La educación superior pública enfrenta una serie de problemáticas complejas. Entre ellas, el financiamiento, la oferta académica, la captación de postulantes, la colocación de sus egresados, la generación de investigación, innovación y desarrollo. Pero fundamentalmente, asegurar para sus alumnos el mejor proceso académico.
Es precisamente en gestión y docencia donde es necesaria una intervención tecnológica de profundidad. ¿Por qué? Los grandes males de la pedagogía son un ineficaz proceso de enseñanza-aprendizaje, planes de estudio desactualizados e incoherentes internamente, inadecuada infraestructura y material, encapsulamiento y anquilosamiento de los docentes, especialmente a consecuencia del “credencialismo” o tendencia a “echarse en los huevos” que experimenta un importante número de académicos poseedores de algún grado académico (doctorado, magíster…). La consecuencia de esto es un alto porcentaje de alumnos descontentos, inseguros, desmotivados y desorientados que, finalmente pierden la carrera o la abandonan por propia voluntad.
Esta sensación de incoherencia entre la excelencia y la calidad docente es afortunadamente una tendencia decreciente. Antiguamente era común la existencia de un “colador”, asignatura de elevada complejidad o exigencia que era barrera infranqueable para aquellos alumnos de, supuestamente, menor capacidad. Se asumía que una elevada tasa de deserción era sinónimo de una mayor calidad de egresados. Hoy tal concepción afortunadamente ha cambiado (o debería cambiar) y está claro que los contenidos más difíciles pueden ser enseñados (y aprendidos/aprehendidos) con una metodología pedagógica adecuada (Al menos a un porcentaje mucho mayor de alumnos).
¿Qué puede hacer entonces la gestión moderna en apoyo de la docencia? La propuesta es el uso de la Inteligencia empresarial (o BI, Business intelligence) al proceso de enseñanza-aprendizaje. Usted sabrá que las universidades poseen avanzados sistemas de registro que entregan informes de todo tipo, incluso, algunas poseen sistemas en web donde se puede ver el progreso en tiempo real del alumno. Todos estos sistemas son análisis retrospectivos, simples estadísticas que nos muestran una fotografía de lo que ocurrió con los pupilos y sus cohortes.
La inteligencia empresarial emula el razonamiento humano. Permite analizar los grandes volúmenes de datos registrados en los sistemas existentes identificando patrones, ciclos, aspectos conflictivos generando así un cuadro de mando integral, algo parecido a un panel de control que enciende una alarma si algo anda mal. Estos semáforos son extremadamente útiles, porque permiten rápidas respuestas frente a problemas incipientes.
Pero BI va aún más allá y permite realizar análisis predictivos, detectando tendencias y advirtiendo de las consecuencias que pueden tener. Imaginemos que un grupo de alumnos de la asignatura Cálculo I, II y III ha tenido un rendimiento progresivamente decreciente. A partir de esta información es posible deducir que, de no hacer algo, muchos de ellos podrían reprobar Cálculo IV y ni pensar en Cálculo diferencial. Profundizando en las capacidades y competencias del grupo será posible definir acciones a seguir, como tutorías especiales, cursos de reforzamiento o incluso salidas intermedias, como los títulos técnicos que ya ofrecen muchas carreras. Incluso, con los nuevos programas de estudio basados en módulos y unidades intercambiables, podría llegar a pensarse en un cambio de carrera que no implique deserción, sino una readaptación a las capacidades y necesidades particulares.
Esta adaptación a la diversidad sería eficaz sólo con indicadores integrales formados por rendimiento académico, evaluación docente, análisis de las unidades de estudio y producción de los alumnos. Un alumno con mal rendimiento académico suele aislarse, angustiarse y evadirse, acelerando por tanto la caída libre hacia el fracaso escolar. De seguro aportaría más la integración de los amigos y padres, quienes a modo de una red social, podrían apoyar y dar soporte a los estudiantes con problemas.
En conclusión, ya es tiempo de actuar proactivamente mediante el uso de tecnologías vanguardistas y evitar que los alumnos en crisis académica acaben como un simple porcentaje en los indicadores de deserción. Un estudiante puede ser apoyado, reorientado o incluso recolocado de ser necesario, asegurando que su esfuerzo constante signifique un avance para él, su familia, comunidad, universidad y por último, el país.
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Foto: verbeeldingskr8 / Licencia CC
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