La visión de la educación que la Confech propone, si bien acierta parcialmente en algunos diagnósticos, está sustentada en una neutralidad ética, que implica sostener que en el debate educativo no hay un terreno común sobre el cual construir el diálogo, sino tan sólo dos visiones opuestas que disputan su hegemonía.
La Confech ha validado su voz ante la opinión pública como autoridad de confianza para diagnosticar y resolver problemas educativos. Por eso, cada cierto tiempo, con motivo de las marchas estudiantiles, esta entidad ha dado a conocer petitorios con sus respectivos fundamentos.
¿Cuál ha sido, hasta ahora, el razonamiento de la Confech?
Existen dos proyectos de sociedad en disputa. El primero, concibe a la educación como un “bien de consumo” y el segundo, la entiende como un “derecho social”.
La dificultad de este razonamiento es que se hace insostenible. Los hechos demuestran que existe una gran cantidad de matices que la Confech no parece captar. Tras la oposición tenaz al “lucro” y la premisa de que el “interés particular” es siempre contrario al “interés general” (idea desarrollada en extenso en el último petitorio), se esconden aspectos que difícilmente desde la teorización pueden ser valorados. Por ejemplo, desde esta perspectiva, los colegios subvencionados sin fines de lucro, sin financiamiento compartido y con proyectos educativos de inspiración religiosa, no deberían existir, cuando consta sólo por el testimonio de los sentidos el bien que generan.
En la misma línea, la ausencia del sentido de la realidad tampoco les permite valorar el pluralismo educativo. Si bien lo mencionan como una de las cualidades del sistema que proponen, no hay referencias en la diversidad de proyectos educacionales, que son expresión de las distintas perspectivas éticas con que se reflexiona sobre la educación y que conviven en la unidad nacional. Ello también es contradictorio con una enseñanza democrática, que es uno de los ejes de sus demandas.
Una democracia que olvida al pluralismo como su fundamento, va contra ella misma. Si no se reconocen las diferentes perspectivas de vida y visiones sobre la enseñanza, no se garantizan las libertades fundamentales, tales como la libertad de expresión, de pensamiento, de conciencia y religiosa, etc., sobre todo cuando en el debate educativo existe un amplio margen de temáticas que son contingentes y por lo tanto opinables, o que dependen de tradiciones éticas que deben ser respetadas en función de la jerarquía de valores en juego y la conciencia de las personas.
Las propuestas de la Confech, al estar sustentadas en la teoría más que en la práctica, sólo parecen reproducir el conflicto entre estas dos visiones de la educación. En ella rige una lógica del poder, en la cual no existe una visión común y objetiva del proceso educativo, cuya salida sólo es el voluntarismo de las mayorías, expresada en la idea de “interés general”, un reduccionismo de la auténtica idea de bien común, que jamás es contrario a los intereses particulares cuando éstos están dirigidos al bien de la comunidad.
Por el contrario, la realidad muestra que existen aspectos comunes, que no dependen de las lógicas del poder o los consensos, tales como los derechos universales del hombre (de donde extraen los derechos sociales), pero que para la Confech parecen interpretables según las contingencias.
La visión de la educación que la Confech propone, si bien acierta parcialmente en algunos diagnósticos, está sustentada en una neutralidad ética, que implica sostener que en el debate educativo no hay un terreno común sobre el cual construir el diálogo, sino tan sólo dos visiones opuestas que disputan su hegemonía.
En efecto, el debate se ha centrado sobre aspectos estructurales que es necesario resolver, como el financiamiento universitario, la segregación escolar, los criterios de admisión a las universidades, etc., pero poco o nada se ha debatido sobre educación.
Ello demuestra que la “Nueva Educación” no es tan “nueva” como parece. Lo será en la medida que reflexionen el fenómeno educativo desde lo concreto y desde allí se extraigan los principios. Sólo así es posible aportar a esta discusión, desde soluciones reales, inspiradas en un auténtico desarrollo integral.
* Entrada escrita por Luis Robert, investigador de IdeaPaís
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