres en la determinación y reflexión?

El problema se presenta cuando este fin o función comienza a sortearse, y puede ocurrir por diversos factores, ya sea por agentes externos o por agentes internos de las instituciones. ¿Existe uno más nocivo que otro? Me parece que si, en específico los últimos. La universidad se compone, por regla general, de tres estamentos, de los cuales el más activo en cuanto a demandas de participación suele ser el que le corresponde a los estudiantes, así viene ocurriendo desde hace más de una década, lo que ha implicado una explosión de reclamaciones. Este actuar ocurre también desde distintas condiciones, así entonces, mientras unos lo hacen por sí mismos, de manera independiente y coordinada con el resto de sus compañeros y compañeras, otros prefieren hacerlo desde plataformas, aquellas denominadas partidos políticos o movimientos políticos. Aquí es donde veo el verdadero peligro.

Los movimientos políticos universitarios –viéndolo con ingenuidad y optimismo– funcionan como espacios de convergencia donde aquellos que poseen similares ideales y proyecciones se conciertan para facilitar la materialización de dichos principios y construir así una mejor universidad. Ahora bien, no dudo de que muchos estudiantes participan de éstos por motivaciones dignas de encomio y que creen que desde esa posición es mejor cooperar con el futuro de las casas de estudio, pero me temo que sólo profesar aquello es demasiado crédulo y fantasioso.

Como toda organización, los movimientos políticos universitarios también tienen vicios. Quien mejor descubrió –me parece– estos defectos en las organizaciones fue Robert Michels, sociólogo alemán, discípulo de Max Weber y Vilfredo Pareto, curiosamente militante del partido socialista en su juventud, para luego ingresar y formar parte del Partido Nacional Fascista de Mussolini, escribió un libro llamado Los Partidos Políticos. Cuando Michels estudió los juegos de poder que se producían en las masas –estaría orgulloso hoy en día de series como Games of Thrones o House of Cards–, notó que la democracia en realidad sólo es un mito, un juego de simulación donde siempre la organización lleva a oligarquía, de este modo, dado que la masa –estudiantes de base independientes y de los movimientos mismos– son incapaces de gobernarse a sí mismos, ya sea por cuestiones materiales (falta de información o tiempo) o inclinaciones psicológicas (gratitud y culto por los liderazgos eficientes), resulta que unos pocos, la minoría organizada –líderes de los movimientos– se hace del poder, haciendo uso de la indiferencia política e ignorancia de sus bases y organizándose de manera conservadora –incluso hasta el movimiento más revolucionario ansía transformarse en partido político–, generando así mayor oligarquía.

Dicho todo esto, podemos pasar a entender cómo los movimientos políticos pueden amenazar el rol de las universidades. La cantidad de plataformas va en constante crecimiento, siendo la mayoría de una izquierda dura –de derecha hay muy pocos–, se han posicionado en las universidades como una forma de mantener viva a la verdadera izquierda ideológica luego de las dos grandes derrotas sufridas en las últimas décadas, la primera, una derrota internacional con la caída del muro de Berlín, la segunda, una derrota nacional con el amplio posicionamiento de la Concertación o Nueva Mayoría. Así las cosas, tal como plantea Alfredo Jocelyn-Holt, estos movimientos han capturado las casas de estudio como su cuna, pretendiendo sobrevivir y criticar al statu quo, manteniéndose al margen de este, pero curiosamente jugando a la institucionalidad desde el organismo más importante para una sociedad, la universidad.

Con todo, considero que hay algunos aspectos y errores –los cuales no quiero establecer como regla general– que debemos reconsiderar para evitar la instrumentalización de la universidad por parte de los movimientos, aunque algunos de ellos son transversales a los estudiantes en general.

En primer lugar, el caudillismo político se ha transformado en una constante de los últimos años. Obtener cargos y vocerías son peleas cotidianas. De este modo, los movimientos a través de sus líderes, en una lucha de egos, y con pretensiones de posicionamiento, acuden a medidas que les permitan exhibirse y así poder generar trampolines políticos.

No podemos permitirnos proyectar en micro lo peor de lo macro, no podemos permitirnos como estudiantes cometer en la interna de nuestras instituciones los mismos errores que cometieron y están cometiendo los oligarcas que hoy detentan el poder

En segundo lugar, potencian discursos de lógica nacionalista que configuran un sentimiento de orgullo respecto al estamento que forman parte, el estudiantil. ¿Hay algo más narcisista que un estudiante militante y representante? Sumemos a eso que logran transmitir y contagiar la idea de que sin ellos la universidad no es nada como configuración , y en parte lo comparto, efectivamente la presencia estudiantil es una condición sine qua non de la existencia universitaria, pero en ningún sentido una condición per quam de la misma.

En tercer lugar, una lógica del enemigo. Lógica que funciona como un antagonismo, vale decir, aquel que no piensa como tú, está en tu contra. Lo que nos lleva a una polarización, así entonces, podemos encontrar segmentos artificiales como estudiantes vs gobierno o estudiantes vs decanato. El problema se profundiza más cuando es a la interna de la institución, pues como dije, ha de entenderse que  la participación en la universidad es compleja porque también tiene posiciones diversas y estamentos distintos, así entonces, la lógica del enemigo sólo divide posiciones cuya aspiración debiese ser converger.

