El fin es hacer al niño razonar sobre “lo correcto” y no que obedezca ni mucho menos que tenga temor.
El discurso fuerte, y en algunas ocasiones hasta violento, ya se ha hecho presente tras los casos de violencia y delincuencia en el país. El sector más conservador hace un llamado a la “mano dura” y por sobre todo, a una mayor disciplina y castigo en la crianza de los menores para que de esa manera se evite que “caigan por el mal camino en el futuro”.
Ergo, es de suma importancia que en este texto se empiece entendiendo el concepto de “disciplina”, que al menos en el área de la educación y la formación de las personas, es básicamente el acto de enseñar a obedecer y acatar reglas a través de sanciones como estímulo negativo. Es decir, conductismo puro y duro: “Sí te portas bien y obedeces, no hay castigo”.
Esta “disciplina” casi siempre va acompañada a un “obedece porque sí”, sin dar las razones del porqué el menor tiene que comportarse de cierta manera. Es ahí, en esa educación y crianza, donde se forman los reprimidos, los menos libres entre los libres.
La disciplina, para quien la enseña o la ejerce en los demás, es percibida claramente como algo positivo, ya que estas personas ven cómo el individuo que está sujeto a ella obedece y no cuestiona. Esto no sólo pasa en las familias, sino que por sobre todo en las escuelas y hasta en las Fuerzas Armadas (lo que explica en parte el fuerte lazo entre las familias conservadoras y los uniformados).
El problema está en que aquello hace del individuo una persona dependiente de la autoridad y sin esta es capaz de convertirse en enemigo de lo “correcto” para quien lo disciplinó (y para la misma sociedad). Por eso no es sorprendente ver a hijos de familias conservadoras metidos en casos de corrupción o robando derechamente (como el caso del “ladrón cuico” en Pucón), o también no es novedoso cuando los mismos uniformados cometen abusos creyendo no ser vistos por quien los pueda denunciar a la autoridad.
Es ahí donde se ve la ausencia de la “auto – disciplina”, que curiosamente no necesita de la disciplina y hasta se podría decir que ni siquiera es compatible con ella. Una persona que posee auto-disciplina es alguien que sin importar lo que le diga la autoridad o la sociedad, actúa en base a lo “correcto”, que sería en este caso lo guiado por sus principios y valores propios.
Es decir, hablamos de un niño que justamente se le enseña a preguntar el porqué de las cosas y que sabiendo esto, crea una regla moral y valórica que desde entonces regirá su conducta y actitud ante sus semejantes.
Entonces, estamos hablando de niños y jóvenes que se les ha enseñado a razonar antes que a obedecer, por lo tanto, a personas que claramente son más libres y autónomas, ya que no necesitan guiarse por ninguna autoridad o código de conducta externo (un ejemplo es la misma biblia) para actuar en base a lo correcto.
Criar a niños auto-disciplinados y libres es complicado, y posiblemente hasta cueste más que criar a un niño disciplinado. Al momento de formar auto-disciplina en un individuo, la violencia no es válida (nunca debería serlo, en todo caso) y los castigos pasan a un segundo plano. El fin es hacer al niño razonar sobre “lo correcto” y no que obedezca ni mucho menos que tenga temor.
Para crear auto-disciplina primero se necesita conciencia crítica, es decir, que el individuo a través de su propio razonamiento haya llegado a lo que se considera una “conducta correcta”. Ergo, estamos en parte hablando de la Pedagogía del Oprimido de Paulo Freire, donde se busca enseñar a cuestionar y a repensar por sí mismo cada cosa o suceso. Entonces, como dijo el educador brasileño, es importante entender que: «El aprender implica percibir, repensar y sugerir».
Ahora, cómo lograr esta conciencia crítica, es un punto que atender. Según explica Paulo Freire en su Pedagogía del Oprimido, esta se obtiene gracias a una herramienta social que cada vez es mirada más en menos: el diálogo. El diálogo, la palabra, crean reflexión y acción, convirtiéndose en la praxis del sujeto. Y para lograr un diálogo constructivo y creador de conciencias, es importante tener humildad. “¿Cómo puedo dialogar, si alieno la ignorancia, esto es, si la veo siempre en el otro, nunca en mí?”. Es decir, para lograr en el otro un genuino interés en aprender y en razonar, uno tiene que tener esa misma disposición. No sólo los niños aprenden de uno, ya que uno también aprende de ellos.
Pero, si se deja a la Pedagogía del Oprimido actuar por sí sola, hablando en este caso de niños, en este caso de niños en etapa escolar (5 a 10 años), es muy poco probable que tenga el efecto esperado. Ya que quienes cursan la infancia y la juventud necesitan también ternura, afecto, amor y cariño. O sea, se necesita la Pedagogía del Cariño, donde uno de sus precursores es el héroe cubano José Martí.
En la Pedagogía del Cariño el educador debe ser un ejemplo virtuoso, eso es lo primero y lo primordial. Quien educa se tiene que convertir en un testimonio de las virtudes, los principios y las relaciones positivas que se buscan en el educando. Es de vital importancia en la formación de un niño la presencia de un referente positivo, que sirva de guía y ejemplo.
El educador, como se mencionó también anteriormente en la Pedagogía del Oprimido, tiene que estar abierto constantemente al diálogo. Estar dispuesto a saber lo que piensa o lo que siente el niño. También quien educa requiere confiar en el niño y estar dispuesto a apoyarlo en la búsqueda sincera de sí mismos.
Y por último, quien forma individuos tiene que también darles el espacio para la práctica de las virtudes aprendidas. Esto se refiere a que pongan en práctica cuidar, respetar, estudiar, etcétera. Por eso, según varios especialistas, es de gran valor para la crianza de un niño la presencia de un animal en la casa, haciendo del “individuo a formar” en buena parte responsable de la mascota. O también, es además una buena práctica de las virtudes aprendidas, el hecho de fomentar en ellos la solidaridad a través del trabajo comunitario.
Para José Martí un buen educador es: “Aquel hombre a quien aman tiernamente sus alumnos, que le ven de cerca la virtud; aquel compañero que en la conversación de todos los días moldea y acendra, y fortalece el espíritu de sus educandos para la verdad de la vida; aquel vigía que a todas horas sabe dónde está y lo que hace cada alumno suyo, y les mata los vicios con la mano suave o enérgica que sea menester, en las mismas raíces, creando amor al trabajo y el placer constante de él en los gustos moderados de la vida”.
Y es por sobre todo importante ser amables con quienes se les busca educar; una sonrisa o una simple caricia en el pelo, son muestras de afecto que son sumamente valoradas por el niño y le dan un empuje más para lograr su propia formación como persona e individuo que actúe según el bien.
Ahora es sólo decisión de los papás del presente y del futuro si quieren hijos criados a través de la violencia y el castigo, que acaten reglas y órdenes sin siquiera valorarlas y/o entenderlas, siendo un reprimido más en la sociedad, o si quieren educar a través del afecto y la creación de su “conciencia crítica”, quienes no necesitarán ni reglas ni órdenes externas para actuar bajo un código propio y beneficioso tanto para ellos como para el resto de la sociedad.
Para finalizar esta columna quisiera concluirla con una frase de mi político e intelectual favorito, el francés Victor Hugo: «Amigos míos, retened esto: no hay malas hierbas ni hombres malos. No hay más que malos cultivadores».
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