Quien pudiese medir la tensión reinante en la primera mesa de “diálogo” podría haberse dado cuenta que sería difícil y, aun más, casi imposible que hubiese una segunda mesa en la cual los diálogos emergieran desde la sabiduría necesaria para llegar a consenso. Una mesa de diálogo siempre debe tener moderadores para que el calor no se apodere del “set” e impida el avance. Lo que es sabido después de leer los diálogos de los interlocutores en la sesión del 5 de octubre (aunque me gustaría ver un video) es que el calor ganó imponiendo su voluntad por sobre el juicio.
Voy a exponer el ejercicio de la mesa de dos patas, o coja sin tapas de bebidas ni servilletas dobladas que la sustente, en donde se sientan comensales que no acostumbran hacerlo debido a las diferencias existentes respecto de una herencia. Cuando llegan y se dan cuenta de que la mesa no tiene patas, nadie quiere arreglarla completamente; unos ponen una pata cuadrada y los otros una pata redonda. En esta mesa a la que se sientan sus comensales para negociar el futuro de un pilar tan valioso para la sociedad como lo es la educación o la herencia, comienzan la cena amarrados férreamente a sus ideas. Luego de las presentaciones, sonrisas nerviosas, pancartas promocionales que piden plebiscito para saber a quién le gusta la torta y complejos textos de avanzada que explican cómo dividir en 10 partes 100 metros cuadrados según estelares expertos en división estratégica global universal y que en ningún caso podrán ser leídos mientras “dure” la cena; comienza el dueño de casa en la maniobra de rayar la cancha, dar tiempos para la participación e intervención de los comensales, simulando ser “el moderador” del diálogo. Lo claro es que este rol no puede ejercerlo si es parte del problema. Antes de darse cuenta, y sin pasar por el agradable plato fresco de la entrada y las presentaciones, se pasan al plato de fondo; un pastel espeso servido en una paila de greda recién sacada del horno al que la sociedad llama “gratuidad”. Es un plato que debe comerse con tranquilidad para no quemarse, pero tanta hambre tienen estos comensales, que se abalanzan sobre la paila quemándose las manos y la lengua. El dueño de casa golpea la mesa, el invitado lo invita a calmarse también golpeando la mesa. Y la mesa de dos patas caer, vaciando toda aspiración de saciar el hambre en el suelo y toda posibilidad de repartir la herencia procurando la continuidad del legado y la solidez de este. No se sirven el plato de fondo, no exponen sus ideas, no hay camaradería, no se alcanza a a servir el postre, es un consenso acaramelado para poder dejar un sabor exquisito para sentarse nuevamente a cenar.
Todos salen “pelando” y encontrando los defectos de los demás, poniéndose en el lugar inquisitivo de un invitado intachable que solo tomo una copa de vino, no le miró la pareja a nadie, no comparó el precio de su regalo con el valor del plato, no miró las prendas ni los autos y siempre tuvo “voluntad de diálogo”.
A pesar de conocer el defecto de la mesa, no trataron de sustentarla entre todos. Se dedicaron a acentuar sus diferencias, apoyándose en un lado y en el otro, transformándola en balancín de los egos intransigentes de unos comensales a los que a esta altura no se puede seguir dando tribuna. Dieron más valor a sus ideas, olvidándose que no están sentados para eso, sino para buscar la solución….solución que se busca trabajando y no taimándose ni utilizando las marchas y los periodistas para decir algo que yo, por lo menos, estoy cansado de escuchar.
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