El movimiento estudiantil se ha convertido, en este tiempo, en un tejido social transversal que ha tomado rumbos insospechados y una fuerza única. Es más, a él se han sumado diversos actores (que si bien han aprovechado, en algunos casos, la coyuntura para poder reivindicar sus necesidades) que han puesto en primer lugar de la agenda el tema educacional.
Pero todos sabemos que en un país como Chile esto es insuficiente. No basta con discutir el país que soñamos desde varias miradas; no basta con discutir las diversas aristas de un conflicto que lleva ya tres meses si no lo transformamos en acciones concretas. Ha sido espectacular ver cómo se han tocado temas como el lucro o la reproducción de las desigualdades económicas. Sin embargo hay algunas críticas que es necesario, desde un punto de vista personal, hacer notar.
No encontramos discutiendo sobre el sistema educacional que queremos. Sin embargo, llama la atención el hecho de que se encuentra discutiendo cómo pagarlo, no qué pasa con el profesor. A este actor fundamental en el sistema (pensando en contextos de aula) se le pide compromiso con el sistema y perfeccionamiento, simplificando su rol a lo mínimo.
Se nota en esta discusión la falta de personas que estén comprometidas en la pedagogía. Es decir, nos preocupamos cómo pagar (que es lo que le inquieta a carreras como derecho o medicina), pero no de cómo lo pasa la persona que le hará clases a un estadio. La persona que tiene entre veinte y veintiún años (lo que va de democracia) y que se educó hace diez años lo hacía, en promedio, con treinta estudiantes más; el que se titulará en un par de años hará clases a cursos con hasta 50 personas (dependiendo, claro, del contexto en que se encuentre).
El profesor, de esta manera, se convierte en un guardador que, encima de todo, debe estar adaptado a las necesidades de cada estudiante, concentrando la atención de todos y explicando los contenidos de la mejor manera posible. Ninguna reforma educacional considera necesidades tan básicas del docente como el preparar las clases y el material de las mismas, tiempo de corrección de pruebas y descanso, perfeccionamiento y otros.
Insisto, estamos en tiempos de discusión de un sistema educacional. No podemos dejar de lado a este actor importante: el rol del profesor va más allá de comprometerse simplemente, sino que se le den las adecuadas condiciones para ejercer su profesión.
Por otro lado, en la discusión de un sistema educacional debemos tener en cuenta un aspecto que se ha realizado en diversos países del mundo y que Chile ha omitido bajo la excusa de la república unitaria: un sistema nacional y único de educación. De aquí nace una pregunta clave para poder entenderlo en toda su dimensión: ¿Es lo mismo entregar una mediagua en Arica, en el Alto Biobío y en Punta Arenas?
Las regiones son las que sostienen Chile. Sin ellas, simplemente, el país es inviable. Cualquier atisbo de plan educacional o reforma al sistema debe tener en cuenta las necesidades de cada uno de los territorios. Por ello es sumamente importante que en cualquier discusión y política de Estado se considere las realidades de cada región en aspectos tales como pueblos originarios (historia, lengua y costumbres), contexto local, actividades productivas de la zona, historia local, entre otros.
De esta manera y sólo de esta manera no será un sistema educacional en función de la capital, donde se han realizado todos los planes en esta área en la historia. Porque un sistema público, gratuito y de acceso universal es tan importante como lo que pasa después: las condiciones del profesor y la región en la que habita.
Porque de esta manera se ayuda efectivamente a dignificar una de las profesiones más nobles del mundo: la del profesor.
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Foto: Chile Ayuda a Chile / Licencia CC
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