Revertir el escindimiento que encontramos entre lo académico y lo político sería desde ahora la prioridad próxima a implementar como acción urgente de cambio, la inaplazable para efectivizar las correcciones superadoras, impulsando un diálogo dinámico entre calidad y cantidad. ¿Por qué? Porque el cambio para vincular la relación educación y trabajo y formación permanente y mejora de ingresos, también transparentaría el tercer problema que subyace, el desfasaje curricular; el seguimiento de manera sostenida y unificada a las tres situaciones más acuciantes de nuestra educación, fomentaría la profunda transformación en favor de las próximas generaciones de aprendientes.
Es este un tema político-económico-social y educativo, que nos afecta como país con necesidad de crecer y lograr el desarrollo pleno; los ciudadanos, los docentes y las autoridades de la cartera, todos en conjunto y apuntando en la misma dirección, bien podríamos impulsar/exigir/controlar la actualización permanente de las tres necesidades básicas mencionadas, que viabilice la citada transformación del sistema de educación, la movilidad curricular que responda a los cambios urgentes que se gestan en el mundo de hoy es lo que el siglo XXI exige para el actual sistema formador: calidad, cantidad e innovación.Ya no bastará con la universidad o con los institutos profesionales, la educación, finalmente, deberá brindarse a lo largo de toda la vida.
Ser un egresado de la Enseñanza Media ya no es suficiente para un trabajador calificado o un técnico y las universidades no están formando profesionales para los empleos y especialidades que necesitamos hoy -o que se necesitarán en un futuro próximo- pues la evolución y/o reconversión de los planes de estudio de las carreras superiores son más tardíos que los cambios que enfrentamos en las ciencias, en las nuevas tecnologías que influyen en la sociedad y en el tipo de capacidades, habilidades y destrezas que deberían tener y desarrollar los ciudadanos que ingresan al mundo del trabajo.
Si realmente pretendemos efectivizar transformaciones perentorias, las exigencias para el presente siglo, entonces revisemos qué está sucediendo en estos precisos momentos con la formación académica en el nivel superior, que no es obligatorio -aunque debería serlo- pero que sí es imprescindible para mejoras sustantivas en nuestro país. Si realizamos una investigación pormenorizada de lo que en Chile las universidades privadas y estatales, más los centros técnicos y de capacitación imparten como contenidos a la población en formación educativa superior, advertimos un desencuentro manifiesto entre lo que se dicta y desarrolla al interior de una carrera de grado y lo que se necesita aprender y aplicar como país periférico: la cantidad de años de estudio debe ir acompañada de calidad curricular, lo que finalmente se traducirá en calidad de aprendizajes necesarios, indispensables y suficientes para un país en crecimiento y ello, en definitiva, redundará en mejoras económicas de la población laboral. Pensado así y jamás disociados, sí es factible que estos componentes, calidad, cantidad e innovación cierren y se retroalimenten.
Es perentorio cambiar la mentalidad de lo que creemos y tenemos por lo que necesitamos, he aquí la significatividad de trasmitir, comprender y enseñar en todos y cualquiera de los cursos, ciclos, niveles y modalidades del sistema educativo, la importancia de la prosecución de estudios y la adquisición y actualización permanente de conocimientos. Ya no bastará con la universidad o con los institutos profesionales, la educación, finalmente, deberá brindarse a lo largo de toda la vida.
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