El escenario del crimen. Suenan las ollas, las risas juveniles, los ecos de los pasos en los pasillos de las escuelas, algún partido de fútbol improvisado en el patio, el silencio de la campana o el timbre que marca el paso del tiempo, la confección de cajas de zapatos o tarros para la recolección de dinero entre peatones y automovilistas… en alguna sala se discute sobre educación, estrategias y lucha.
En algún otro lugar de la ciudad: los números cuadran perfectamente. Se miran con sus calculadoras, fórmulas proyectadas en el muro, computadores individuales que informan sobre el margen de negociación. El presupuesto social ya está definido. La discusión en el Congreso Nacional no será más que un trámite. Se escucha entonces una pregunta hábil: ¿Y cuál será la distracción?
En otra oficina céntrica de la ciudad: muros blancos y altos con alambicados adornos barrocos. Sillones de cuero, alfombras persas, y de pronto… como saliendo desde alguna lámpara de plata… una genialidad: “la toma es un crimen”. Se hablará entonces utilizando palabras de sentido común, aquellas que sirven para escudar y justificar toda represión en el mundo: terrorismo, desorden, delincuencia, caos, protección de la propiedad, no nos temblará la mano, control, saqueos, o el nuevo “inútiles subversivos”. De un plumazo se borran todos los elogios pronunciados en las prestigiosas universidades de Boston y Harvard, donde el Presidente celebró las manifestaciones estudiantiles diciendo que estaba de acuerdo –“aunque el gobierno actual no fuese parte del problema”-, y donde además afirmó que en Chile está asegurado el derecho a manifestarse públicamente.
La probabilidad que este proyecto de ley que sancione las tomas de las escuelas no tenga el mismo apoyo transversal que tuvo la ley de penalización juvenil después del 2006, cuando se bajó la imputabilidad a los 16 años. Sin embargo, su entrada a discusión al mismo tiempo que la ley de presupuestos constituye un buen volador de luces para desviar presión social sobre el financiamiento de la educación. Es un viejo artilugio político asimilable a la aprobación de leyes durante las vacaciones de verano. Los destellos de los fuegos de artificio ocultan un presupuesto escuálido para la magnitud de las necesidades, y por otro disimulan la lógica estructural de distribución de los recursos: se sigue entregando más dinero público a la educación privada, bajo la protección constitucional de la igualdad de trato.
El escenario del verdadero crimen. Pero la maniobra de distracción no sólo ha pretendido ocultar esta discusión. La humareda intenta una vez más naturalizar una realidad mucho más cruda y salvaje: la toma verdadera. Entre 1976 y 1980 una Comisión de abogados trabajó arduamente en la redacción de una nueva Constitución para Chile, la cual interpretaría la voluntad de poder de la Junta Militar, sentando las bases de la disolución de los límites entre lo público y lo privado… o más bien la preeminencia de los intereses privados sobre cualquier posibilidad de privilegio de lo público. Atrapados por esta toma ideológica de nuestras leyes seguimos revolviéndonos contra la pared, una y otra vez como aves contra el vidrio.
Las escuelas públicas deben ser recuperadas como referente ciudadano, y lo que ha hecho la sociedad chilena es tomar la educación como una lucha fundamental de construcción de lo común. Esta es la mejor forma de enfrentar la toma verdadera y liberarnos.
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Foto: En toma – Tecnovm64 / Licencia CC
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