En el hogar de la Familia Céspedes, tanto el padre como la madre trabajan. Él en una empresa de servicios informáticos en la comuna de Providencia y ella como secretaria en una empresa de logística de productos. Viven en la comuna de Maipú, tienes dos hijos de 9 y 14 años, y representan aquella clase media que muchas veces las hemos oído hablar: pujante, esforzada y con ganas de salir adelante.
Sin embargo, en esta ocasión, contaremos dos historias comunes y que tal como miles de otras familias en Chile, desde la más pobre a la más rica, marca la situación actual respecto a nuestro sistema educativo chileno: el no cumplimiento del compromiso asumido con la Jornada Escolar Completa (JEC) o extendida de realizar los deberes escolares en la escuela y no enviar, por ende, tareas para la casa. Por ese incumplimiento, es frecuente que los niños pasen 8 o más horas en las escuela y encima, lleguen a continuar realizando deberes escolares en su hogar, pasando a llevar de esa forma varios derechos de los niños reconocidos por la ley chilena a través de la Convención Internacional que suscribió el año 1990.Se trata de cuestionar a un sistema educativo que, en medio de promesas de reforma (su cumplimiento es otra historia) y demandas internacionales de transformación está vulnerando directamente derechos esenciales de la infancia a través del envío de tareas escolares para la casa.
El hijo de 9 años de la Familia Céspedes, que asiste a 4º Básico de un colegio particular subvencionado de la comuna, entra a clases a las 8 am y se retira a las 16:15 pm. Él, como muchos otros niños, llega a casa en furgón, a eso de las 17 hrs. Descansa un poco, quizás come algo, y se reencuentra con sus padres a las 7 u 8 de la noche. Luego de conversar un poco, la madre revisa si su hijo trajo tareas. Él dice que sí, como cada día, y pide apoyo en algunas de ellas. Bordeando las 9 de la noche, luego de tomar once, retoma el trabajo escolar (las tareas de dos asignaturas en las cuales requería ayuda), y pasadas las 10, lo termina. El hijo tiene sueño (los niños necesitan dormir unas 10 horas), los padres también, y todos quieren dormir lo antes posible, pensando en la jornada siguiente que comenzará a las 6 o 7 de la mañana.
A varios kilómetros de distancia, la Familia Cubillos, que vive en la comuna de Providencia, también está terminando el tiempo de acompañar y apoyar las tareas de sus hijos. Los tres niños de la familia van a un colegio particular pagado de la comuna, con jornada asimismo extendida. El más chico está en 1º Básico, el del medio en 4º Básico, y el mayor en 7º Básico. Todos están cansados, y sienten que es demasiado lo que deben hacer en el día.
Tanto para la Familia Céspedes como para la Familia Cubillos, existe un fuerte estres en sus vidas: jornadas laborales prolongadas (que dificultan o impiden la conciliación) que en Chile, no significan mayor productividad –así lo indican las cifras- y apoyo de deberes escolares de sus niños que tienen jornadas escolares completas, que tampoco resultan y no necesariamente aprenden más y mejor.
Son estas realidades las que expone y queremos cambiar quienes apoyamos el movimiento “La Tarea Es Sin Tareas”. Éste surge como una proposición a tomar conciencia de la realidad social y educativa que existe en Chile, y lo que viven nuestros niños en su cotidiano escolar, que arriesga –o daña directamente- su salud y el pleno respeto de sus derechos.
En un país donde el exitismo y la competencia han traído estrés y agobio a la educación, a los niños, y a nuestras familias, se vuelve un gesto responsable evaluar qué estamos haciendo.
No se trata de cuestionar a los profesores y sus metodologías –menos cuando han sido permanentemente descuidados y/o reducidos a meros elementos técnicos en las aulas. El punto va mucho pero mucho más allá de una herramienta pedagógica: de lo que se trata es de cuestionar a un sistema educativo que, en medio de promesas de reforma (su cumplimiento es otra historia) y demandas internacionales de transformación (en el contexto de la agenda desarrollo post 2015, además), está vulnerando directamente derechos esenciales de la infancia, además de la riqueza afectiva de las familias, el cuidado de sus vínculos (y está la pregunta sobre una posible intromisión, inconstitucional, en la vida privada), y el impacto en el juego y la alegría infantil, la salud física y mental de la niñez. Y de todos.
¿Es esta vida la que queremos tener para nuestros niños y niñas?
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