En cuarto lugar, estrategias comunicacionales que poco y nada aportan a la construcción de las universidades, pues son excesiva imagen y reducida concreción. Entre éstas se encuentran el abuso del gerundio, conjugación por excelencia de que las cosas se hacen desde hace mucho –no sabemos desde cuándo– y se seguirán haciendo –no sabemos hasta cuándo–, por lo que no es raro escuchar que las cosas se están haciendo, se está trabajando o se está construyendo. Tampoco se pueden dejar de lado los eslóganes, en especial aquellos relativos al movimiento estudiantil, los cuales a mayor uso, menor significado tienen –o según Foucault, lo pierden–, se transforman en costumbre. Agregar también el emotivismo generado por el vínculo entre estudiantes y trabajadores; discursivamente, suele haber una identificación con quienes realmente mueven el país, empatizan con ellos y los sienten como parte de sí mismos, pero esto en reiteradas ocasiones no tiene consecuencia en la praxis diaria.

Los vicios suman y siguen, pero, ¿En qué consiste la amenaza? La amenaza consiste en la instrumentalización de la universidad como medio de posicionamiento político,  como campo de batalla de nacionalismos falsos y argumentación pobre, para hacer de ella lo que no es, una trinchera.

Me pregunto entonces, ¿son necesario los movimientos políticos en las universidades? Lo son, y juegan un rol fundamental, pues la universidad no puede ser otra cosa que el microcosmos de uno mayor, el país, pero no podemos permitirnos proyectar en micro lo peor de lo macro, no podemos permitirnos como estudiantes cometer en la interna de nuestras instituciones los mismos errores que cometieron y están cometiendo los oligarcas que hoy detentan el poder. En un país donde la participación política es reducida, la desconfianza campea y la falsedad camina por la calle, la política joven debe salir a salvar el escenario a futuro, por lo mismo, la mejor política debe nacer donde también se contagian las ciencias y la sabiduría. Así como dije, la principal función de la universidad es transmitir conocimiento, pero inmediatamente después, y quizá en una misma proporción, está hacer política, la de verdad, no la viciada, y hoy estamos desaprovechando esa oportunidad.

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3 Comentarios

Servallas

Te felicito, no había leído estas ideas antes y creo que tu razonamiento es concordante con la realidad, es cierto, hoy las universidades están, si no todas, casi todas en una situación de «captura»‘ y son instrumentos ideológicos,  en primer lugar para mantener viva la mitología del totalitarismo estatal  que se cae a pedazos en las sociedades libres, y por lo que se ve,  para formar grupos de choque, muy violentos e intolerantes. Cualquier niño o niña que se atreva a decir algo en contra del grupo dominante en esas «asambleas» es atacado por una verdadera jauría. Pienso que el «trabajo»  lo han realizado ciertos docentes, grupos de ellos que comienzan desde los cursos más básicos a entregar una visión sesgada de la realidad, crean un condicionamiento basado en una enorme cantidad de gurues e iluminados y en terreno abonado por los hechos conocidos de la dictadura que tuvimos,ya en la medianía de una carrera, preferentemente en las que incluyen materias sociales los alumnos están cambiados, se han bebido toda la pócima venenosa, ya son hijos de la violencia y la intolerancia. El panorama es desolador, 20 o 30 alumnos dominan fácilmente grupos de 400 o más alumnos, tampoco los rectores pueden hacer mucho, lo único que pueden hacer es intentar buscar un equilibrio precario para que no se hagan de la institución, y comiencen a gobernarla por la fuerza.

Jose Luis Silva Larrain

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Trato de no leer y comentar artículos de autores que no atienden opiniones en sus columnas. Es lo primero que reviso antes de opinar. Pero el tema es interesante y veo que el Sr. Sergio Valladares ya ha hecho un comentario, de muy buen criterio como siempre.

Efectivamente los chicos son absolutamente manipulados, no por los “Oligarcas que ahora detentan el poder”, ellos también fueron a la universidad y muchos lideraron también movimientos contra los oligarcas de turno. Lo que pasa es que al salir de la U se enfrentan a la vida y la mayoría de ellos madura.

Lo que llama “la verdadera izquierda ideológica” es justamente la podredumbre retrógrada (no han evolucionado 1 milímetro desde los años 60) en las universidades, principalmente estatales, que envenenan esta genuina pasión juvenil por mejorar al mundo. Su triunfo aparente es desbordar sus nocivas ideas hacia el país como ha ocurrido estos últimos 2 o 3 años, hasta que chocan con la realidad al ver el fracaso permanente en Chile y el mundo de esas ideas de la izquerda retrógrada y maduran. El país volverá a la mesura, vendrán dècadas de sacrificio para ordenar la casa de nuevo, mientras se incuba de nuevo el mismo bicho hasta encontrar otro huesped fresquito que viene del colegio, ignorante de la capacidad destructiva de esta podredumbre, para intentar repetir el ciclo.

Debe haber forma para romper este circulo vicioso (o la dictadura tenia razón cuando decia que el Marxismo es un càncer).

Saludos

Juan carlos

Leí que citaste a jocelyn-holt y no pude evitar seguir leyendo con seriedad el resto de la columna.