Este año 2011 ha estado marcado por la relevancia que ha adquirido el mundo universitario en la vida pública de nuestro país. Sin embargo, no está claro aún cuál será el desarrollo a futuro de esta gran ebullición social, dentro de lo que es preocupante escuchar reiteradamente en las discusiones en torno al conflicto educacional (porque NO es estudiantil), que las universidades, tal y como están hoy, y los universitarios, tales y quienes son hoy, deben ser los líderes o el cerebro del país. Frente a esto, vale la pena preguntarse de dónde viene dicha concepción, que deja afuera de la “vanguardia política” a la gran mayoría de la ciudadanía chilena.
Dicha auto denominación de vanguardia tiene su semilla primigenia en las más acérrimas lógicas ilustradas del siglo XVIII europeo, en las cuales el quehacer intelectual es el único detentador de autoridad sociopolítica, con lo que las grandes mayorías de los incipientes estado-naciones fueron marginadas. Hoy, en el siglo XXI, aquellos estudiantes que nos decimos factores de cambio social, debemos ser los primeros en abandonar este iluminismo que muchas veces produce grandes paradojas en nuestros discursos políticos. Hoy sabemos que la inteligencia no solamente está homogéneamente distribuida a lo largo de la población, sino también que es plural y diversa, por lo que no solamente está del cuello para arriba, ni se relaciona tan solo con el ámbito científico humanista tradicional.
Si el movimiento estudiantil quiere consolidar este movimiento social, reafirmando su condición política, debe reconocer el valor de los conocimientos de otros sectores sociales que pueden ser potenciales aliados a la hora de construir dicho movimiento social y, ojalá, convertirlo en uno ciudadano. Es aquí donde entra el concepto de Intersocialidad [1], que implica la interacción activa de los distintos grupos sociales conformantes de la sociedad y su unidad a lo hora de enfrentar las diversas luchas sociales. Esta alianza no debe ser solo para tener un mayor número de marchantes, sino para que haya una diversidad convergente de conocimientos y experiencias que pueda ser conjugada y aprovechada a la hora de construir propuestas en las distintas temáticas. Debemos reconocer la riqueza que tiene cada grupo social de nuestra sociedad, para evitar cualquier tipo de asimetría en la interacción de estos, dejando de lado, de paso, el «turismo social» que tanto ha caracterizado al mundo universitario chileno los últimos 15 años.
Hoy más que nunca, tenemos que lograr que la educación deje de ser una herramienta de estandarización y segregación de la sociedad, para ser un real fomento de las capacidades individuales y grupales, entendiendo que dicho desarrollo decaerá posteriormente en un bien para la sociedad en su conjunto. El movimiento estudiantil dio el primer paso al integrar entre sus demandas la interculturalidad (concepto análogo al de intersocialidad), sin embargo, debemos ser más enfáticos en que el proyecto educativo del Chile del futuro debe fundarse en la riqueza que otorga la interacción de los distintos grupos sociales o culturales, para que dejemos de ser los eternos imitadores [2] y podamos destacarnos por nuestras propias virtudes. Asimismo, la intersocialidad es la que puede otorgar la fortaleza necesaria al movimiento social, para lograr los cambios requeridos por las grandes mayorías de nuestra sociedad, pero que han caído históricamente en el juego de las distintas élites políticas al aceptarse como un movimiento gremial y permitir que cada grupo o ente social luche por separado, desgastándose inevitablemente en el camino, con lo que ha quedado de manifiesto la formidable capacidad gatopardiana de los gobernantes, a la que hay que hacer frente.
[1] Concepto acuñado por el Decano de la Facultad de Filosofía PUC en la comisión de proyecto educativo del Encuentro Universitario 2011.
[2] De las grandes potencias del hemisferio norte.
* José Tomás Labarca es presidente del Centro de Alumnos de Historia de la Universidad Católica de Chile.
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Foto: mediactivista / Licencia CC
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