Cuando podemos reconocer la intencionalidad y las condiciones en que los contenidos se producen, tenemos más capacidad de elegir mejor la información, evitar creer en versiones distorsionadas o al menos darnos cuenta de qué es lo que el emisor quiere destacar, cuál es su mensaje «entre líneas».
Las fuentes de información siempre han sido diversas, cada persona puede reportarnos sobre lo que conoce, piensa y siente. Pero la ventaja que tenemos actualmente es que podemos plasmar esas ideas y compartirlas con «el público». Los innovadores que han creado nuevas y económicas formas de comunicar información y opinión han cambiado uno de los principios básicos de la comunicación masiva: hoy a todos nos resulta posible difundir contenidos, éste ya no es un monopolio de quien cuenta con el equipamiento (y el dinero) para hacerlo.
Ahora bien, el problema de muchos analistas es que asumen que el aporte de las nuevas plataformas digitales es un paso definitivo hacia el pluralismo, como si no hubiera nada por hacer para que sus beneficios se expresen en una sociedad más empoderada. En Chile falta mucho para que eso sea así. Y es que en general la población declara que se informa de la realidad social (local y mundial) a través de los medios tradicionales, en especial la televisión. El televisor es un verdadero ‘mueble’ dentro del hogar, nos acompaña, nos marca la rutina mantiene a raya a nuestros hijos. Ka televisión forma parte de nuestra vida cotidiana.
Pero esta omnipresencia de la televisión en nuestra rutina se sostiene también porque hay poca preocupación por parte del poder político por incentivar que la gente utilice lo digital para informarse de su entorno. La mirada de la «alfabetización digital» o las «competencias TIC» -como les llama el MINEDUC- se restringe a que los ciudadanos utilicen las nuevas tecnologías para ser más eficientes y en sus trabajos, sus colegios, etcétera. Con eso se aprovecha sólo parte del potencial de las nuevas tecnologías, pero no promovemos que los ciudadanos conozcan más y mejores versiones de la realidad.
No sólo debemos avanzar en tener una actitud más provechosa con la información de internet. También debemos aprender a «leer críticamente» todo tipo de contenidos mediáticos, los de la televisión, los de la radio, lo de internet. Cuando podemos reconocer la intencionalidad y las condiciones en que los contenidos se producen, tenemos más capacidad de elegir mejor la información, evitar creer en versiones distorsionadas o al menos darnos cuenta de qué es lo que el emisor quiere destacar, cuál es su mensaje «entre líneas».
Así, lectura crítica, conocimiento técnico y una actitud indagadora en internet, forman parte de un camino más verdadero hacia una sociedad más empoderada que el que pregonan los «optimistas tecnológicos». Incluso, los avances en redes sociales, aplicaciones gratuitas, dispositivos cada vez más portátiles y económicos, dan la posibilidad de que cada uno de nosotros sea un «medio de comunicación» más. Por ejemplo todos podemos llegar a tener un «canal» en Youtube o un blog, pero para que esa diversidad y pluralismo florezcan, el Estado debe dar pasos firmes hacia conseguinrlo.
Lo primero es avanzar en conocer bien las formas en que la gente utiliza las nuevas tecnologías, para buscar con qué estrategia pedagógica podemos avanzar hacia una ciudadanía más informada de los problemas, progresos y debates que nos conciernen como habitantes de una sociedad, formando nuestra propia visión de lo que queremos ser como país. No preocuparse de la política nos debilita y nos somete a las decisiones de otros, que muchas veces ponen sus propios intereses por sobre los de la mayoría. Y no se trata de entender la política como lo que ocurre con «los políticos», sino que pensando la política como aquello que define cómo es nuestro pais y las relaciones que entablamos entre nosotros en todos los ámbitos de la sociedad
Luego la educación escolar y otras instancias de formación deben incorporar la «educomunicación» o «educación en medios». No es posible que una de las actividades más importantes en la cotidianeidad de la gente (consumir información a través de los medios de comunicación tradicionales o digitales) no sea parte relevante del currículum escolar, en particular en las asignaturas de «lenguaje y comunicación» e «historia y ciencias sociales». No basta con enseñar a los jóvenes a usar procesadores de texto o a no hacerse bullying virtual. Debemos pasar desde la «alfabetización digital» hacia la «alfabetización mediática»: reconocer que la circulación de la información (en especial aquella que habla sobre la actualidad de nuestro entorno inmediato) es un factor crucial en el desarrollo de un país.
Para ello, necesitamos formar a nuestros profesores, convencerlos de que una actitud activa y crítica al usar medios de comunicación es muy importante para mejorar como país y como sociedad.
Todo este panorama estaría mucho más allanado si internet fuera considerado como un derecho social y fuera provisto gratuitamente a toda la población, lo que se justifica por la importancia de la información en una sociedad como la chilena. Pero esa es harina de un costal mucho más grande.
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Foto: Wikimedia Commons
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