Uno de los propósitos, quizá orgánicos, de la élite es controlar lo que ocurre dentro de las salas de clases en las escuelas en Chile. No se trata de una conspiración, sino de un proceso histórico en el que se han diseñado poco a poco los elementos discursivos que permitirían intervenir de manera teledirigida los procesos de formación académica y de reproducción de ciudadanía. Es decir, controlar la educación y a sus ‘ejecutores.’ El control y su construcción ideológica tienen en su seno la instalación de cierta “forma de calidad” y trae aparejado con ello un conjunto de tareas burocratizantes asociadas a la certificación de esa “calidad.”
Es interesante que sean gobiernos que claman ideologías liberales los que más se han acercado al intervencionismo del Estado y los gobiernos en las instituciones educativas. El caso de EEUU es paradigmático, mediante la introducción de iniciativas legales como No Child Left Behind con George W. Bush, y Race to the Top con Barack Obama. La idea, detrás de ellas, es parecida a lo que vemos en Chile: establecer estándares de “calidad” y “medirlos” con pruebas estandarizadas, premiar a los “buenos”, castigar a los “malos”. La única diferencia es que Bush pretendía premiar/castigar a las escuelas y distritos escolares, mientras Obama pretende premiar/castigar a los Estados. Y en medio de ello, está el castigo a las y los profesores, y a sus instituciones formadoras.
En Chile, el proceso de construcción de la calidad educativa se ha basado en mediciones nacionales e importadas, censales y muestrales, de tipo estandarizada. Estas mediciones (SIMCEs, TIMMS, PISA, SIALS, PSU, INICIA) han permitido apuntalar y fortalecer el proyecto de control sobre los procesos pedagógicos que ocurren en las salas de clases. Me atrevo a decir que ni la censura dictatorial pinochetista en educación tuvo en sus manos tanto poder para intervenir las interacciones que ocurren entre profesores y estudiantes.
Las mediciones han ido lentamente otorgándole a ciertos grupos la capacidad de convencernos de la necesidad de sistemas de aseguramiento de la calidad de la educación. El caso de la formación de profesores es particularmente sensible a esta arremetida sobre la calidad de su formación. Es decir, hoy en día contamos con un cúmulo de instrumentos de productividad académica asociado a las mediciones de la calidad y a formas de enfrentar el problema de la calidad que otorgan cierto grado de legitimidad a los expertos para emitir juicios sobre la educación. Pero hay un problema: al parecer no estamos de acuerdo en el problema.
Las movilizaciones estudiantiles han cuestionado hasta el cansancio la organización del sistema social en Chile, y su agotamiento como motor de la vida colectiva. La crítica política instalada por los estudiantes, situada en el aspecto educacional, tiene mucho que ver con preguntas de fondo respecto de la definición de calidad educativa. Por añadidura, existe un agotamiento de la definición de calidad educativa como hasta hoy la hemos visto; es decir, la calidad “medida” mediante pruebas estandarizadas academicistas. Sin embargo, el agotamiento del ciclo político denunciado por los estudiantes no parece hacer sentido en las élites, que esperan empujar con más fuerza su proyecto orgánico de control sobre los procesos educativos, y por ende, el control sobre la reproducción de la sociedad.
La crítica política instalada por los estudiantes, situada en el aspecto educacional, tiene mucho que ver con preguntas de fondo respecto a la definición de calidad educativa. Por añadidura, existe un agotamiento de la definición de calidad educativa como hasta hoy la hemos visto
De ser la “calidad” una discusión importante en el contexto actual, se hace necesario entonces una discusión previa, de orden filosófico abierto y decididamente participativa. Esta discusión tiene que ver con preguntas como ¿Cuál es la calidad de la educación que queremos? ¿Cómo observamos esa calidad? ¿Quiénes son los llamados a observarla y obtendrían la capacidad y legitimidad para expresar juicios de valor sobre esa calidad? ¿Cómo creamos un sistema de participación que defina esa calidad? Crear “sistemas de aseguramiento de la calidad” de la educación sin responder a preguntas de fondo respecto a sus propósitos sociales contiene el riesgo de seguir apelando a la política agotada basada en los tecnócratas expertos. Por sobre todo, se requiere más apertura para hablar de la calidad de la calidad, una posibilidad que se crea a partir de las movilizaciones estudiantiles. ¿Se atreverán los expertos a abrir esa discusión o seguirán manteniéndose en el modelo agotado que denuncian las movilizaciones estudiantiles?
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Foto: Chile Ayuda a Chile / Licencia CC
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